62 REPERTORIO AMERICANO In memoriam Envío del autor. Arequipa, Perú con la ternura con que se deja llorar a un niño. la vida era como un río, un ancho, un interminable rio.
Tú estás aquí, papá, detrás de mí leyendo estas líneas. yo siento inclinarse tus ojos sobre mí como la sombra de una mujer amada que se fastidia de mirar renglones negros que van juntándose como los surcos, bajo los pies de toros aradores de versos. tú lees ahora lo que digo de ti, lo que de ti tengo en el corazón para ti, y lo sabes aunque no salgan versos.
Porque tú no leías nunca lo que decia de ti en el mundo y lo que el mundo mascullaba de mi, de tu hijo.
Tú sabes que cuando acabaste de morir, a mi me entró una fiebre de hacer, de moverme, de echarle llave a todo como si la muerte me fuera a robar todas las cosas. siento un poco de vergüenza si te digo que sentí como una paz, como si tus ojos descansasen de mirarme, como si no pensases ya más mal de mí.
Se produjo como un alivio en la tierra que yo iba a poner sobre tus ojos que siempre me miraron por la espalda, sobre tus ojos que nunca supieron mirar mi porvenir.
Don Juan Manuel Polar, tu amigo Don Juan Manuel, el pacpaco, con su pañuelo blanco en la mano, como si en la mano tuviese tu vida comenzó a hablar El me está oyendo, él está aquí, delante de nosotros, presente más que nunca, y ausente más que nunca, porque Manuel María se ha ido para siempre y para siempre se ha quedado en nuestra vida, en nuestro recuerdo, en las calles de nuestra ciudad, en nuestra mente. hay que decir palabras que digan lo que fuiste, Hay que perorar ahora, cuando calla el labio, y se marchita la luz y se seca el tailo. es necesario que digamos algo, ya que te has callado, y no ha venido siquiera tu caballo. las primeras palabras de mi mamá se me clavaron, las recuerdo: Ahora podré cortarme las uñas.
Le habían crecido tantos días de morir a tu lado, de consumirse dándote la misma medula de su vida, tantas noches de despertar como si ya te hubieses ido, despacito, sin decir nada, en puntitas. Le habian crecido como les crecen las uñas a los muertos. Pero, Dios Santo! de dónde sacan tantas fuerzas las mujeres, para estarse así esperando que la muerte venga, y que la muerte se lleve lo que es nuestro, lo más nuestro, lo que nosotros hemos amado comb una herida?
Por eso, y desde entonces estás hablando en mi, siendo mi voz, siendo como el que habla y planta en la tierra una planta o una casa. yo sentí que mientras hablaba don Juan de la despedida, alguien más valiente que yo, quizá tú mismo que siempre fuiste valeroso, me abrazaba por la espalda y me confortaba y me mantenía erguido.
Eras quizá tú mismo, padre, tú mismo que tenías madera de árbol, ramaje de árbol, gajo de pájaro. yo me senti tan pobre de ti, tan compadecido que hubiera alzado el alarido y hubiera llamado al hombre, a todos los hombres asesinos. comenzaron mis primas a vestirte.
Porque es necesario que la muerte nos arrastre vestidos con un vestido nuevo.
Yo logré ver un pedazo de hábito de San Francisco, y un Cristo de lacon, hueco, inútil, seguramente sonoro, con los brazos siempre abiertos sobre las velas tiradas en el suelo junto a las flores que comenzaban a llegar.
Seguramente estabas serio, tú que fuiste siempre un hombre serio.
Dos focos mas bien brillaban ya en las manos del Cristo, en esas manos que horadaron los judíos, dicen que por no querer contar los centavitos. ciertamente desde entonces no soy más que un alarido, un alarido hacia abajo, hacia lo hondo, hacia el suelo, como si en el suelo fuese a encontrarte un dia, como si escarbando con cantos, con palabras, con amargas palabras filudas fuese encontrar las huellas de tus pisadas, fuese a encontrar las silabas de esas palabras que guardabas.
Mi hermana Lelia fué a arrodillarse a tus pies diciendo, sollozando como ante el pan del Señor. Está calientito, todavía, está calientito! estás calientito todavía, y el calor de tu vida se ha quedado con nosotros, no se ba ido.
Pero. qué hace uno, un hijo, frente a su padre muerto?
Mejor es irse, porque ni siquiera tiene uno valor de mirar, anda que anda, y el rumor del agua en la acequia que pasa frente a la casa, me está diciendo que ahora vas a estar cerca del agua, cerca de todo lo que no he podido poner en mis palabras.
Tú vas a saber mejor que yo ahora la raíz de las cosas, y porqué salen rosas de los tallos y porqué salen palabras de las congojas. después de que te fuiste acompañado de tus cornetas, de tus soldados alegres como si fuesen de parada, me vine solo, más profundamente solo que el primer hombre que abrió sus ojos a los días.
Solo.
Andando sobre mis pies, sobre todos los recuerdos mios, cargando el peso, todo el peso de un vacío tan grande como el mundo, tan fértil como la entraña de la tierra, que está siempre rehaciendo sus pétalos con huesos.
Pero qué orgulloso de caminar así solo, apoyando tan sólo mis hombros en mí mismo.
como si en mí te llevase a ti, a tus huesos, a ti todo.
Al día siguiente supe que el gallito ajiseco, ese que llamábamos el gigante. habia muerto, había nuerto en el cuchillo sucio de la Rosa, de esa estúpida Rosa, la cocinera de zapatos torcidos, de pensamientos torcidos, de todos sus hijos, torcidos. asi mi pollo ajiseco, mi lindo pollo de plumaje candela es el único que contigo se ha ido: valientemente te acompaña como un ordenanza encendido. yo lo quería como a ti, pero ya no lo veré crecido.
Después, al otro día, es decir mil días después, te llevaron con músicas, te llevaron como se llevan al Cristo, con bayonetas en las orillas y cornetas.
Las lágrimas caían de mis ojos y yo no tenía vergüenza, vergüenza debían tener los que robaban la luz de mi día.
Lloraba dulcemente, amargamente por ti, por mí, por todo lo que tú fuiste y yo no he sido.
Lloraba porque tú supiste sembrar lechugas y tomar las torre, porque sabías echar al vuelo las campanas con las balas.
Por eso te ibas cor: cornetas y tambores de voces veladas.
Era yo entonces como un niño al que miraba llorar, al que dejaba llorar yo mismo ya no hay más palabras, porque los ojos se mojan y nos riegan la cara como el rastrojo. sólo hay remordimientos, tantos malos pensamientos como cuervos. uno se dice, uno, el hijo de un padre que muere viejecito. Señor, y no haber sido con él más dulce, pero muy dulce como si yo no existiese ante él, y no fuese hombre como él sino sólo un tallito, una pequeña corriente que acrece el caudal de su río. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica