24 REPERTORIO AMERICANO TORIBIO JOSE MEDINA 852. 1930 Don José Toribio MEDINA Por Mariano PICON SALAS (En Rep. Amer. Conocí a don José Toribio Medina en los últimos años de su vida, siendo yo estudiante de Historia Documental de Amé.
rica en la Universidad de Chile. Aparecía tantas veces su nombre en las lecciones de nuestro catedrático don Luis Alberto Puga; tropezábamos forzosamente con sus li.
bros cuando se trataba de los viajes de Caboto o de Díaz de Solís, de la mejor edición del poema de Ercilla o de las magníficas cartas que escribió Pedro de Valdivia a Carlos V, que conocerle personalmente equivalía a una aproximación al albacea de los mayores y más ricos secretos de la erudi.
ción americana. Los estudiantes decían que si se colocaban en hilera vertical cada uno de los libros escritos o compilados por don humanamente concebible sin la tarea eru.
José Toribio, superarían más de tres veces dita precedente de los benedictinos, de Saint su estatura física. Numéricamente aterraMaur, de la Escuela de cartas y de los grandora era la bibliografía de sus obras reu.
des compiladores de los Monumenta Ger nida por Chiappa y continuada por Feliú maniae Historica. Si fué tan ingente su Cruz. En la librería de Nascimento y en obra en la enorme y ejemplar Colección de cierta deleitosa tertulia de viejos eruditos documentos inéditos para la historia de que se reunía en la Biblioteca Nacional y Chile, con no menos afán asumió en sí misa la que podía introducirme usando de mi mo el esfuerzo de cien eruditos para jun.
modesta función de estudiante bibliotecatar, simultáneamente, papeles de todo el rio, pude escuchar muchas veces la lengua Continente desde la ya perdida frontera boun poco áspera sin dejar de ser amistosa y real del gran Virreinato mexicano hasta el cordial del famoso investigador. Parecía antártico confín de Patagonia. En la varie.
tratar a las gentes con el mismo tono padad de estos viajes y exploraciones eruditernalista con que asumió por espontáneo tas, cumplidas con energía de viejo conderecho propio un papel de omnimodo Vi.
quistador, Medina podría decir como su exrrey de la Historiografía hispanoamericacelso biografiado don Alonso de Ercilla: na. era también de Virrey del siglo xvi aquella barbilla azafranada, no del todo en¡Cuantas tierras corri, cuantas naciones canecida por los largos años, y que se huhacia el helado norte atravesando biera esponjado mejor que sobre uno de y en las bajas, antárticas regiones nuestros trajes modernos, en la gorguera el antípoda ignoto conquistando: de don Luis de Velasco o de don Diego Hurclimas pasé, mudé constelaciones, tado de Mendoza. Cuando sus ovalados angolfos innavegables navegando.
teojos de cadenita semejantes a aquéllos que usaba nuestro Lisandro Alvarado le resbalaban por la nariz para seguir las li.
Fué de joven, como Secretario de la Leneas de un manuscrito, se le compararía gación de Chile en Lima, cuando surgió en también con aquellos letrados hispano in Medina aquella vocación de gran Adelandianos del 1600 al estilo del Obispo Villa tado de la Historia que le conduciría a fanrroel o don Antonio de León Pinelo. Con tásticos y casi inverosímiles viajes y bústanta o igual jerarquía que un Antonio de quedas por España y por todo el continenHerrera o un Juan Bautista Muñoz, hubie. te americano. Como otros fundan religiora merecido el título de Cronista Mayor de nes o parten para una infatigable Cruza Indias y de las islas y tierra firme del Mar da, en aquel mozo diplomático brota el caOcéano. En materia de minuciosa sabidu si desmedido designio de reconstituir toda ría sobre los orígenes y títulos hispánicos la imagen histórica del fenecido Imperio de América, sólo su ilustre predecesor el español desde América hasta las Molucas gran mexicano don Joaquín García Icazbal.
y Filipinas. Cuando treinta y tantos años ceta pudiera disputarle la preeminencia.
antes, Bello había discutido con Lastarria Quien todavía penetra hasta la extraor sobre los métodos para escribir la Historia dinaria Sala Medina de la Biblioteca Nacio americana, pareció fijar a nuestra historional de Chile, tiene la impresión de un in grafía un derrotero que los chilenos cummenso piélago de libros y documentos, de plieron ejemplarmente. Contra la tentación una fascinante navegación de altura per revolucionaria y aún históricamente lícita, las más escondidas rutas del pasado ame. después de la Independencia, de negar el ricano que esperan los nuevos Rankes, los pasado español y de lanzarse en una libre nuevos Michelet, los nuevos Mommsen que interpretación del proceso social de cada se lancen a una artística resurrección de pueblo, Bello invitaba a una etapa previa muertos. Siendo tan titánico su esfuerzo, y más humilde de ordenación de documendon José Toribio es el singular e incansa tos y material histórico. Era necesario aca.
ble explorador que no alcanzó a disfrutar rrear, antes de interpretar. Además la His.
de toda su conquista; que hubiera requeri. toria mirada desde las ideologías políticas do una vida y un arte matusalénico para que escindían a las repúblicas americanas escribir con esmero sobre todo lo que reu en el siguo xix, afrontaba el peligro de pernió. Así su inmenso botín documental y der toda objetividad y de no ofrecer por la crítico parece indispensable para cualquier limitada utilización partidista, el auténtico capítulo de Historia de América que deba color y las estructuras peculiares del preescribirse, como la alta literatura histórica térito. Muy humana y casi inevitable COfrancesa y alemana del siglo xix no parece mo para poner a prueba la virtud del his.
toriador es mirar el pasado desde nuestro particular prejuicio y transportar a un tiempo lejano, nuestros odios o nuestros amores. Precavía así Bello a sus discípulos del peligro de una Historia con remoque.
tes políticos liberal o conservadora que tiñera el pasado del fragor de la guerra ci.
vil del siglo xix. Porque Bello insistió en su enseñanza, la Historiografía chilena pudo desenvolverse con el escrúpulo documental que le infundió aquella gran generación que llegaba a su mayoría de edad cuando Medina nacía: Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana, Ramón Sotomayor Valdés y pocos años después, Crescente Errázuriz. Tampoco el cuidado eru.
dito parecía óbice para que frente a la se quedad y estrictez de los documentos, se pusiera a soñar, con su genio colorista, esa especie de bardo céltico perdido entre los muy concretos vascos de la sociedad de Chile, que se llamó don Benjamín Vicuña Mackena.
El joven diplomático que en Lima se resuelve a hacer voto de erudición como otros lo hacen de pobreza o de castidad, debió sentirse como un aprendiz de conquistador ante la magnitud selvática, no bien definida en los mapas, de la vaga e inmensa pro.
vincia que se le había concedido. Partía, nada menos, que a un henchido y casi legendario Dorado de datos. Todavía en esa década del 70 al 80 las bibliotecas y archivos hispano americanos no conocían la organización más sistemática que bajo la influencia tecnológica yanqui se ha adoptado en los últimos años. En los conventos coloniales y en las oficinas de Gobierno se nadaba, literalmente, entre un piélago de papeles viejos. El comején y las revoluciones habían sido en Hispano América los más tenaces enemigos de la Historia. en el casi monstruoso designio de Medina estaba toda la América mal comunicada de entonces; estaba toda la crónica de las Indias desde los testimonios antropológicos y etnográficos de los aborígenes, las grandes navegaciones y expediciones del siglo xvi, los viajes al mítico país de los Césa.
res o de la Canela. la guerra con los naturales, la evangelización de los misioneros, la justicia y el gobierno civil y los fundamentos del Derecho indiano, la Economía, los productos y los precios, la determinación geográfica de las distintas gobernaciones y territorios, las letras y la Ciencia colonial, las disputas de Iglesia y Estado, los complejos procesos de la Inquisición. Parecía necesario ser a la vez, geó.
grafo, teólogo, lingüista, para enfrentarse con semejante material. Era preciso tener ánimo, constancia y salud bastante para sumirse en el polvo de tantos archivos, y seguir las huellas de un personaje o de un documento desde Charcas a Santiago de Chile o Córdoba del Tucumán. El historiador de los exploradores y conquistadores requería ser tan andariego como ellos mismos. Lima, México, Sevilla y aquella helada paramera castellana de Simancas donde los Reyes católicos hicieron guardar las capitulaciones y cartas del Descubrimiento de América, son como las iniciales y metropolitanas etapas de la expedición medi(Pasa a la pág. 30. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica