REPERTORIO AMERICANO 123 Epístola al Pionero Por César ANDRADE CORDERO (En Rep. Amer. Sea pues, lo que soy en alguna parte y en todo tiempo. Pablo Neruda.
Pablo Neruda veces, con solo el pensamiento, estoy imperturbable, agazapado en el único y rubio diapasón de la avispa, y observo que el lagarto es un jurisconsulto, y que la toga del loro soñoliento luce mejor que la museta del magistrado. veces, con solo el pensamiento, estoy soliviantando la alegría sonora de las moscas que se frotan las manos sobre los ojos del cadáver.
Me encuentro en la ternura titilante del rocío, en el río que lame el anca a la colina; estoy en el queño gorrión espatarrado o en el grillo retórico y su prolija asamblea; estoy ya de repente en la carta celeste de la gaviota o hundido en la silla de brazos, en el viejo caballo de la finca, en los ánsares que se cuentan su historia entre relámpagos.
Estoy, a veces, en la greña de la voz enemiga que se vierte a lo lejos, en la ira que se marcha de vientre aullando a saltos, en el viento de sangre que se destruye en las campanas, en la injuria diferente de sombras, en la risa nocturna de los clubes cabeceando por los faroles negros, o en la lluvia que trae la mano en los bolsillos; estoy en la corbata del alambrista, en el retroceso de las conversaciones, duramente, y gasto mi nostalgia en el café, la música y el beso, y me gasto mi luz, mi color mal herido, y mi rostro, entre círculos, a este lado del tiempo; pero nunca he logrado el revés de los sueños de modo que por una sonrisa azotaba un poema, azotaba, es peor, mis pequeñas palomas, contra un templo aterido, todavía, contra un pétalo viejo, contra un arroyo fugitivo como una rata luminosa, herido de follajes y costumbres; procuré muchas veces reñirles a las piedras que están prontas a caer en su parda mochila de muerte: pero nunca he mirado levantarse un poema en un muro hecho todo de lumbre coagulada con un ojo en la frente de sangre y de ceniza.
hasta el río Cautín que acumula sus flautas sobre el tallo de espiga de tu Chile balsámico revolcado en la nieve y en el rostro escarlata de la vida que te mira con el ojo de vino; y ensayo una voz manual y un grito entre disparos, y levanto en mi mano la tierra y las frutas ácidas y el jarabe aromoso del yaraví quiteño, y salgo con la antorcha del Tungurahua a buscarte desde Arizona y las Montañas Rocosas hasta Magallanes, desde el Kamtchatka y el Artico hasta Sumatra, desde el abeto oscuro de Terranova hasta el mar del Japón, desde el bigote sordo de la morsa matrona, hasta el pueblo de perros salvajes de la isla Floreana; levanto claramente la voz, el cántico, el abrazo, y paseo esta desmesurada sonrisa campesina para ir a sorprenderte, buen poeta durable, musical elemento, inextinguible, llevándote este viejo destino acumulado, esta garganta equinoccial que hierve en el estero, que discurre entre un verde concurso de volcanes, y hace saltar los ríos del cacao y el banano; este viejo destino de patria destronada que corre entre Amazonas de papel diplomático, cargado de sonrisas de indio pobre, que quiere compartir contigo, entre las quiebras, el pan, la carabina, la potrada y el queso, para hallarte despierto entre azadones, despierto, encadenado al sexo de las locomotoras, despierto entre mujeres y copihues, despierto sobre el mar y su ancha circunstancia luminosa; despierto, sobre todo, al umbral de la especie, al umbral de la risa del niño y el hombro del mendigo, despierto en el sudor que parpadea en las axilas del minero y el amarillo ventarrón de la malaria; y despierto, y del todo, para encender la cueca, para el sol de Valdivia, para las madreselvas, y el frío vigilante de Temuco en la noche.
He visto como el sol de los esteros examina, colérico, la hoja de calendario que mueve el pájaro marino; he visto los caimanes coletear las estrellas y arder el río Guayas con su fuego de loros, y regarse la verde canción de la cigarra, e hincarse, puntiagudo, el cocuyo en la noche, al anca de los trópicos de fornido galope; he visto interminables abejas suicidarse entre las bocaminas del polen y el estambre y millares de chozas derramándose, y la pata del indio germinando en el barro; he visto los soldados que se agitan repartiéndose ranchos y canciones, y a hurtadillas riendo del jefe y los fusiles; he mirado los labios del terremoto, hablándome, y el alfanje rojizo del fuego en los sembrados; mas no he visto la boina del poeta con los clavos de Cristo cruzarse los océanos.
II he aquí que de pronto me procuro un modelo arrebatado de torrente que mueve palabras como uvas; y preparo el plantío, la tienda de campaña, la vivienda aromática en la noche, y alisto mi fogata y mis buenos cacharros monteses, y me lanzo a buscarte, capitán absoluto, y levanto un jinete a perseguirte lesde el mar de Baffin, desde el cabo de Farewell hasta las islas Falkland; desde el Lago Superior y Omaha, desde Mazatlán y Mérida, desde la Gran Antilla, y Borinquen, desde Paramaribo He aquí, trae tu torso de prócer y tu voz derramada, tu cicatriz de dios, iluminada.
Encuentrame la mano cordial, cordial el pulso, cordial la sangre y cordiales los gritos vegetales del suelo que te mira bajo un párpado de resinas y tierras, de ovejas y de niños azules, besándote la raíz que traes amarrada al carnal complemento, a tu vasta colina de sangre.
He aquí que la bala era una mariposa, y la metralla hablaba con la voz del verano.
He aquí que el uranio no da la voz, poeta: Mas tu voz cincelaba el viento patrimonio los anchurosos aires bebidos sin disputa. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica