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REPERTORIO AMERICANO 47 Qué hora es es. Lecturas para maestros: Nuevos hechos, nuevas ideas, sugestiones, ejemplos, incitaciones, perspectivas, noticias, revisiones.
OXXXII Tenía razón mi a buelita el Hombre de Neanderthal hasta Bergson y Marx.
Estalló la guerra, incubada en los libros de cuentos, en una literatura infestada de moral de curato, de para textos escolares, de escribanía policíaca. En cuatro años murieron veinte millones de hombres. La pirámide de sus huesos pudo llegar a la estratosfera, y al lado de ésta la de Tamerlan resulta un dado cargado. Se cantaba a la fuerza, a la Patria (tan a menudo madrastra del grande hombre, hacienda de ricos y bautisterio de nobletes. se escribían himnos al sacrificio, a la Piedad y a la Muerte; como en el tiempo de Hoerner, Alemania lanzaba sus himnos a la Espada; en Francia se atiborraban las prensas en elogios a la democracia del parvenu, del nouveau riche. es decir, con catorce estrofas, un Wilson de chistera y con un soneto de puntos, intervenía con la manguera helada del armisticio sobre la carnicería.
Por RAFAEL CARDONA De El Nacional. México, Mayo 19 de 1935.
NUEVO PRELUDIO Cuando yo era apenas un niño, hojeaba ya, de bruces en el suelo y frente a mi madre que remendaba los pantalones del hermano mayor, bellos libros de estampas, invariablemente europeos. Eran libros luminosos, de colorines serafinescos, con fragmentos de bellos versos famosos y sobre todo cuadros de aldeanas y de héroes, de paisajes nevados y viñetas tricromas en que invariablemente había un gato, un ramo de uvas o un torno medioeval. Esto me daba la vaga sensación de un país muy lejano, donde las gentes eran tan buenas y blandas, ingenuas y confiadas que se reían de Barba Azul. Me encantaban sobre todo los cuentos de Topfer, la escuelita de Amicis, el misterioso y casi mágico rumor de las selvas de Grimm y de Andersen, y las adorables selvas de Turingia en la Alemania de las leyendas de gnomos y de silfos.
Entonces no se ilustraban los libros como hoy, con dibujos cubistas que a nuestros muchachos deben parecerles juguetería recortada: eran figuritas auténticas, con piedad o duelos en el rostro, cofias de lino, delantales de percal y abarcas de madera. Bellos libros de Francia, de España, de Italia, de ese continente que nos preparó en el camino de la razón, el estudio, el sacrificio; que nos habló del desinterés, de la fraternidad sobre una cuchilla de guillotina, del amor con yelmo y coraza, de los filósofos que resuelven el mundo y el conocimiento con una antimonia o un sistema, y que preparó finalmente, un mundo servicial a base de mansedumbre abajo y orgullo arriba.
Europa pensaba yo es el cielo: de allí llegan los hermanitos menores, esas cajas con indefinible olor de manzana y de pino, de aromas vagos y papelitos de colores. Allí los niños saludan a los ancianos, dan la acera a los mayores, no se meten los dedos en la nariz ni silban desaforadamente como los chicos de aquí. Los reyes son unos señores que reparten juguetes a los pobres en Nochebuena, los policías viejos regordetes y gruñones que cuidan los almacenes y los carruajes, y los presidentes, donde los hay, unas nobles figuras calvas, con peritas que hacen cosquillas al besar a los nietos, y que pasan por las plazas entre aplausos y flores. Este niño debiera llamarse Cándido. decía mi abuela amorosa y malhumorada.
escritorio de mi padre, mis hombros no se encogían. Estaba creciendo, me hacía hombrecito, y me alargaba sensiblemente. Decidí leerme una colección entera de novelones chisporroteantes: Los Ultimos Días de Pompeya. Quo Vadis. que mi tía Elena había leído doscientas veces entre suspiros y lágrimas. luego, Los Miserables. Los Tres Mosqueteros. Los Misterios de Paris donde Rodolfo, bienhechor y entrometido, anunciaba ya al actual detective rico. Europa, la antigüedad, el pasado todo, comenzó a mostrarme el rostro de quien tiene arenillas de tolvanera en las córneas. Se esfumó la primera estafa de los cuentos de niños me hicieron bobo, pensaba, me tomaron el pelo, digo hoy, y adentrándome en la cultura europea, llegué a conocer de qué llagas profundas se había hecho toda esa túnica de Neso que arde sobre los hombres de una humanidad con veinticinco siglos de historia, casi toda eclesiástica. La tormenta sobre el jardin de Cándido. pensé más tarde, y esperé a que pasase este preludio de sangre. Pero el cielo se encapotó con una hopalanda carcelaria. Como en las manzanas del Mar Muerto, había dentro de los cuentos de niños, un gusano cataléptico.
Un interregno. Más libros de cuentos para niños. Millones de libros, de sistemas, de glorias y de chispazos, de modas y nuevas danzas, y debajo de todo esto, la barbarie engordando las nalgas del Capital y afilando las uñas de la guerra. Los niños de Europa nacen decapitados. No saben, cuando toman su leche en el biberón de temperatura calculada, si el techo del palacio o de la choza se derrumbará de pronto, con un chillido metálico y bronco. No importa. Sonrien a las Madres y toman su leche. y además, duermen. La niñez es desprevenida y su sueño puede prolongarse con una breve sacudida.
Italia se prepara para cultivar al Africa. El Japón se prepara a fin de proteger al Asia. Los rusos se preparan con el objeto de arraigar más dentro de una ratonera continental; Inglaterra se prepara para imponer la serenidad y el juicio por la fuerza; Alemania hace tronar al mundo con una tenebrosa preparación de inventos en que hay desde el bacilo de Hansen hasta el torpedo de media tonelada y el avión de cincuenta; Francia se apresura a abrir túneles y construir ciudades bajo tierra para los futuros cadáveres del ejército.
Bueno. Se acabó. Mi abuela tenía razón, a pesar de no ocuparse sino de hacerle los cigarrillos al abuelo. Yo me debiera llamar Cándido, como tú, lector que eres Hombre y eres mi hermano.
LA TORMENTA En 1914, era ya un muchacho aprovechado. ceñia lauros líricos en las sienes hendidas por la pobreza, y había leído ya todo lo que es posible leer dentro una carrera de consagración absoluta. Estaba enfermo de literatura, era un bohemio, le cobraba caro las horas a las noches sin cena errando en la sombra y pensando en los maestros. en Nietzsche, en Hugo, en Dante, en Esquilo, en Shakespeare, en un torbellino de nombres y de autores que hace cola la vía láctea desde Para un vestido elegante La Sastrería Grant La que frecuenta la gente de gusto PRELUDIO SITUADA 100 VARAS AL ESTE DEL TEATRO AMERICA Cierto día noté que, cuando leía ante el Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica