REPERTORIO AMERICANO 277 Dr. García Carrillo amarillenta pacen las ovejas.
No cansan las aguas del Tutuvén, y la arena, molida durante siglos y atemperada por el sol, también atrae.
Tendido en ella fumo. Sobre mis ojos danzan los colores. Poco a poco soy arena, leña seca, hoja muerta. El silencio adormece mis sentidos.
Pero el Tutuvén no acepta mayor silencio que el suyo. Es en esa circunstancia cuando da a entender parte de lo que le concierne, sin palabras, sin voces, más bien metiendo su embrollo en nuestra cabeza.
Le gusta suponer que uno se pasa mirando la parte alta de sus riberas. Parecería que eso es lo que más le afecta. Su embrollo, si a uno 12 diera por hacer de intérprete de los ríos, habría que explicarlo con palabras semejantes CARDIOLOGIA (Radioscopía y Electrocardiografía. METABOLISMO, VENAS VARICOSAS.
Después de ir de una calle a otra, durante una hora, sortear montañas de escombro y tener ante los ojos cabezas vendadas, individuos que cojean, llegamos al fundo donde veraneaban los míos. Nos abrazamos sin decir palabra. Habían escapado al derrumbe de la casa sin más quebranto que el pánico. Pernoctaban junto a las ruinas.
Debimos quedarnos una quincena porque los trenes conducían sólo heridos y personas sin recursos.
De día vagábamos por las colinas y los caminos rurales. Solíamos asomarnos al pueblo, a lo que quedó, impulsados por la atracción que ejerce en el espíritu cualquier trastorno.
Ver calamidades no impresionaba, pero sí me conmovió la vista de una gran bodega casi derruída. Contuvo inmensos fudres, rotos ahora, cuyo vino rojo iba empapando el denso polvo de la calle como si fuera sangre.
Por todas partes había viejecitos ensimismados ante las que fueron sus casas, y gente sin rumbo que erraba hasta la noche.
La noche no era muy amena. Desaparecía la luz solar y comenzaban los tiros. Desde nuestro albergue; a una cuadra escasa del Tutuvén, sentíamos como se disparaba por el contorno.
Más tarde el río era atravesado por caballos y merodeadores. Había que dormir con un solo ojo. Por qué los terremotos ponen en efervescencia los instintos menos poéticos?
Sus teléfonos: 1254 y 4328 EL GREMIO a estas: ANTONIO URBANO TELEFONO 2157 APARTADO 480 Almacén de Abarrotes al por mayor San José Costa Rica X Corre el Tutuvén entre dos colinas doradas. Visto desde lejos tiene color gredoso, ingrato, que no invita a sumergirse en él. Es su defensa. Igual que los hombres que van o vieden por el rulo, silente cumple su destino de irse y permanecer.
De cerca, al borde de sus aguas, el color es transparente y fulgura como una masa de vidrio líquido. El duro sol, que calcina la tierra ondulante del contorno, entibia su caudal. El Tutevén se va, se escurre sin ruido, como los hombres que siembran, ven germinar el trigo, sienten alzarse la mata de garbanzo o crecer, achaparradas, las verdes parras y cosechan y vendimian sin canto ni alharaca, acaso para continuar fieles a la consigna chilena de ser quitados de bulla.
Con todo lo tibio, lo dulce y acogedor que es, parece el Tutuvén un río gastado, porque su cauce es muy hondo y la masa de sus aguas apenas se alza del lecho. ratos dan ganas de pensar que el sol se lo ha estado bebiendo durante siglos; pero el Tutuvén corre conteniendo la respiración, disimulándose. El vivirá sin quejas ni lamentos el tiempo que le está señalado. los íntimos les dirá algo y achacará su escaso volumen a los años. Mas, nunca confesará la causa verdadera. En esto observará el mismo principio que el chileno apuñalado: ni al juez ni al policía dará el nombre del hechor, pero de tarde en tarde mejorará el filo de su puñal, y alguna vez ¿cuándo vence el tiem.
po de la venganza. devolverá la puñalada con una o dos de llapa. trechos, en las altas riberas del Tutuvén, crecen unos pocos álamos. Ellos sí que conversan cuando sopla el viento de travesía. Mayor razón para que el río haga su viaje como un ausente, para que enmudezca como si no fuera río sino piedra.
Empero cuando el sol pega fuerte, y el Tutuvén está embargado por el recelo, algo insinúa, algo da a entender, Uno se acuesta, desnudo, en su fresco y mullido lecho. Allí se queda mucho tiempo. En el cielo juegan unas pocas nubes blanquísimas. En la colina Sí. Claro es que llegué hasta el pie de esos álamos, pero eso fué antes. también, eso sí que en invierno, me di el gusto de hacer mi inundacioncita colina arriba. pero. qué no pasa con el tiempo? Cuando yo era un río indio, un verdadero Tutuvén, estaba er toda mi fuerza y podía hacer muchas niñerías. Entonces no me atravesaban así no más las carretas chanchas, no se acercaban las ovejas ni los quiltros. a todo esto ni una palabra sobre el sol, como si no fuera cierto que se lo está bebiendo desde hace siglos. Pe.
ro uno pierde la fuerza. Además, tuve que hacerme chileno cuando ya era viejo. Créaine que no me ha ido mejor. Cierto que entre indio y chileno no hay mucha diferencia, pero es un cambio. He ido bajando sin bulla. Además, me digo. qué tanto queda por ver? Siempre son las mismas parras, el trigo, los garbanzos, la lenteja y su poco de huerta. Para esto todavía sirvo. Allí me llevan en gamelas, en barriles, y crecen, a su debido tiempo, la cebolla, el tomate, la lechuga y todas esas frioleras gratas a la gente.
Uno envejece, pierde fuerza, se encoje. Sin embargo, mientras alienta no desaparece la posibilidad de ayudar. Ahí tiene los árboles: Si están verdes, dan sombra, amén de otros bienes menos preciosos, y muertos, o secos, calientan al ser humano, qué sé yo. Ahora vienen aquí muchas mujeres. Se arremangan sus faldas hasta la cintura y lavan. Cuando era cau.
daloso no habrían podido hacerlo. Hablan de que en otra agua no queda la ropa tan blanca.
Debe ser pura habladuría. pero siempre se está hablando. Los hombres vienen más raramente. Tal vez les detiene el cuento de que se casa con cauquenina el que se moja en mis aguas. el Tutuvén continúa su monólogo media colina Carmen grita. Que vengan a tomar once. Están servidas!
la fidelidad, la consecuencia, les da un sentido de adhesión no razonada.
Si sobreviene un cataclismo, pongamos por caso el terremoto, es seguro que no se alegrarán, pero tampoco se arrancarán los cabellos ni los embargará el llanto. Mirarán los escombros, buscarán herramientas y comenzarán a despejar el terreno pensando en que el viento y la lluvia no son invenciones. Es posible que sientan de rebote un silencioso alborozo porque podrán levantar la nueva casa en el sitio preciso.
Frente a las ruinas, los hombres del Tutuvén exclamarán. Bueno con el temblorcito! comenzarán a reunir los palos no dañados, irán apartando los terrones, las tejuelas intactas y salvando cuanto pueda servir en la nueva casa. Es previsible que también digan. Harto había durado la pobre!
Así quitan prestigio al terremoto y terminan por convencerse de que las habitaciones cayeron por una razón misteriosa, barruntada de antes por ellos. Así el cauquenino y los chilenos de otras partes hacen frente a la tragedia.
Cuando la han dominado, o cuando han medido la extensión del desastre, expresan su opinión. Bien mirado, se puede decir que no es para tanto! X Los hombres, que viven cerca o distante del Tutuvén, son en jutos. El sol los consume y envejece. Andan lentamente. Apenas si cantan, pero ellos dominan el campo e imponen su paciente voluntad al rulo. Un año y otro siembran, cosechan y vuelven a sembrar, aunque el provecho vaya a manos de hombres que viven en las ciudades. Mueren unos, y otros toman la pala, conducen la carreta o llevan el arado. Es así la ley de la tierra.
Los hacendados suelen sentirse presas del hastío y abandonan las rubias colinas. Eso no deja de repercutir en el campo, porque cesa la creación y el trabajo languidece, pero el pobre no tiene tiempo de aburrirse, aunque realice sus faenas a lentos pasos. La tierra les infiltra Ese juicio es su respuesta a las mujeres trajedizantes. el siguiente cierra todos los labios. No habría sido peor morirse?
Los hombres del Tutuvén, sin confesarlo, dan a los elementos, a los más desconcertantes fenómenos telúricos, ciertos atributos humanos.
Les suponen conciencia, les atribuyen voluntad.
Quizá si para ellos el nombre Terremoto corresponde al ser desmesurado que produjo la caída de tantas casas y la muerte de tantas personas. Al disminuir el efecto de sus devastaciones pretenden más bien desilusionarlo (tienen la certeza de que el ser terremoto está en reposo, plegado, mimetizado, en cualquier inmensa hondonada. infiltrarle el convencimiento de que eso, el espantoso remezón, es Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica