REPERTORIO AMERICANO 29 DE REGRESO Para Mario Monteforte Toledo.
Algunas poesías Iba poniendo hojas de mirto en el crepúsculo con su saloma de llanto.
de CHANGMARIN, poeta panameño. En Rep. Amer. Vino al pueblo trayendo su alegría pero volvió llorando.
Pero anoche eran los perros más tristes de la tierra; los perros más azules: los más grises; los más huérfanos; los más perros.
Labrizgo y buen poeta, CS como tantos. la salida del pueblo cantaba y nadie le escuchó su canto.
Llevaba su alma campesina casi arrastrada al campo.
Qué manera de gemir.
Ladraron todos, todos.
como ladran los hombres cuando sienten irremediablemente perdida la esperanza.
Noche sería cuando llegó a su choza de albahaca y de mastranto.
Mes de Octubre, alta noche, y en mi calle todos los perros del mundo se quejaban.
Iba poniendo hojas de mirto en el crepúsculo con su saloma de llanto. Oh vigilia pegada de mis ojos.
martirizándome despiadadamente. Al fin la estrella del día vino a mi barrio!
Vino al pueblo trayendo su alegría, pero volvió llorando.
DE AL PIE DEL CREPUSCULO. Para Alfonso Reyes.
Ya la lluvia corrió por los zanjones.
Ya despiertan las aves, los obreros.
For las montañas huye fugazmente la noche.
Alguien se espanta, alguien clama, grita.
iluyen los perros grises en la madrugada.
Sobre el arroyo herido por la luz de Marzo hunde el hocico febril la vaca turbia; luego pasa el alcatraz herido; be oye un suspiro y una saloma agreste, clara y ruda.
En la acera.
Ay. yace una perra destruída!
Changmarín Viene el murmullo de la mañana.
Visto por Olivardia.
Santiago. 1949.
Atardecer.
El algarrobo amargo se desploma.
Sigue el agua su curso ensangrentado.
Se oye una copla; Lambién el llanto triste de algún niño malárico, y la protesta campesina de las aves. Cómo llovía sobre las flores y sobre la calle paupérrima. Qué gritos parecidos a la muerte. Qué llantos retorcidos. Qué amarguras!
iQué desolación. Qué lejanía. Qué angustia tenían los perros de mi calle!
Madre mía, ya no se oyen los ladridos estr dentes, pero siento emerger de mi estómago vacío un ronquido que crece incontenible; un grito.
по.
un ladrido. desde ntonces vengo, calle abajo, ladrando desde adentro, como ladraron los perros de mi calle aquella tristísima noche del invierno.
Aún el sol alumbra.
Aún la saloma.
Aún la vaca turbia Lunde el belfo de oro en el arroyo; éste huye asesinado entre las rocas.
El lucero cazador dispara, y una paloma cae rodando entre las ramas.
Yo los conozco a todos: largos y flacos, desdeñosos, con sus acuosos ojos vagabundos.
y sus laxos miembros derrotados.
Santiago de Veraguas. Panamá.
ANOCHE LADRARON LOS PERROS (En la muerte de una perrita cualquiera)
Los Derechos del Hombre Por el Prof. QUERO MOLARES (En el Rep. Amer. Para el Presidente Arévalo.
Ladraron los perros anoche.
Toda la noche, madre mía, toda la noche.
No los pudiste tú escuchar; ya tú no puedes, como no puede el viejo zapatero, como ya en esta calle nadie puede.
Hace poco más de un siglo, el sevillano Cueto escribía, como la cosa más natural del mundo, al trazar con ágil pluma la biografía del conde de Toreno: los derechos del hombre y otras palabras de difícil inteligencia alucinan el entendimiento de los más ilustrados bombres de la época. Se le antojaba a Cueto que la vorágine levantada media centuria antes por la Revolución francesa al romper los moldes de la tradicional organización política era elucubración enfermiza de inteligencias sugestionadas por la novedad de unos principios, cuya virulencia había conducido a la guillotina a reyes, nobles y revolucionarios, sin distinción.
grafo del conde de Toreno, no obstante la abundante tinta que ha corrido por el mundo con motivo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre adoptada en París por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. La noción de derechos del hombre se ha enriquecido y clarificado con el tiempo. Tiene hoy un marcado sabor social sin haber perdido su original carácter político. Todo el mundo sabe lo que quiere decir cuando los invoca y sin embargo, la Humanidad sentía el apremio de definirlos nuevamente. Qué calle. qué dolor!
Toda la noche ladraron.
Intermediaban los llantos de los niños enfermos, de los chicos de la calle más pobre del pueblo.
En mi asqueroso lecho de madera despertaba a cada rato asesinado por los gritos de los perros.
Las tejas se rompían. en mis turbias pupilas se quebraban estrellas con luceros miserables.
LA DECLARACION DE PARIS más de ciento cincuenta años de distancia la perspectiva ha cambiado, aunque unas mismas exigencias se mantienen firmes. Por esta razón, a nadie se le ha ocurrido enunciar ahora un pensamiento semejante al del bioLOS MODERNOS INQUISIDORES Al lector centroamericano que vivió libre de la ocupación enemiga, pudo parecerle esta cxigencia menos inmediata. Pero, en Europa no y especialmente en Francia. Escasos días se cumplen hoy que el general alemán von Choltitz, último comandante militar de París, revelaba en sus memorias que ven la luz Fué un tormento nocturno.
Ladraron toda la noche. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica