354 REPERTORIO AMERICANO Elegía (Envío de En la muerte de don Federico Henríquez Carvajal. Al fin rompió la amarra y se perdió en la noche tu barca prócer. Iba sin despertar los ecos.
Quebró la brida el potro, soltó al viento las crines y se perdió en la sombra de los callados predios.
Cubrió tu lira el sauce con amoroso manto; tus versos ya son frutos del árbol del recuerdo. tu voz es la misma. Ahora te reconozco!
El del ejemplo vivo: cruzado caballero que abandonó sus lares y se fué por las tierras de la América libre a clamar por su pueblo, a sembrar sus palabras simientes de campanas cuyos bronces cordiales liberaran su suelo.
Fíjate como digo campanas, no cañones, porque siempre opusiste a la fuerza el derecho. hoy que tus huesos visten cien años de civismo, vas en otra cruzada, esta vez hasta el cielo, para que tus campanas, que los hombres no escuchan, las taña el Campanero que rige el Universo. rectores insignes del pensamiento y el he.
cho americanos, señalase ya en sitio de merecimiento indiscutible a Federico Henríquez y Carvajal y con ellos su memoria será siempre incitación al renacimiento del espíritu; pasión por el culto del bien y la belleza; fervor insobornable por la conquista de una patria libre; mantenido desde una militancia capaz de resistir todas las negaciones y mostrar al fin el triunfo de su esclarecimiento y su verdad.
En este culto por la libertad que viene explicando, al par de remotas y azarosas instancias, la evasión de los moldes hieráticos y esclavistas, caben los impulsos pro gresivos hacia las múltiples manifestaciones de la cultura y quienes sostienen aquel culto entienden bien y sin diferencia cronológica los riesgos e incomprensiones que habrán de acompañarles. En todo tiempo, en efecto, ha sido así y todo tiempo está expuesto a albergar esas asoladoras estruc.
turas estatales donde el hombre, merced a un asentimiento desdichado, vuelve a someterse a esa especie de ley de frontali dad que hace de su espíritu, su alma. su corazón, su pobre materia organizada, en fin, una actitud repetida y glacial, priva.
da de los movimientos y energías creadoras, sin los cuales resuélvense en impoten.
cia las verdaderas conquistas del progreso.
Federico Henríquez y Carvajal entendió que podría progresarse mediante una in.
ducción constitutiva argumentada sobre bases que en nada lesionasen la libertad ci.
vil y creyó en ello tanto como en la justi cia de su causa. El adepto sería, en consecuencia, derivación consciente de princi pios ecuánimes y al sustentar y defender esos principios sin la influencia directa o indirecta de la extorsión legalizada, asegu.
raba como integrante de la masa ciudada.
na, un concepto cabal de sus propios manejos en los cuales se inscribiría, de suyo, la seguridad de una conducta emancipada y responsable; celosa del bien de su pueblo y del respeto de gobernantes hacia gober nados; más necesario de recordar que el viceversa cuando se padecen regimenes de paulatina anulación individual; robusteci.
dos por factores cuya enunciación se sobre.
entiende.
Mas, cuando un hombre de la talla de este dominicano cierra definitivamente los ojos que iluminaron tantos panoramas sin muerte, aun los que pasaron en tropel por sobre los capítulos de su hidalguía sienten la acusación de la irreverencia, mientras el alto ejemplo vuelve a reunirse con su pue.
blo; con la expresión de su fervor, lejos de los establecidos honores oficiales e in.
vitando siempre a razón a los que no supie.
ron comprenderla.
Los países del Caribe, y muy principal.
mente Cuba, su patria de adopción, rindie.
ron así conmovido homenaje al hombre y al ciudadano que en la pequeñez geográfica de su isla gloriosa simboliza tan acabada mente a hombre y ciudadano del mundo.
Fué, efectivamente, un cortejo de diez mil personas, aparte del gabinete gubernamen tal, el ejército, cuerpo diplomático y con sular, los estudiantes universitarios y alum nos de escuelas normales y particulares, el que, según las crónicas dominicanas je ron su cariño y veneración hacia Don Fe derico en unión con aquellos países, coino en conciliación postrera y gigantesca, bien que faltase allí la claridad de sonadas ain nistías.
Ya, en 1925, por otra parte, Henríquez y Carvajal había obtenido el título de Gran Dolor de dos banderas que por el justo lloran.
La trinitaria: guarda del símbolo del Verbo, y la de estrella blanca en triángulo encendido que se trocara en brazo para rodearte el cuello, la que forjara Duarte y alzaran tus mayores; la que anheló tu hermano para cubrir sus restos.
Deja, señor, que digan mi pena estas palabras, que emocionadas brotan al recordar tu gesto. Todo por Cuba. dijo tu voz enardecida y hoy el amor de Cuba es lágrima en mis versos.
Luis MADERAL (Cubano)
Amigo de Cuba y de Bayamo por resolución del Congreso de aquella república y ésta fué su condecoración mayor, puesto que, luciéndola, la evocación de la gesta mar tiana le encendía el pecho patriarcal con la grandeza pura y solitaria de lo que se logró en afirmación de un comportamien to y para atestiguar esa práctica de digni dad cívica que no es fácil asociar, induda.
blemente, a las condecoraciones impresio nantes y copiosas.
Hay en la reseña biográfica de este gran difundidor de la cultura. como le nombró su sobrino Pedro Henríquez Ureña, muchos acontecimientos de notable memoria; entre ellos, el homenaje continental que se le tributó en 1947 por determinación de la Novena Conferencia Interamericana reuni da en Bogotá y fué en circunstancia de las múltiples distinciones rendidas por América en el año de su centenario que la Aca.
demia Dominican de la Historia descubrió en el umbral de la casa habitada por el que había sido su ilustre presidente, una tarja donde quedó inscrita la siguiente leyenda. En esta casa cumplió cien años de vida ejemplar el 16 de setiembre de 1948 Fede rico Henríquez y Carvajal, el Maestro.
En aquella venerable fecha, a la que nos acercamos con devoción y júbilo todos los amigos, discípulos y admiradores de Don Fed. la luz ya no era aliada de sus ojos, pero el vigor del pensamiento y la sereni dad majestuosa de una conciencia en paz consigo misma, le inspiraron este brindig hogareño, en armonía con su austeridad re.
publicana: Ya no hablo dijo en esa opor.
tunidad a los que acudieron a saludarlo, ya hablé y prediqué en mi vida y ahora sólo me resta el acoger, con mucho cariño, los homenajes que se me tributan. Pero agregó estos homenajes no son a mí sino a Federico. que quiere decir rico de fe. en verdad, todo el fué una aseveración guiadora que partía de su diáfana autoridad moral; tenía fe y propalaba la fe en cuanto concurre a hacer de la vida un motivo de perfectibilidad constante y un ejercicio arduo pero al fin acorde con el discernimien.
to de la verdadera justicia. Bien hubo de conocerla y de soñarla quien asistió a la suprema noche de sus ojos y a la extinción lenta de sus días sin que en ningún instante le abandonase aquella grandiosa aspiración donde América, su América entrañable, podría alcanzar la máxima expresión de su destino!
Tal es, en síntesis, el anhelo fundamental del Mensaje al continente dirigido por Don Federcio junto al arribo de sus cien años y en el cual se percibe un estremecimiento de disconformidad y angustia por lo que aún queda sin cumplir en el Nuevo Mundo de los ideales martianos y que hasta el último de sus días constituyeron, también, sus propios y esclarecidos ideales. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica