14 REPERTORIO AMERICANO En una Nochebuena Es un cuento de Ermida CANOSSA MORA (En Rep. Amer. Eran unos pocos, tal vez cinco hombres, dos jóvenes, los otros ya viejones, rudos, crecidos en lucha constante contra la pobreza.
Reunidos en una cocina de campo, de esas acogedoras y relucientes que son sala y co.
medor y cocina a la vez, celebraban el cumpleaños de don Esteban, el dueño de casa, el más viejo de todos y el más bueno. Esa era la fama que tenía entre los compañeros y los vecinos del barrio. en realidad, siempre tan apacible en todos sus actos, tan sereno, tan resignado. Jamás nadie lo oyó quejarse cuando algo le era adverso. Al contrario, parece que se afanaba en buscarle justificación a todo.
Era alto, vigoroso, de pelo cano. Tenía una pipa viejísima, de esas encorvadas y ja más se la sacaba de la boca, ya estuviera en cendida o apagada, sino para comer o para decir algo que en su concepto era de suma importancia.
Se había casado con una mujer pequeña, de movimientos nerviosos y sonrisa perenne, mucho más joven que él. Ese día se afanaba preparando un café con todas las de ley, para obsequiar a los amigos de su marido, mien tras ellos saboreaban un vasito de vino barato.
Por lo que hablaban se notaba que eran honrados, de sanas costumbres. Sólo uno, jovencillo y paliducho, se inclinaba por la idea de ganar dinero sin trabajar. Debe ser tan lindo decía con gesto soñador entrar en una casa, cuando no hay nadie, y coger lo que en ella sobre. Muchacho. Cómo se te ocurre? Dios te libre del pecado. Pecado. Es pecado coger lo que a otro sobra. Es pecado tomar lo que no es tuyo rezongó uno de voz gruesa y boca desdentada. Pero si lo que yo cogería, no le va a hacer falta a nadie. No vuelvas a hablar así, aunque sea broma.
Uno bastante hábil, logró llevar la conversación a otros temas, y como estaban en el mes de diciembre, terminaron por hablar de la Nochebuena. Allá uno conto de milagros ocurridos en la fecha del nacimiento de Jesús, otro decía de su Nochebuena más fe.
liz, y se habló de la vida, tan dura para unos y tan fácil para otros, al parecer sin razón para que así sea. Otro hablaba con nostalgia de las costumbres de su casa, de los preparativos de su madre para la celebración de la Navidad, del portal que él ayudaba a hacer. Pero el muchacho de antes, el pálido, tal vez por la dureza misma de su vida, negaba los bene.
ficios por El aportados, y se mofaba de las emociones de los demás. La vida no da a cada quien lo que merece, decía con amargura Jesús no puede hacer milagros. No he visto ninguno, ni he sabido jamás de una injusticia corregida. la vida hay que lograrle lo que se pueda, coger lo que nos haga falta, sea de donde sea, sin mucho remilgo. De por sí.
Don Esteban se sacó lentamente la pipa de la boca, y con ella entre los dedos apuntó al joven, diciendo sentencioso. Las injusticias de tu alma, la ceguera en que vives, tontuelo que no sabes lo que dices, eso sí lo puede conseguit. Ceguera. De mi alma? Ah no. El alma la tengo como Dios la hizo, al decir de ustedes, y lo que Dios hace, no se deshace. No, hijo. No te burles. No es que se deshaga nada. Pero sí puede perfeccionarse y completarse las almas. ¿con qué. Con fe, y buena voluntad. jeso sirve. Ay, muchacho. Tienes ojos y no ves; oídos y no oyes. es que todo lo tonias a tu modo, y no quieres comprender las señales del Altísimo. Bah! Si es con maña que hay que ver las cosas. Quién va a comprender. No es maña. Es buena voluntad. cualquera entiende. Usted. Yo. al afirmarlo don Esteban dió unos cuantos chupetazos a su pipa, esparciendo en derre.
dor una nube de humo azulado, que se confundió con el del café que en ese momento servía la mujer. Lo probó, con gesto de aprobación, y continuó. No me crees?
El joven sonrió entre burlón y cohibido, los miró a todos, y dirigiéndose en general, comentó. Así que don Esteban ha visto ha comprendido.
Gracias a Dios, pude ver que el camino que empezaba a seguir, era malo. Porque cuando yo era joven, era un poco así, como tú. Como yo. qué tengo yo de ma.
lo. reclamó quisquilloso el joven.
Ideas. Ideas que debes luchar por sacar de tu mente. tu edad, yo también pensaba parecido. Pero un dichoso día pude ver claro.
Se quedó pensativo, y con voz emociona da, lleno de respeto hacia el recuerdo grato, prosiguió. Seguro llegaron al cielo las oraciones de mi madre, y tornaron hechas luz para mi entendimiento, para guiar mis pasos. También es seguro que en el fondo y sin darme cuenta.
yo mismo anhelaba creer, ser piadoso, dar de mí todo lo bueno que dentro tenía aletargado. El caso es que en una Nochebuena, sali de mi casa con intenciones negras. Mamá, quien seguro leyó en mis ojos las ideas locas que bullían en mi mente, trató de convencer me para que me quedara. Que si la cena, que si un tamal, que si iban a llegar visitas por se Navidad, que no se quería quedar sola.
Yo, que a punto fijo no sé cuáles eran mis odios ni mis intenciones, estaba lleno de amargura tanta, que sólo por hacerla sufrir, sali dando un portazo. Pobre mi vieja. icon qué fervor rezaría, que fué escuchada en todos sus deseos. Me fuí sin rumbo fijo. Las calles estaban animadas, la gente alegre, pero me molestaba la dicha a mi alrededor.
Pasé frente a una Iglesia. Estaba tan adornada, que tuve ganas de entrar; pero, rebelde por principio, protesté en alta voz, dije unas cuantas groserías, y seguí mi camino. Pero al mirar hacia adentro tropezaron mis ojos con los de la Virgen, y sentí. como un remordimiento, una ansia de ser bueno, de hacer feliz a mamá. Bah! Son pamplinas, me dije. rehuyendo siempre a la gente, cuando me di cuenta había llegado a un barrio muy silencioso, de esos de casas ricas, rodeadas de jardines, con muchas ventanas y ¡cuántas cosas adentro! través de una vidriera distingui un árbol de navidad. Con la cara pegada al vidrio examiné el interior: paz, silencio, so ledad. Sin pensarlo, casi involuntariamente, me encontré adentro, y comencé a coger todo lo que me pareció representaba algún dinero para mí. Con un gran tapete que cogi de una mesa hice un batillo, y lo iba llenando y llenando. Encontré muchos juguetes nuevos, aun en sus cajas, y rei pensando: Esto es lo que el Niño ha traído para los pequeños de aqui. con ese afán de hacer sufrir, los eché en mi improvisado saco, y reí de nuevo pensando en el despertar de sus dueños. Seguí por corredo res y aposentos oscuros. De pronto un resplandor me hizo detener, conteniendo el aliento. Después suspiré sonriendo. Era la luz de una vela frente a la imagen de una Virgen.
Ya alargaba mi mano para coger un florero de plata que tenía a la par, cuando un murmullo me paralizó. Niñito, Niñito Dios. Me latía tan fuerte el corazón que me costaba trabajo oír. Era como una pesadilla. Qué nie pasaba? Estaba en el cuarto de una pequefia. Ni más ni menos. En el dormitorio de una niña, que por desgracia, o quizá para mi bien, se había despertado. Niñito. por qué no contestas. Estás disgustado porque te miro? La vocecita era como un soplo, indeciso, tembloroso, pero me estremecía todo. Cómo hacer para que la pequeña no se diera cuenta? Ella misma me dió la solución.
Si cierro los ojos, Niñito, y me duermo, nie perdonas que te haya visto, y me harás tan buena como Tú. Si. contesté casi sin voz Sí, nenita. Cierra los ojos y quédate quietecita y callada.
Mientras hablaba, miré en derredor, temiendo que alguien llegara. Mis ojos tropezaron de nuevo con los de la Virgen. El juego de la llama hacía moverse las sombras en su cara. Claramente vi correr lágrimas por sus niejillas. Sentí una emoción tan honda, tan viva, que hasta dolió en mi carne, como si algo se rompiera dentro de mí. Me harás buena como tú.
Eran como un haz de luz esas palabras, y me deslumbraban. Aturdido, con un extraño malestar que me hacía odiar mis principios y a mí mismo, apenas oí de nuevo la vocecita.
como música del cielo, tan fina, tan intima, tan llena de fe. Me trajiste todo, Niñito? Perdona.
Pero estoy tan feliz, que no me puedo dormir. Verte, verte a la par mía. Dónde estan mis juguetes?
Una piedad enorme me envolvió y se penetró por todos mis poros. Comprendí la negrura de mi alma, y lo fácil que es tenerla pura. Puse el saco a los pies de la cama, y Aquí tienes, pequeña pude apenas balbucear.
En la huída me pareció que se hincaba a darme las gracias. Oh Dios! En mi vida fué la primera vez que lloré. Bendita sagrada agua de mis lágrimas que lavó mis pecados.
iFué como volver a nacer, esta vez a una vida honrada a carta cabal.
San José de Costa Rica. 1950 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica