120 REPERTORIO AMERICANO QUÉ HORA ES. en nuestras filas. El viejo que nosotros queríamos mandar al otro mundo era aquel que se presentaba como un estorbo en la carrera ideal que habíamos emprendido. Teníamos decisión inquebrantable de superar tina universidad conservadora, muerta, sin fe y sin esperanza.
Lecturas para maestros: Nuedos hechos, nuevas ideas, sugestiones, incitaciones, perspectivas y rumbos, noticias, revisiones, antipedagogia. OXETTO Cien mil estudiantes buscan maestro Por Germán ARCINIEGAS (En El Tiempo de Bogotá.
Suplemento Literario del VII 49. Hace treinta años, cuando yo era ya un estudiante universitario, nos encontrábamos todos los de la América indoespañola en plan de revolución, resueltos a que en el mundo de las aulas se pudieran oir cosas nuevas. Eramos cien mil estudiantes que andaban en busca de un maestro. Como la irreverencia estaba al orden del día, nuestro grito era el que nos había enseñado don Manuel González Prada, desde Lima: Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra! Con ese grito hicimos las huelgas estudiantiles, invadimos los consejos académicos, echamos de sus cátedras a muchos profesores ineptos. Aquello fué uno de los más grandes escándalos del siglo. Indignados, los periódicos tradicionales tronaban contra la inaudita algarabía que entonces dió a todas las ciudades de América color de alegre desbordamiento juvenil.
Lo extraño y paradójico fué que gritando así: Los viejos a la tumba. moviéramos nuestras banderas de esperanza hacia la casa de algún maestro, como don Enrique José Varona, que andaba ya por los setenta años. Era él como de nieve, como de lino, como de algodon. Vivía en La Habana, tal como ha evocado magistralmente su figura Eugenio Florit, quien era entonces un estudiante. Oyendo a Florit he pensado que don Enrique José hubiera sido un buen modelo para Sorolla, que era entonces el maestro del blanco de plata en la pintura al aire libre. Don Enrique José cuidaba con el mismo esmero de sus canas, que del vestido, la camisa, el corbatín, todo blanco, a tono con los soles de Cuba.
Nosotros, en Colombia, en el Perú, en la Argentina, sabíamos de don Enrique José porque las páginas suyas, reproducidas en el Repertorio Americano de García Monge, llegaban a todos los rincones de nuestra América. del Repertorio pasaban a nuestros periódicos de estudiantes, se leían en nuestras asambleas, eran citadas en nuestras conversaciones del patio de la Facultad. Nosotros decíamos: Los viejos a la tumba, y que viva don Enrique José Varona. No hay en esto nada de extraño. Todo depende de saber qué es un viejo. Un viejo, para nosotros, era el hombre que se había detenido, que pensaba hacia atrás, que se repetía mecánicamente. Teníamos viejos en los compañeros que se sentaban en los mismos bancos de clase. Estos viejos de veinte años eran los que más nos impacientaban. Pero los que a los setenta años tenían abierta la mente, fresca la curiosidad, alerta el sentido, estaban Vivía Cuba entonces, como muchas otras repúblicas de América, bajo una dictadura que repugnaba al limpio espíritu de la juventud: la dictadura de Machado. En la Universidad no circulaba sino una idea: limpiar a la isla de ese gobierno. Devolverle su libertad. Naturalmente, lo que los estudiantes imaginaban como medios de lucha no eran sino actos simbólicos. Ellos sólo querían que se oyera muy claro el grito de su fe. lo que acordaron fué rendir un homenaje a Varona. La juventud atravesó las calles de La Habana en alegre manifestación, y se dirigió a la modesta casa en donde vivía el hombre vestido de blanco.
Lo que ocurrió aquel día no lo olvida ninguno de los estudiantes de entonces. El gobierno contestó a ese gesto en el lenguaje propio de su estilo. Frente a la casa misma de Varona, a garrotazo limpio la policía obró de acuerdo con el plan. el maestro de setenta años, donde no era posible hablar, con su blanco traje de lino, salió al jardincillo de su casa, más resuelto, más vehemente que los propios estudiantes, para librar de garrotazos a los muchachos.
Se representó entonces frente a la casa del maestro ese otro pequeño drama que ha sido paradoja, también frecuente, en nuestra vida de la América indoespañola. La policía se llamaba la autoridad. Dónde había realmente autoridad? Hay autoridad en el garrote que esgrime un peón analfabeto bajo las órdenes del dictador de bruta ley, o en una juventud iluminada que llega a la casa de un maestro para declarar su fe liberal?
Si en el incidente de La Habana se considera que la autoridad estaba en los garrotes, la autoridad deja de tener substancia moral, es sólo un poder físico que merece el desprecio de cuantos estimen en algo la dignidad humana. Hay que hacer una distinción fina en estos casos, si no se quiere naltecer la barbarie.
Hay gobiernos sin autoridad. La autoridad no es un poder que se asalta de cualquier modo, sino una calidad que se perfecciona o marchita cada día, con mayor razón cuando quien pretende tenerla está en primer plano ante la consideración pública. Entre quienes abusan del poder hay una tendencia a hacer de la autoridad sólo un derecho de abuso extraña expresión ésta, que en último término se impone por la fuerza bruta. Si eso fuera autoridad, entonces el anciano del traje de lino, el de la lamparilla del saber, cuya cabeza se hizo blanca en el estudio, no tenía ninguna en esa tarde dramática de su vida ejemplar. Qué era don Enrique José Varona? Sobre esto me parece que ni entonces, ni hoy nadie ha tenido duda alguna: un maestro. Maestro en el arte de enseñar a estudiar, en el de mostrar como el hombre de estudio tiene que ir ensanchando el horizonte para penetrar en zonas que a primera vista son oscuras. Pero, Jera don Enrique José un cubano. Sentía la política de Cuba. Era, a más de la flor de mármol, que dijo Martí, hombre de carne y hueso. Era un filósofo?
Sobre todo esto se ha discutido. En nuestra América solemos pedir a los grandes hom.
Dr. Enrique José Varona Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica