FootballSandino

REPERTORIO AMERICANO 139 mo complemento del valor personal y de la simpatía! Parecía hosco. Era timido. Una vez roto el hielo, era una cascada de comparaciones ingeniosas, de agudezas, de frases que hacían pensar. llevaba la amistd hasta batirse por el ausente ofendido en su presencia o hasta sacrificarse por evitarle un quebranto.
Quería a los suyos con ardor. era que rido por ellos, y por todos en la forma a que se hacen acreedores los que pasan por la vida sin hiel en el alma, regando la semilla del compañerismo y del afecto. En este dolor que nos causa la noticia increíble, cuando todavía no acertamos a darnos cuenta de lo que hemos perdido, no podemos decirles a los suyos una palabra que medianamente indique la intensidad con que por etapas, como sometidos a diferentes presiones, esta mos sintiendo la dureza del golpe. todos los confundimos en un abrazo estrecho, para significarles que al decir los suyos nos metemos entre ellos, haciendo varoniles esfuerzos por detener el sollozo, Nieto Caballero Notas del Week.
el chaleco. El chaleco solo, impúdicamente exhibido sobre la camisa, es el símbolo completo de la barbarie. En la época de Théophile Gautier se pusieron de moda unos chalecos estridentes. El terciopelo vino así a cubrir el vientre de los poetas. Parecían uno de esos gusanos decorativos que ilustran la Enciclopedia Espasa. Al escampar el chaparrón romántico, todos esos corseles cromáticos perdieron su fuerza. Andan por ahí en el bric aqbrac de los museos. pesar de carecer de brazos, son organismos esencialmente declamatorios.
Entre nosotros las mangas de chaleco pudieran representar a cabalidad toda la fiso.
nomía pintoresca de nuestro cachaco de pue.
blo.
Mientras el turmequé no recurra al sastre para la confección de un vestido propio, o bien prescinda del chaleco con perfecto desdén por el pneumococo, el juego nacional será un espectáculo ridículo. Sus equipos darán una impresión de náufragos.
Habría otras apropiaciones metafóricas que hacer sobre la materia. En la politica, en la literatura y en el arte existen también las mangas de chaleco. Se llamian Sótero Peñuela, Enrique Wenceslao Fernández, dos o tres pintamonas de cuyo nomibre no quiero acordarme. terminó así nuestro amigo, el sportman. Manco, jocoso, inacabado, medio profiláctico y servicial, camarada de los catarros, amigo de los fósforos y de las monedas de níquel, carente de toda dignidad, el chaleco es un organismo bufón que exige la noble protección de las solapas. Viene de la página 137)
olor a humo, se cierne el perfume de mil hierbas balsámicas.
El siglo de Ford es impropicio para la hazaña.
Sobre los volcanes patéticos de Centro América ya no vuelan los cóndores, que ahora rastrean en los valles dulces, asustados ante la irrupción del aeroplano.
Sandino, derrotado y solo, entiende al fin la enseñanza del siglo. Un sollozo le hace estallar el cinturón de cápsulas. Sobre el pecho viril rueda una lágrima de vitriolo, luego, con la mano flaca, espanta el hilo húmedo y caliente. Por el cansino tembloroso de música matinal, pasa un caballo, como escapado de la mansa vida de San Isidro. E!
guerrero lo llama y la bestia viene hacia él.
Canta un gorrión sobre la escena. Ahora caballo y caballero forman un solo grupo, que trota hacia el campo, hacia la labranza, hacia la choza que se enreda al cielo con el hump de la chimenea. En el umbral de la cabaña una mujer espera al héroe.
Sandino desaparece, devorado por la naturaleza.
mecieron la cuna y alborotaron la infancia de Enrique Olaya Herrera. Era como una bocanada de la tierra nativa, como la respiración de la gleba materna. En medio de toda esa chiquillería, lujo y voto de una sociedad que se renueva en retoños dorados, el político de la serenidad sajona sintió que los ojos se mojaban de lágrinas.
Sobraba toda palabra. El silencio mordia la escena y se ina haciendo música. niños cantan. Eran los aires de la tierra que en su vuelo tranquilo portaban el mensaje cordial del grande almácigo humano del cual nació a la vida, a la acción y a la lucha el ilustre hijo de Guateque.
La música de Emilio Murillo pasó como una caricia sobre la frente del hombre rubio, le nubló los ojos, vertió sobre el corazón el recuerdo de los dias primeros. Olaya Herrera tuvo una infancia que conoció las fértiles penurias donde la voluntad, como un león, se nutre de sus propias carnes.
Desde Washington hasta Bogotá él había visto las multitudes en delirio. Miles y cien miles de pechos bravos, de melenas revueltas, de puños resueltos se alzaban a su paso para aclamarlo.
El hombre frío no parpadeó una sola vez ante ese mar de ciudadanos.
Pero esto era otra cosa. Era superior a sus fuerzas, a sus reservas nerviosas, a sus programas de control.
Cuatrocientos niños cantaban. cantaban las voces augustas y sencillas del paisaje materno, se hacían miel y se hacían tristeza. Di hombre rubio y fuerte, capaz de decidir en cinco minutos una situación política o una ardua cuestión de derecho, empezó a llorar.
Los niños cantaban.
CUENTOS DE ANDERSEN UNA PEQUEÑA INVECTIVA AL CHALECO La Dinamarca azul y lejana celebra el 125 aniversario de Andersen. Rigurosamente esta conmemoración debería carecer de frontera porque el cuentista de los niños es una figura universal Los cuentos de Andersen, como los bombones, se han hecho para los niños, pero es una cosa averiguada que los aprovechan los papás. El amor por el dulce y el amor por los cuentos se afianzan en el hombre después de los cincuenta años y es que tanto los relatos como las golosinas son, antes que otra cosa, elementos de calefacción. Cuando las primeras friolencias del otoño humano sacuden el espíritu se trata de hacer el retorno a la infancia.
La glorificación de Andersen es más que oportuna en esta época en que ha hecho crisis el cuento infantil. Tal vez si se excep.
túa a Inglaterra, el mundo de los párvulos carece de una literatura específica.
algo más siniestro todavía: ciertas grandes empresas de radio se encargan de facilitar un servicio de cuentos para dormir los niños.
Queda así suprimida la abuela con toda la emoción dramática del cuadro familiar, ΕΙ alto parlante embrutecerá a los pequeños hombres con las aventuras de Fritzi Ritz y de Joe Jinks, preparándolos para la barbarie del box y para los movies.
Entre nosotros, desaparecido don Rafael Pombo, no nos queda un sólo fabulista. Nues tros muchachos hacen su prólogo de literatura coa folletones policíacos y zurdas propagandas de Hollywood. Una infancia así, intervenida por el detective y por la estrella (Pasa a la página siguiente) hay El mayor argumento que puede esgrinirse contra el turmeque, nos decía ayer un distinguido sportman, es que habitualmente hay que jugarlo en mangas de chaleco.
Como no alcanzáramos a entender la fuerza de la argumentación, nuestro amigo nos hizo una pequeña homilia. El chaleco, dijo, es una prenda de vestir rigurosamente intima. En rigor de verdad es subsidiaria de la americana. Du tal virtud un hombre en mangas de chaleco es una caricatura de hombre. Da la impresion de un híbrido, de una pobre bestia inclasificable, evadida de una fauna desconocida. Un hombre desnudo da la impresión de una fuerza bruta, como la de un volcán. El ministro que va de levita a inaugurar el busto del héroe arrastra consigo la dignidad de una civilización que ha hecho de la sastrería su mayor aliada. El sastre es un creadox de riqueza porque valoriza la anatomia humana socializando el eterno esqueleto de que hablaba Barbusse. La camisa es púdica, el delantal y la blusa son dramáticos e ilustran el ambiente de las revoluciones. ΕΙ sweater es mórbido y da la sensación de una cultura friolenta, pero en los campos de foot ball se redimle de esa aureola y le da al jugador una virilidad complementaria. Pero EL SANDINO DE BAGARIA El lápiz mordaz de Bargaria, hecho a las circuncisionees de la política internacional y a la vida circunfleja del vivir español, ha estampado en esta vez la figura de Augusto Sandino, el guerrillero.
De retorno a la faena agraria, dejando atrás los soles epicos, la carabina y el trabuco, el héroe de Jinotega, caballero en un dulce jamelgo, entabla el diálogo con las fuerzas serenas y engañosas de la égloga.
Sobre la cara ruda, como sobre un tambor de cuero, repica la gracia del campo. Sovore las manos avispadas la luz tira guantes de seda. Sobre el sombrero roto, que aun lleva Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica