REPERTORIO AMERICANO 51 SELECTA EORE GOMICNIN Pero cuando ya me estaba despidiendo la vi salir y venir hacia mí tendiéndome los brazos.
Ayer leí en los diarios norteamericanos que traen las noticias sobre el Congreso de la Paz, que los niños polacos nos rodeaban a los delegados, temblando de frío, a pedirnos limosna.
El corresponsal yanqui que envió esa informa ción lo hizo a sabiendas de que era mentira.
Prefiero creer que la envió, no por abyección humana, sino porque también debe tener hijos que mantener y esas eran sus instruciones: men tir. No sé qué tribunal ni qué moral puede juzgar un caso así; lo que sí sé es que ese hombre no merecía haber tenido la emoción inmensa que significa haber conocido a los niños de Varsovia.
Por nuestros países esa versión circulara mucho más que los artículos que yo escriba para refutarla, porque él tiene una maquinaria gigantesca y yo sólo tengo mi pluma de escritor. Pero sé que tarde o temprano, y me atrevería a decir que dentro de muy poco, la ver.
dad pervalecerá. entonces, ese día, Rudek y Kasia, Janek La Cerveza del Hogar COLECT EXQUISITA SUPERIOR y Alicja, serán conocidos y queridos por los niños de América. EL GREMIO QUÉ HORA ES. ANTONIO URBANO Lecturas para maestros: Nuevos hechos, nuevas ideas, sugestiones, incitaciones, perspectivas y rumbos, noticias, revisiones, antipedagogia.
TELEFONO 2157 APARTADO 480 ONU Las culpas de los padres (En El Tiempo de Bogotá. Enero 13 de 1947)
Almacén de Abarrotes al por mayor San José Costa Rica He aquí, llegada por casualidad a mis manos, una nueva confirmación de una vieja verdad. Vieja verdad, en efecto, es la de que el hogar con todo lo que en esa palabra ho.
gar va incluído moralmente constituye la base esencial de la educación del hombre. la nueva confirmación está en las declaraciones de la señorita Antonia Llovio, procuradora del tribunal para menores, de San Juan de Puerto Rico.
En esas declaraciones, que no son sino una prueba más entre las innumerables que podrían citarse, la señorita Llovio publica en la prensa de aquella capital algunas cifras verdaderamente impresionantes.
Durante el último año fiscal de la Corte Juvenil de San Juan entendió en 204 casos de delincuentes menores, cuya edad oscilaba entre los siete y los diez y seis años. De esos 204 muchachos delincuentes, 50 eran hijos legítimos, 88 eran hijos ilegítimos y 66 eran bijos reconocidos. Es decir, que sólo 50, menos de la cuarta parte, habían venido al mundo en un hogar normal, amparado por las leyes civiles y por las leyes sociales.
Pero lo decisivo para la evolución moral del niño no tanto es el nacimiento como la compañía en que vive. No con quien naces sino con quien paces. dice el refrán castellaro. De los 204 precoces delincuentes, 72 vi.
vían con madrastras o padrastros; 15 con amigos; 26 con hermanos o parientes; 18 no tenian hogar; 31 vivían con el padre solamente; 26 solamente con la madre, y 16 vivían con ambos. Unicamente esos 16, menos de un por ciento, tenían un hogar completo, bueno o malo, con un padre y una madre, legítimos o ilegítimos.
Por cierto, que me doy cuenta de que aca.
bo de aplicar la torpe calificación de ilegíti.
mos no a los hijos sino a los padres. En realidad, así debiera ser. Los padres serán, en todo caso, los ilegítimos, los que viven al margen de la ley. Pero los hijos son siempre legítimos; no pueden estar fuera de la ley que ignoran cuando nacen; todos abren sus ojos a la luz de acuerdo con las leyes eternas de la naturaleza del espíritu.
Ahora bien. qué es lo que se comprueba con los anteriores datos? Se comprueba una vez más, en sustancia, que la falta de un hogar normal, de un verdadero hogar; la caren.
cia de una familia normal, de una verdadera familia, es la causa primera de la delincuencia infantil.
Pero el niño delincuente, la pequeña minoría que llega hasta comparecer ante un tribunal, no es sino un caso particular, el caso extremo, de un problema general, del problema del niño maleado, descarriado, torcido, mal educado. De ese pobre niño que entra ya con una carga de vicios y defectos por las puertas de oro de la vida. Inevitablemente, ese niño infeliz se contará por millones en aquellos países, o en aquellas épocas, en que de una mane ra general el hogar se apague y la familia se disuelva. eso es precisamente lo que ahora está presenciando el mundo. En más de la mitad de él, la guerra ha destruído los hogares y ha deshecho las familias.
En muchos casos el mismo hogar material, la vivienda, se ha convertido en un montón de escombros o cenizas. Con frecuencia leemos que en tal o cual ciudad bombardeada quedaron arrasados el setenta, el ochenta por ciento de los edificios. Ello equivale a decir que allí desapareció la mayor parte de los hogares. En otros casos los habitantes de un lugar tuvieron que huir precipitadamente y se dispersaron por tierras extrañas. Para ellos, el hogar no es más que un recuerdo.
La familia se ha visto terriblemente que brantada por la guerra. Millones y millones de esposos y de padres han tenido que abandonar sus casas; combatientes unos, otros fugitivos, otros prisioneros o trabajadores forzados en lejanos países. Muchos no han vuelto; regre.
saron otros físicamente inválidos o moralmen te estragados. Millones de madres hubieron de alistarse en los servicios auxiliares de los ejércitos, o escaparon ante la invasión, o perecieron en el torbellino de la contienda mundial.
No es de extrañar, pues, que en los países beligerantes se haya registrado un terrible aumento de la criminalidad infantil. Entre las víctimas de la guerra, la niñez ha sido la más lamentable de ellas, la más dolorosa, la más inocente. Los delitos de los niños no son, en realidad, más que una repercusión, un reflejo, una consecuencia de las culpas de los padres.
Los padres comieron las uvas agrias recor demos el texto bíblico y los hijos sufrieron la dentera. Una generación enloquecida ha desencadenado sobre el mundo la más asoladora de las guerras y ahora la nueva generación, en gran parte, empieza a vivir sin hogar, porque lo ha perdido; sin familia, porque está destro.
zada; sin ley, porque ha visto conculcados todos los preceptos morales en el inmenso fratri.
cidio.
En la infancia, las impresiones recibidas, buenas o malas, se graban en el corazón con una fuerza que estremece a los educadores responsables. Quienes veíamos en Alemania, hace doce o catorce años, a aquellos niños de sem.
blante inocente y ojos claros, sustraídos a sus hogares para llevarlos a marchar en columnas guerreras uno y otro día, al son de los tam bores, con sus blusas pardas y una daga al cin.
to, pensábamos ya en el horror que se estaba Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica