166 REPERTORIO AMERICANO QUÉ HORA ES. Lecturas para maestros: Nuevos hechos, nuevas ideas, sugestiones, incitaciones, perspectivas y rumbos, noticias, revisiones, antipedagogia.
ON 11 Inauguración de una Biblioteca veracruzana Palabras constructivas de Gabriela MISTRAL (En el Rep. Amer. Una biblioteca es un vivero de plantas frutales. Cuando bien se las escoge, cada uno de ellos se vuelve un verdadero árbol de vida adonde todos vienen para aprender a sazonar y a consumar su bien.
Lo mismo que en el vivero, no hay en las bibliotecas plantas iguales aunque las haya semejantes, porque la biblioteca es un mundillo de variedad que no debe cansar nunca. Aqui están los fuertes y los dulces, los cuerdos y los desvariados, los serios y los juguetones, los conformistas y los rebeldes.
Una biblioteca es también un lindo coro de voces: ninguna de ellas desde la más aguda a la más grave, es igual a la otra, pero hasta las contrastadas acaban reconciliándose dentro de nuestra alma, gran reconciliadora. Lope y Quevedo que se pelearon bastante aquí estarán tocándose con los codos y nuestro padre el Dante, el desterrado, conversará con sus propios florentinos de los cuales divorció sus hueSOS.
Hasta puede decirse que una biblioteca se parece, a pesar de su silencio, a un pequeño campo de guerrillas: las ideas aqui luchan a todo su gusto. Nosotros, los lectores, solemos entrometernos en la brega sin sangre, pero lo común es que asistimos sin riesgo alguno al espectáculo gratuito y que enciende hasta a los tibios.
Los más acuden a una biblioteca por encontrarse a gentes de su credo o su clan, pero venimos, sin saberlo, a leer a todos y a aprender así algo muy precioso: a escuchar al contrario, a oírlo con generosidad y hasta a darle la razón a veces. Aquí se puede aprender la tolerancia hacia los pensamientos más contrastados con los nuestros, de lo cual resulta que estos muros forrados de celulosa trabajan sobre nuestros fanatismos y nuestras soberbias según hacen la lima alisadora y el aceite curador.
Pero sucede también que, en ocasiones, tenemos aqui gozosos encuentros: eso pasa cuando nos hallamos con hermanos nuestros que vivieron lo mismo que nosotros vivimos y que se nos parecen como la gota a la gota de agua.
Por parecérsenos, ellos nos dan todo gusto y después de haberles oído volveremos confortados a nuestras casas y nunca más nos sentiremos huérfanos. Una biblioteca es también el barco de Simbad el Marino o la mula de los Marco Polo, o el asno de Sancho: cada libro, bien mirado, es una aventura mental, que a veces, por lo vivida llega a parecer física. Como la gente de la provincia son sedentarios forzados, personas no navegadas, casi unos prisioneros de pies cortados, la caminata y la navegación se la conocen solamente gracias a los Sven Hedin o las Selma Lagerloff, o por vuestro Mariano Azuela, vuestro Guzmán o por el Martín Fierro o por Benjamín Subercaseaux. Qué fiesta! Vamos atravesando sierras, desiertos, cordilleras o mares frenéticos. Bastan unas pizcas de imaginación o de mera buena voluntad para hacer el viaje de bracete con el andador o jinete y esto es llevar compañía grande, pues hasta el Lazarillo de Tormes y el Periquillo Sarniento son personas de toda calidad, aunque vayan despeinados y en harapos o tengan la lengua alacrita de más como Quevedo. Una biblioteca, en ciudad pequeña, puede volverse, mejor que en ninguna parte, corro familiar de niños lectores o auditores y. frecuente tertulia de adultos. Ella puede salvar a los hombres de la cantina mal oliente y librar a los chiquitos de la jugarreta en la vía pública. Pero el arte del bibliotecario es difícil: él tiene que crear el convivio de sus lectores en torno de unos anaqueles severos y fríos y el nuevo hábito le costará bastante basta que quede plantado sobre la piedra de la costumbre vieja, que es muy terca. Para llegar a esto, la biblioteca de la provincia ha de volverse cosa viva como el bracero de nuestros abuelos que llamaba a la familia con sus brillos y su oleada de calor. La vida de las poblaciones pequeñas es un poco laxa, apática y mortecina. Los centros creadores de calor humano son en estos pueblos la escuela, los templos, la biblioteca. Si todos ellos colaborasen, no habría poblaciones indiferentes y sosas. Es preciso que el bibliotecario luche con la desabrida persona que se llama indiferencia popular.
Cuando la biblioteca es primera y única, los visitantes miran con desasimiento estos anaqueles alineados que se parecen a los nichos del cementerio. Entonces, hay que calentar los rimeros de libros hasta que cada uno de éstos cobra bulto y calor de seres vivos.
Son el bibliotecario o la bibliotecaria quienes irán creando la tertulia de los vecinos en esta sala: ellos darán alguna reseña excitante sobre el libro desconocido; ellos abrirán la apetencia del lector reacio, leyendo las páginas más tónicas de la obra con gesto parecido al de quien hace aspirar una fruta de otro clima, hasta que el desconfiado da la primera mordida. las frutas se parecen por ejemplo los libros de poesía: vuestro López Velarde vale por un tendal de fresas y Díaz Mirón por una granada recia y fina. veces sin leer ningún texto, una biografía corta y movida despereza la curiosidad del lector hacia el autor remoto o el libro duro de majar.
Las bibliotecas que yo más quiero son las provinciales, porque fuí niña de aldeas y en ellas me viví juntas a la hambruna y la avidez de libros. Por esto mismo, yo vine a tener de adulta las fábulas que se oyen a los siete años, y hasta la vejez dura y perdura en mí el gusto del cuento pueril y del pintarra jeado de imágenes y me los leo con la avidez de todos aquellos que llegaron tarde a sentarse a la mesa y por eso comen y beben desaforadamente.
Aquellos eran otros tiempos y en las quijadas de la cordillera el único libro era el arrugado y vertical de trescientas y tantas montañas, abuelas ceñudas y que daban consejas trágicas. Crear el convivio de que he hablado en la biblioteca es difícil, yo lo sé por mí misma, pero eso al fin se logra, cuando el bibliotecario tiene el don de saturar el ámbito de confianza y de retener en torno a las mesas a mozos y viejos. Pero yo no conozco gente alguna tan bien dotada para dar y recibir la confianza como vuestra raza, tan galana de lengua además, y con la voz blanda tras de la cual se sigue como por un campo de trébol. Yo me conozco esta operación invisible del encantamiento por cuanto soy una que comió en vuestro México las mieles de la amistad rápida que sabéis dar y que ha celebrado siempre vuestra magia verbal, la cual resbala lo mismo de la boca de la madre hacia el niño que de la boca del hombre rural a quien se pide una noticia en la ruta. La empresa de crear un convivio en esta sala de lectura no resultará pues, muy larga y una vez ganada, ella caminará sola según la naturaleza de vuestro pueblo que, en creando una tradición no la suelta más. Habéis puesto vuestra biblioteca bajo el patronato de un Presidente civilizador, don Miguel Alemán. Aunque mucho amemos los libros, bueno es darse cuenta de que no se civiliza solamente con ellos, sean de ciencia teorica, de filosofía o de letras: pobre civilización sería aquella que no asentase pie sobre la costra del mundo y tuviese la boca sólo llena de textos recitados.
Vuestro Mandatario ejerce su oficio de civilizador por vías muy diversas y que sorprenden por su variedad, a causa de que estamos habituados a que los hombres de mando den como en las dietas el plato único de la polí.
tica oral y estén vueltos hacia ella como al idolillo de jade.
El Presidente de México parece detestar la tierra baldía y con harta razón: ella nos parece fea y odiosa, aunque no sea otra cosa que un espacio terrestre ofendido por el abandono del hombre. Ustedes conocen suficientemente su drástica decisión de cancelar el desierto del Norte hasta volverlo una tierra normal sustentadora de hombres felices, y mejoi que eso conocen su empeño testarudo de llevar el agua de la vida hasta las riberas altas de vuestro Papaloapan, río a la vez dado y esquivo, gozoso de ver y malo de aprovecha, dádiva providencial pero hasta ahora ineficaz para sus propias orillas.
El civilizar en nuestra América consiste en mudar sobre el semblante de cada patria las facciones bárbaras o ayudar a desperezarse a sus miembros afligidos, trocando las arideces Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica