REPERTORIO AMERICANO 267 Un oleaje lentísimo, un rescate de colores y dorados vegetales, hierve y teje nuevo teatro del que siempre eres bocado. las semanas sin alforja, esa vida enjuta, hermanos, donde al mandato del dios, todo horizonte es enredo, toda tarima velorio.
sin Apenas se entrelazaban, apenas toro y sol eran caricia, mitad muy lenta, cuando ya de las parcelas y los surcos de sus manos se asomaban espumosos los cimientos de los ajos, y temblaban sus varitas con ambiciones de espada: todo lo que de sus manos se apoyaba contra el tiempo iba de lo verde al fruto, de lo inédito al sustento con sandalias verticales; sabía las cantidades neumáticas de la leche. el volumen de las aguas en la lengua de las nubes; era el rey de la mañana y el príncipe del ocaso. Quién mejor a la piñata, a esa piñata de aullidos que es el puerco cuando cuelga de sus dos patas traseras. Adónde igual curandero o arquitecto de paja, ni quién mejor decidiera traza y volumen de establo?
Agapito trabajaba como si una ley alegre le hubiera pedido tanto.
Padre que estás en mi tierra. por qué tu finca no fué suficiente para el hambre. Por qué, pues tu corazón es de materias enormes, no has podido compartirlo?
Eras dueño de tan poco!
Te veías obligado a ganar en oficinas lo que la caña no daba, que la caña no da nada, a menos que la mantengan bueyes, esclavos y sangre.
Agapito trabajaba parte del mes y del año, que otro oficio llegara a evitarle sus congojas, y al terminar sus faenas se preparaba a perderse en las enteras montañas donde se funden las luces en penumbras boquiabiertas y se cubren los sucesos con un plumaje olvidado.
Iba en busca del palmito, dejando como señales de una ruta en telaraña, sus trampas de caña brava para atrapar al jilguero.
Ibase solo, descalzo, el único sin olfato en las regiones de acecho; las maravillas del musgo le rodeaban gota a gota, y motores enjaulados por linderos de equinoccio le llenaban la cabeza de rápidas soledades.
En el silencio afelpado de la oficina del tigre, los timbrazos de las lapas, los teléfonos del mono suenan de pronto, se esparcen a la distancia del miedo Todo es pulso repentino, todo es hondo, todo aguarda con su gruta de resina, con su corazón de plumas y el olor de las maderas friolentas, anaranjadas.
El hombre trae su lumbre, sus hachas, luego su adobe, pero antes de comenzar la faena de sus uñas, medita en lo que hace el riesgo de su valor solitario, pues en aquel universo un descuido es su pantano y el sueño su bestia propia.
El campesino es paciente, muy paciente el campesino, sólo que cuando sus niños se aduermen bajo las cruces blancas y negras del calcio, cuando acaban los pulmones, el arado, la sangrita, las madres y su paciencia, cuando la fiebre adormece a los doctores puntuales, y en los hospitales cierran las paredes y las puertas y en apuros andan todos, sucede que de perplejo, de olvidado, de burlado, entre cuna en agonía y féretro en nacimiento pasa de paz a guerrero con clarísimos desvelos, y vuelca en toda la noche los lodazales del iris, anegándose de risa con los dientes apretados, rompiéndose todo el sueño con sus resultas acciones.
Anda cercano el futuro pero nadie se lo muestra, y Agapito lo interpreta sin timón y sin defensa.
que nacimientos empujan a ciegos, viejos y niños y la muerte va cambiando hasta la carne interior del espejo escrito en uno.
Lenta mañana, ganada con el sudor de los huesos, lenta mañana perdida en quietos antepasados, en campanas difundidas, y en la cárcel del canario que a media noche cantaba como una luna con arpas; lenta mañana mugiente, hostia sin dios inventado: colocado en tus dolores, peón de mi padre Agapito!
Qué bien marchaban aquellas dos hectáreas siemprevivas!
Del durazno blanquecino goteando cristal y goma hasta el último racimo elevando su cornisa por encima del ambiente, todo se hinchaba de jugos y ráfagas embebidas, todo era un dulce manar y un paciente recoger: amistad de de raíces, comunión desde la savia, y aleación en las alturas. Cómo en tan pequeña esquina de la tierra tanto abono, tanto navío en los vientos, tantos óbolos de golpe, tanta anadeja en el agua?
Yugado reino, que es libre únicamente al sudor cuando los hombres se entienden!
No les hablo de utopías: se difunden los tesoros para el dueño de los látigos, y el espolón de las flores para el tirano sombrio: no quiero yo esa utopía que pintan los mundos rotos.
Agapito regresaba a su casa, a su mujer, a su niño y su vecino con pulmones de intemperie.
Su mujer ya lo esperaba con un nudo en la garganta, y al verlo venir cargado, sudoroso, casi viejo, algo tan tierno sentía que sus lágrimas buscaban los dientes de las sonrisas para que el pobre no viera sino alegría en el rostro. bien que les iba a veces!
Si en la capital lograba vender al azar sus pájaros, podían vivir un tiempo sin pedirle pan al santo ni prestado al carnicero, y relegar al olvido Por debajo de los puentes corre el agua, y por encima el maldiciente rumor de que en casa de Cascante se fabrica el contrabando. Qué decís vos, será cierto. Yo la semana pasada lo ví pasar a caballo rumbo a los Desamparados.
Sin coches y sin aviones corren y vuelan las lenguas.
El Resguardo recompensa a quien susurre en su pecho que en casa de Fulanito se fabrica el aguardiente, porque el Gobierno, que es probo, reserva para sus criados espirituales tareas y muy benditas acciones. Monopolio verdadero de mentiras y de engaños!
Se encarcela al que fabrica, se encarcela al que lo vende, se encarcela al que lo bebe.
pero eso sí, los agentes oficiales se reservan la producción esmerada, científica, pura, exacta: nada de latas usadas ni cachivaches siniestros destilando su veneno de anís, naranja o guayaba; por el contrario, el Gobierno ha elaborado su industria de una manera moderna, y esta acción se lleva a cabo por la limpia y correctísima conducta de sus sirvientes. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica