REPERTORIO AMERICANO 345 Huía al malangal un martinete de pasta gris y un pájaro bobo de cola pintada en un seco yagrumo reposaba.
Había una novilla colorada paciendo su yerba de guinea: apaciguaba la luz con su búdica calma.
El hombre, la mujer y el niño.
Gloria a las manos que los bosques clarearan.
Gloria a las manos que los ríos y los caños y los mares bogaran.
Gloria a las manos que los caminos trabajaran.
Gloria a las manos que las casas levantaran.
Gloria a las manos que las ruedas giraran.
Gloria a las manos que las carretas y los coches llevaran.
Gloria a las manos que a mulas y caballos ensillaran y desensillaran.
Gloria a las manos que los hatos de cabras pastaran.
Gloria a las manos que cuidaron de las piaras.
Gloria a las manos que las gallinas, los pavos y los patos criaran.
Gloria a todas las manos de todos los hombres y mujeres que trabajaran porque ellas la patria amasaran. gloria a las manos, a todas las manos que hoy trabajan porque ellas construyen y saldrá de ellas la nueva patria liberada. La patria de todas las manos que trabajan!
Para ellas y para su patria. alabanza. alabanza!
VI. PERFIL DEL SER En la tenebrosa noche, cuando parece que va a salir la nada del viento negro, como un caballo de sombra cuajada, como una prieta vaca con cabeza de mundo y cola de montaña: en la tenebrosa noche de vela apagada y de linternas suicidadas, cuando por la vastedad de la tiniebla percibo la ancha cintura del mundo que habita mi patria, y como nunca siento la rápida rotación del planeta, la ráfaga que a los hombres del trópico derrama: en la terrible noche que ha abolido el paso del Guajataca, que ciega la trinchera del Asomante, asomada, empinada sobre el Mar Caribe, sobre Salinas de tierra aplastada; en la terrible noche de manos embadurnadas por Jájome obscurecida y ensombrecida Guayama, y Lares callada y ennegrecida Villalba, y Adjuntas apagada; en la tenebrosa noche que me prohibe la mirada, ando buscando yo, poeta, una palabra.
Una palabra como un cincel que esculpa y labra.
Una palabra como una llama, como una luz, como una ventana iluminada, como una esposa adorada.
Porque quiero escribir el perfil de nuestro ser, el centro de nuestra alma, y el latido más profundo que late en lo más hondo de nuestra entraña.
Antes que el lado negro de la peronía del mundo girara y su lado de luz por entre el guabal se mostrara, el hombre, la mujer y el niño saldrían de su casa.
Encendía la mujer el fogón. Entre las tres piedras tiznadas enrojecía la leña sus ojos. Desayunaban medio coco de negro café. Eso era todo. Eso, y el lucero del alba.
Seguían rumbo al cafeta! las plantas descalzas.
Pendían de sus cuellos las canastas.
Dentro de sus ropas harapientas y livianas sus cuerpos gemían el frío de la madrugada.
El hombre, la mujer y el niño pasaban el día en el cafetal. El poético cafetal les daba el ardiente escozor de los albayaldes que su piel desgarraba, los enjambres de avispas que sus caras hinchaba, los sacos de pús de la mazamorra en sus plantas y un purgatorio de uncinaria.
Salían luego del cafetal. Vuelta a la casa.
La mujer cocinaba. He aquí con qué voracidad tragaban su dita de guineos a secas, lejos de la casa principal de la hacienda, lejos de las viandas exquisitas del dueño: la gallina horneada, la multicolor ensalada, los rubios lerenes y las sabrosas almojábanas!
El cansancio los tumbaba.
Iban a la cama de madera, a la pesadilla de la malaria Iban lejos, muy lejos de la patria del amo, que no es su patria.
Lejos de la cómoda butaca en donde se acomoda la charla idiota, la traidora palabra, en donde se lee el magazine de moda y la revista de elegancia, mientras piensa el amo que es buena la canalla imperialista yanka, aunque bien sabe lo estima menos que a la banana, menos que al tabaco y muchísimo menos que a la caña.
El hombre, la mujer y el niño.
Por mi frente ha volado una paloma roja. Va a la distancia y posa en un horizonte que va tornándose grana.
Este horizonte va creciendo. Se expande y agranda y todo él se vuelve una naranja dorada.
Es el día. La noche ha sido derrotada.
Se ha retirado llorando por Yabucoa, desconsolada.
Ha doblado el cuello en Humacao, ya en su última lágrima.
Ha perecido en Vieques, degollada.
Es el día. Ha resurgido la forma de la patria.
Está nueva, recién lavada.
Dulce que es hundir en la yerba rociada la dolorosa frente insomniada.
Dulce que es poner las palmas de las manos en la húmeda grama.
Dulce que es tomar en la mano la arcilla refrescada y llevarla a la boca, saber a lo que sabe la patria, y saborearla y tragarla mientras una energía nueva su vitamina agiganta en nuestra sangre que canta y en nuestra piel que se abrillanta!
Probad y alumbraréis. Os doy palabra. Fué una tarde. Fué una mañana?
Recogían un café que orillaba el cercado. Oyeron cómo las gallinas cacareaban.
Alzaron los ojos al cielo. Vieron, alta, bien alta, la cruz plumada, la egregia figura balanceada del guaraguao. El garaguao planeaba. El guaraguao! Viene del fondo espeso de la montaña.
Viene de los últimos tabonucales, de las últimas caobas, de los últimos ausubos y ortegones, de las últimas marañas, y de las últimas rocas. Viene de las últimas aguas y las últimas lontananzas, de las más escondidas mayas, de los tremedales en donde a pleno día aún burbujan las luciérnagas.
Viene de donde se esconden heridos los múcaros, de donde las yaboas de plata obscura y de solemnes y húmedas patas, empollan; de donde los últimos carraos perduraran.
Viene de las cuevas de las ratas más montañesas. Viene del fondo espeso de la montaña.
Os doy palabra que en la luz de esta mañana he visto a un hombre, a una mujer y a un niño. Descansaba un instante la brisa del Sur en el bordado de las guabas.
Una pareja de reinamoras piaba saltando, picoteaba las guayabas, extendía sus cortos vuelos de veloces alas hasta donde la berengena cimarrona, junto a la alambrada, hacía brillar sus redondas y amarillas lámparas. El garaguao! Los jíbaros lo miran y se dilatan sus pupilas en el azul de la alta distancia.
El guaraguao vuela en ondas largas.
Es la suya una pulcra y agresiva geometría de las alas, una fuerza perenne y equilibrada más allá de la piedra, más allá de la perdigonada y del rifle. Sabe caer como avión de picada sobre su presa, y se remonta con ella en las garras entre un aplauso de plumas escapadas.
El hombre, la mujer y el niño le han seguido con la mirada. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica