REPERTORIO AMERICANO 59 mi padre no era muy dado a los versos, bien puede ser que al abandonar la huesa en aquel solitario rincón del mundo pensara con el poeta: Dios mío, qué solos se quedan los muertos.
te a Costa Rica jamás había olvidado su Ita en su nervioso ademán, el fúnebre balanceo de lia que para él era fundamentalmente la de una rama de ciprés sobre una tumba.
los generosos Garibaldi y Mazini pensó en Limón: el barco, el Atlántico durante diez volver a ella: a su Piamonte, a su Biella, a su o doce días; el Estrecho de Gibraltar; GénoRosazza, a su Pie di Cavallo. Volver a los va. De varios puertos donde el barco hizo cuarenta años a pisar los caminos, a ver las escala, recibimos de mi madre las usuales tarjemontañas, a sentir. más que en la epidermis tas con los paisajes locales, con aquella su letra en el alma. el sol de su infancia, ya tan disinconfundible y con aquel su tono incontante, era, realmente, la cristalización de un fundible también como tímidamente cariñosueño. Pero no había de emprender ese viaje so. Luego las cartas nos llegaron del punto de solo: quería ir acompañado de la abnegada y su arribo, del Norte de Italia. Reflejaban tan noble mujer que fué mi madre.
ta satisfacción y tanta alegría, que parecían ir Cuando me enteré de ese deseo de mi paborrando la trágica huella del sombrio presendre, pensé que mi madre iba a sentirse contentimiento. Las ciudades italianas. Turín, Mita y a decidirse al viaje desde el primer molán, etc. industriosas, refulgentes, ordenadas, mento. no ocurrió así: mi madre se negaba jubilosas y a la vez señoriales; la campiña piay oponía una serie de obstáculos a las insinuaciones de mi padre. Este, un día, me pidió que montesa que era un jardín y una troje; Biella, la Manchester de Italia: la nieve, que para ella lo ayudara en la tarea de convencerla. Le hablé a ella de la belleza del viaje y de la belleza era un espectáculo desconocido: las casas de piedra; el conocimiento de los parientes que incomparable de Italia; del descanso que tanto encontraban tan atrayente y tan simpática a merecía ella y que tanto bien le haría a su oraquella menuda mujer que les llegaba de un ganismo fatigado; de cuánto daría yo por poignoto país de la remota América; de todo der realizarlo: del placer que su compañía le eso, que la conmovía profundamente, nos hadaría a mi padre.
blaba en sus cartas. No me explico, me dijo. jamás podre olvidar el semblante con que en ese momento así fueron pasando siete u ocho meses.
me habló qué es lo que me sucede: sé que Había que regresar; y el regreso se inició en los últimos días de octubre. Los brazos que el viaje debe de ser muy bonito; que seguramente me sentiré muy feliz en Italia; que me se juntaron en los abrazos el día de la partenza, ya no volverían a estrecharse: la muerte será muy grato conocer a los parientes de Constantino; que este descanso le puede sentar muy había puesto entre ellos su manto de tinieblas.
Adiós a Génova con su panteón famoso: otra bien a mi salud. Sé bien todo eso y, sin embarvez las Columnas de Hércules y nuevamente go, algo dentro de mí me dice que no debo ir, que no debo emprender ese viaje. Volví a mi el plus ultra del Atlántico en cuyas grises lejanias va borrándose la última línea de Europa empeño, reiterando mis argumentaciones anteriores y concluí por expresarle que debía poseguida de los puntos suspensivos de las Islas Canarias. Siete, ocho días de navegación entrener oídos sordos a la voz interior que trataba de retenerla en el país. Quién sabe. agrego tenidos en los recuerdos plácidos de la Penínpero siento claramente la impresión de que sula y en las amables perspectivas del regreso: si me voy, me verán partir, pero no me verán en el muelle de Limón algunos de los hijos que aguardan; los abrazos apretados y nervioregresar.
sos: la crónica la haremos en la tranquila sereNo se lo dije entonces a mi madre, pero nidad del hogar, diría mi padre. Luego, la lleahora confieso que yo, íntimamente, sentía gada a San José; allí los otros hijos, algunos idéntica impresión. No obstante, mi insistencia parientes y algunos amigos; y la llegada a la en que ella acompañara a mi padre se debía a casa les habíamos hecho, en su ausencia, una esta reflexión: iquién le hace caso a los precasita nueva para recibirlos y mi madre que sentimientos: hay que ser superior a ellos y de fijo diría, apenas estuviera bajo el techo vencerlos. Vencerlos. Qué simple es exprehogareño: Cuán bellos son los viajes por el sarlo! Fué algún tiempo después cuando lei regreso. y todos le daríamos gracias a Dios en Isaías Gamboa aquella frase de tan propor habernos concedido la ventura de ese venfundo desaliento: Tener el hombre la preturoso instante.
tensión de trazar su destino es una locura: la suerte siempre se burla de los hombres. ComEso pensaba y pintaba nuestra ilusión, pere la realidad fué cruel. Ya frente a las costas placiente y gentil como era ella, mi madre finde la América del Sur y casi a su vista, en un gió dejarse ganar por los razonamientos que medio día tórridamente tropical, sin estruenle hacíamos, y resolvió hacer el viaje.
dos, sin ruidos, quietamente como había siNo pude despedirme de ellos: un compro do su vida mi madre se quedó dormida pamiso de propaganda política en la Provincia ra siempre: sus bronquios, que habían padecide Guanacaste (la política, que a tantos benedo una asma pertinez de muchos y largos años, ficia o por lo menos enriquece, a mí no ha hese agotaron de pronto: el médico de a bordo cho más que sacrificarme, tanto en los pequediagnosticó asma cardíaca. Para fortuna nuesños como en los grandes detalles) compromitra, Curazao ya se insinuaba, y el cadáver de 60 que pensé cumplir en pocos días a fin de mi madre se salvó de ser arrojado al mar, de estar de regreso en San José el de su partida: entre cuyas ondas traicioneras no habríamos me retuve más de lo que calculé, y no pude podido rescatarlo.
desearles pesonalmente el buen viaje a mis padres. El día en que tomaron el tren para Li la mañana siguiente el barco ancló en món, estaba yo en un pueblecito del Cantón un pequeño puerto holandés, y en él descendió de Carrillo: y a las de la mañana, hora de mi pobre padre, en la desesperante desolación 60 salida, el presentimiento de mi madre de de su soledad algunos amables y piadosos que no la veríamos regresar, se me hizo, de compañeros de viaje bajaron con él. a enpronto, una realidad de angustiosa desespera terrar el cuerpo de la compañera de su coración; y apartándome del grupo de personas zón y de toda la vida, en un desconocido cecon quienes conversaba, fuí a deshacer en llan menterio extranjero. Como sabía que habíamos to la pena que me ahogaba. Alcé la mano y de ir por sus restos para traerlos a reposar en la moví como se hace en las despedidas, bus la tierra maternal y bajo el cielo azul de Cos.
cando el rumbo que llevaba el tren. y ahora, ta Rica, enterró con ellos, para identificarlos, me parece que esa mañana mi mano dibujó. unas monedas italianas de una lira; y, aunque Regresaba yo una tarde de Limón a San José según nuestro cálculos, tres o cuatro días después habrían de llegar nuestros progenitores a ese puerto y noté que me aguardaba un pariente cercano quien me saludó muy afablemente. La sola presencia de mi deudo y su saludo quizá singularmente cordial, me inquietaron. Qué lo habría llevado allí? Volvimos a casa en un coche; yo iba reprimiendo en mis labios la pregunta que asomaba a ellos. Qué dolorosa nueva me traes? El coche iba acercándose ya a casa y él casi no había abierto los suyos. Al final explotó: Murió tía Rosenda. después las frases que aconsejan la mentida resignación; y con manos temblorosas puso ante mis ojos el cable en que mi padre le comunicaba la cruel noticia con ruego de trasmitirnosla. Qué melancólico regreso el de mi padre!
Fuimos a encontrarlo a Limón y nuestro encuentro fué una escena de amargas y silenciosas lágrimas. Ya en el tren, en viaje hacia la capital, entre el río y las montañas que ensayan allí el dúo imposible de la inmovilidad y lo cambiante, el pobre viejo estalló: por aquí pasé con ella, llenos ambos de ilusiones y esperanzas, y ahora vuelvo con sólo la valija de sus ropas. y sus ojos se quedaron fijos en un horizonte que nosotros no veíamos: el del cementerio donde dejó sepultado lo mejor de su vida.
Fueron pasando los años: 26, 27, 28, 29, 30, 31. y en éste, vencidos los cinco años prescritos en la legislación de casi todos los países para el traslado de los restos humanos, mi padre volvió a Curazao. Iba a completar el ciclo espiritual de su viaje: salió de Costa Rica con mi madre y tenía que regresar con ella; y con ella regresó en una caja funeral.
Los rigores del invierno habían causado graves daños en la línea férrea y con la caja en hombros tuvimos que vencer grandes derrumbes. En medio de un numeroso y cariñoso grupo de acompañantes, condujimos el ataúd a mi casa, contrariando la costumbre que hace esos traslados del convoy ferroviario o del aeropuerto, al cementerio: queríamos tenerla con nosotros la última noche, larga noche dolorosamente inolvidable.
Al siguiente día, pausada y silenciosamente, la llevamos a su tumba: y allí duerme desde entonces a la sombra de los cipreses soñolientos que son una lira en las horas crepusculares, cuando vibran las cuerdas de las arpadas lenguas de sus pájaros. todos, la madre se les muere una vez ly ya es bastante. mí se me murió tres veces: cuando partió hacia el extranjero, desdibujada en el presentimiento de no volver a verla; cuando recibimos la noticia de su muerte; y cuando volvieron sus restos en busca del regazo de la Patria.
Querida madre mía: feliz tú que desde hace más de un año tienes la más encantadora compañía: duerme contigo mi santa e inolvidable Carlotita, a quien tú quisiste tanto, seguramente en pago del hondo cariño suyo que fué la mayor ventura de mi vida. ALBERTAZZI AVENDAÑO.
Guatemala y agosto del 49. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica