274 REPERTORIO AMERICANO jas, Max Jara, María Luisa Bombal, Humber El aliento generoso de su obra, la limpia to Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, Salva vocación de una vida entregada al servicio de dor Reyes, constituyen la prueba de este aserto. la belleza, el alejamiento de todo filisteísmo, Los premios literarios dejan, a veces, un hacen de González Vera un excepcional caso sabor de ceniza en los labios. Quedan atrás las que contrasta con el loco retablo en que se han envidias, los rencores, los resentimientos. No puesto a discutir los autocandidatos al Premio siempre la puntería de los jurados es certera, y Nacional.
son aplastantes los errores que hacen sangrar Lo inesperado ha venido de la mano con al excitable gremio de los literatos.
lo certero, al elegir al habitante de un silencioso Pero creemos que con González Vera no distrito literario para destacarlo entre los mcocurrirá nada de lo que va tornando peligro jores.
so pertenecer al tribunal que otorga la altísima recompensa ganada por el autor de Vidas Mi.
Ricardo LATCHAM.
nimas y de Alhué.
La obra de González Vera ción celular que se opera en los sujetos dotados de autocrítica. González Vera ha sido aficionado también a sacar revistas, algunas de corta duración, como La Pluma, Célula y Babel, en cuyo equipo colabora con entusiasmo desde su fundación, en mayo de 1939. En sus numerosos cuentos, diseminados en Babel, resplan decen sus virtudes más auténticas: la narración sabrosa, entrañada, la brevedad del relato, lo esquemático de la técnica, el odio a la retórica, sin descuido del bruñido de la prosa, siempre pulida y saturada de irónica fluidez. Son admirables los que ha intitulado La voz en el desierto. sátira a los conferenciantes y a sus incansables auditorios; Casa de Remates. pintura deliciosa de un medio propicio a suscitar reacciones humorísticas; Maruri Esquina Cruz. visión nítida de la existencia popular santiaguina; Patancha y el vegetariano. rico de contenido psicológico, y Vuelapoco y otros. donde estalla la imagen criolla de un temblor. Forman un conjunto que esperamos ver muy luego reunido en un nuevo volumen de tan avara pluma.
González Vera ha ejercido esporádicamente la crítica y sabe descubrir aspectos de los escritores que pasan inadvertidos a los especialistas, ya sea por su objetividad o porque evitan el retrato, a la manera francesa. Su extenso análisis de Baldomero Lillo (1931. el ensayo sobre Vicente Pérez Rosales (1946. y diversas notas aparecidas en Indice, Babel y otras revistas, confirman su penetración y el esmero con que persigue escondidos detalles, que entrañan el secreto de una actitud intelectual.
No soy aficionado a citar cosas personales, pero me parece estupenda una interpretación acerca de mi tendencia al impresionismo descriptivo, que publicó en Indice allá por 1930.
González Vera ha obtenido un logro definitivo con su manera de enfocar la comedia humana y de sacar luces insólitas a las cosas vulgares. Nada más distinto y ajeno al criollismo pinturero que otros han puesto de moda. No abusa de su paleta, sabe graduar el colorido, destaca los ángulos grotescos de los seres, sin deformarlos y empapándolos con humana simpatía.
Alguien ha insistido en el aristocratismo de González Vera, siendo escritor de extracción popular. Es simplemente externo y corresponde a su señorío del estilo, de la frase y a su cortesía acariciadora, visible aún en los momentos en que toca las fibras secretas de la sensibilidad.
El Premio Nacional de Literatura de 1950.
concedido a un autor de escasa producción y que se halla de espaldas a la espectacularidad del profesionalismo intelectual, ha de lison jear a todos los amantes de la cultura. No ha sido un temperamento exhibicionista, y sus dos libros han tenido ediciones y reediciones que hoy no se encuentran en las librerías. Debe poseer, menos, un volumen de cuentos y una novela encarpetados en el laboratorio donde ha sabido macerar los períodos, redondear las frases y acicalar las formas hasta hacerlas insensibles al que no sabe sorprender los misterios del oficio.
Ha predominado en el fallo, nos parece, la idea de que se reconozca alguna vez la calidad sobre los plumbeos mamotretos que muchos confunden con una valiosa producción. En Europa es frecuente ver premiados a escritores de escasa densidad, pero de pulso seguro. En Chile hay también hombres de letras que no hacen estribar su prestigio en catálogos de ilegibles engendros o en centones poéticos destituídos de vivencias esenciales. Marta Brunet, Manuel Ro. muchos habrá de sorprender acaso.
por la primera vez, el nombre del autor agraciado con el Premio Nacional de Literatura para este año. Otros nombres más sonados estuvieron circulando hasta última hora como favori tos y puedo asegurar que todos ellos, y algunos más, recibieron la debida atención del jurado.
Algunos de esos escritores, hombre o mujer, tienen en su haber libros que sin duda quedarán por largo tiempo en nuestras letras por la fide.
lidad con que reflejan algún aspecto importante de la vida chilena, o por las gracias de su estilo, o por la influencia saludable que promovieron en ciertos aspectos importantes de nuestras costumbres o de nuestras instituciones. Estemos ciertos de que a todos ellos les llegará el día del reconocimiento en forma de este premio anual para la obra total de nuestros mejores escritores. La consideración que hizo prevalecer la personalidad de González Vera entre un buen número de sus contemporáneos fué la siguiente: su calidad única en nuestra literatura. Tal afirmación necesita ciertamente amplificaciones que le den fundamento. Voy a procurar hacerlo por mi cuenta, aun cuando quiero suponer que mis colegas del jurado refrendarían por lo menos las conclusiones generales de mi posición. Cuando digo, pues, que la obra de González Vera se singulariza en la literatura chilena de hoy, estoy indicando no sólo que su originalidad es evidente y que por lo tanto no se balla desvirtuada por la imitación de modelos extranjeros o nacionales. Mi convicción va todavía más lejos, pues estimo que esa obra es representativa del genio nacional en sus mejores aspectos. En una palabra, en González Vera encontramos una visión directa de las gentes y las cosas. La suya es, hasta donde sea posible, una literatura sin literatura. El estilo es sobrio hasta el ascetismo. No hay palabras ni de más ni de menos; no hay abalorios de reto.
rica, ni frases campanudas, ni letanías sentimentales. Es la humildad y la sinceridad hechas verbo, producto legítimo de una conciencia bien penetrada de las altísimas responsabilidades de una verdadera vocación de escritor. Los caminos del Arte están cuajados de tentaciones fáciles, y solamente los espíritus firmes y puros saben resistir el empleo de esos recursos postizos adjetivación multicolor, tipos y situaciones convencionales que van de recho a ganarse el favor del gusto vulgar, pero que desnaturalizan una obra y pervierten irremediablemente la moral artística de la gran mayoría de los que sucumben a la tentación de falsificar sus dones. El autor de Vidas Minimas y Alhué, es un caso aparte. No tenemos memoria de ningún ensayo de principiante. Sus pecados de juventud como escritor debió condenarlos a la destrucción o al olvido, porque esos dos pequeños grandes libros revelan una depurada perfección de estilo que la mayoría de nuestros escritores no llegan a alcanzar jamás. Vidas Mi nimas, escrita entre los veinte y los treinta años, es una historia compuesta con una serie de escenas de la vida en una conventillo santiaguino. El autor es el héroe del relato y se comunica con el lector en un lenguaje a la vez familiar y neto, sin falsa modestia y también sin jactancia (Si alguien dice ibah, qué gracia hay en ello. no me queda sino proponerle que ensaye y verá qué resulta. El Arte tiene esos misterios inefables, y un artista que no acierte a refundir su experiencia con la inocencia original, hará posiblemente una obra vistosa, entretenida, hasta brillante. pero que no engañará a los entendidos, ni resistirá una segunda lectura, ni menos podía pretender pasar a la posteridad. Los escritores del montón no pueden resistir al exhibicionismo, al despliegue de baratijas retóricas, a las palabras raras o de moda, a las citas reconditas, y sobre todo, son incapaces de resistir al deseo de presentarse en actitudes que se les antoja impresionantes. Y, en cambio, aquí tenemos al personaje central de Vidas Mínimas que nos habla de sí mismo, exactamente como ve a los demás, sin malevolencia y sin ilusiones, con una profunda simpatia humana que no excluye sino que refuerza una ironía refinada. Un Arte como este es una piedra de toque. Leyendo esas páginas tan justas que parecen cosa de milagro, como se apagan nuestras pretensiones de erudición o de ingenio, para quedarnos frente a frente de los valores fundamentalmente humanos, y nada más. Yo diría que González Vera se aprendió su estilo descarnado y musculoso, en alguna literatura extranjera, o que corre por sus venas un reguero de sangre nórdica, si no fuese que hay una explicación mucho más inmediata y natural.
Este descendiente de castellanos y vascos, es pura y simplemente un retoño espiritual del tronco legítimo de la chilenidad que nos dió a Vicente Pérez Rosales, a Baldomero Lillo y Federico Gana, a Conchalí y a Angel Pino. Porque en Arte como en la vida, lo más representativo no suele ser lo que más abunda, y en la literatura, los arquetipos tienen mucho de la excepción. Los pueblos se buscan sus modelos ideales con un instinto que traspasa las apariencias y así, por ejemplo, cuan.
do los ingleses, esa nación de tenderos, según Napoleón, reconoce a Shakespeare como su genio nacional, o cuando nuestros hermanos argentinos hacen de aquel hombre laconico, sencillo y sin parada que se llamó José de San Martín, su héroe máximo, están expresando un anhelo intimo que su naturaleza externa no confiesa pero con el cual desea identificarse en espíritu. Otro tanto nos ocurre a nosotros, en mi por lo Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica