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Baroja declara también lo que debe a la época, al clima histórico, el tono lúgubre de su actuación de escritor. Habla, nada menos que de una neurosis pesimista que le sobrecogió, como todos sus contemporáneos. Esta neurosis. si aceptamos su diagnóstico, puso, sin duda, acentos exclusivamente melancólicos a su natural sensibilidad tan castiza, para lo siniestro.
Ahora, en el ir y venir de las generaciones, las cosas han cambiado, la juventud actual, en plena fermentación optimista, más apta que para la critica, para la acción, se revuelve contra los pesimistas de antaño y les echa en cara, con evidente ligereza, su falta de fe paralizante y su débil patriotismo Pero olvidan esos mozos mozos reales o presuntos que la acción no tiene eficacia si no se apoya sobre una crítica severa, la que los hombres de la generación barojiana supieron hacer: crítica de fecunda contricción, preñada de progresos futuros.
Los que pertemos a las generaciones intermedias nos damos cuenta clara, porque tenemos el alma bivalente, forjada entre las dos accitudes, de todo lo que debe el dinamismo de los jóvenes que nos siguen, a la aparente desgana de los que nos han precedido. En realidad, la obra constructiva empieza con ellos.
Sus libros, incorporados a la historia del arte, son ya material definitivo de continuidad y de progreso, y, sin duda, su calidad no ha sido todavía igualada por la de la obra de los que vienen después. Pero, además, de ellos mismos ha brotado, tras la necesaria contrición, la acción eficaz. Recordemos a Cajal, cuyo nombre olvidan los comentadores de la generación del 98, sin meditar en que fué, tal vez, su ejemplar más representativo, no sólo porque su vida estuvo ligada con dramática intimidad a aquella fecha dolorosa sino porque representa la primera mentalidad rigurosamente científica que surge en la España moderna, con todo el valor revolucionario que tal aparición significa en un pueblo entregado a la política de cábila y a la retórica vacía, es decir en plena ausencia de rigor mental, en plena indisciplina anticientífica.
Pues bien, Cajal tuvo las mismas amarguras que sus contemporáneos y abominó como ellos de toda la historia pasada, hecha de optimismos inconscientes. En sus Recuerdos y en otro de sus libros, el desdichadamente titulado Charlas de café. hay pruebas abundantes de lo que digo. Todo propósito racional de reforma política, escribe por ejemplo, debe partir, de acuerdo con Ortega y Gasset, del previo reconocimiento de nuestra inferioridad. Todo político optimista es un apático, un inconsciente y, por de contado, un mal patriota. Pero, así, jóvenes de hoy, así, dándose golpes de pecho en el patriotismo, surgió su obra ingente de gran histólogo y pedagogo, la más eficaz y decisiva para el destino de la futura España.
Ahora se llenan nuestros pueblos de lápidas con el nombre de Cajal, se alzan estatuas suyas en cada universidad y se trae y se lleva su recuerdo en las peroratas nacionalistas; pero, a veces, temo que los campeones del optimismo estén mejor dispuesto a agitar el banderin de su gloria, que a imitar la severidad de su conducta, engendrada, como todo lo que ha sido útil para el progreso humano, con tanto esfuerzo y con tanto dolor.
Mas es cierto que el mundo, como el misno Baroja recuerda, nos ha enseñado, en los años que acabamos de vivir, que los países que mirábamos como gigantes tenían los pies de arena movediza; y que en nuestra talla pequeña había una reserva de posibilidades de crecer que nosotros mismos no podíamos sospechar. Todos, pues, los antiguos, los del centro y los jóvenes, nos inclinamos ahora a la esperanza.
El mismo Baroja nos ha dicho hace poco, hablando de sus contemporáneos. pasados los tiempos de la neurosis pesimista, nosotros hemos reaccionado hacia el patriotismo. si bien no hacia el patriotismo retórico y hueco, de frases hechas, sino a una preocupación de los problemas y de las cuestiones de nuestro país y sobre todo de la tierra.
Es decir que lo que cambia es el tiempo y a la luz de cada una de sus fases, la humanidad toda, la juvenil y la talluda, se ilumina con el mismo color: como es todo alegre en el amanecer y todo triste cuando anochece. No caigamos, pues, en el error de creer que el pensamiento actual es un enemigo extraño, del pasado; sino un hijo de él.
ahora que, como les pasa a veces a los niños pequeños, no se parecerá a su padre hasta que haya crecido. 1 Como en mí hubiera sido irreverente hacer la crítica de la obra de Baroja, me he limitado, en estos ensayos, a plantear una cuestión insignificante, la de su pretendido antiacademicismo, y a defender cortésmente mi tesis, de hombre de la calle, de su irrealidad, frente a la que sostienen, de un modo airado, los pequeños monstruos del café. Pero no quiero terminar sin añadir que en este apoyo, sin trascendencia, que en las reuniones snobistas de la alta sociedad. Ahora colecciona libros raros en las ferias y baratillos. Pero aun le quedan muchos mundos por donde emigrar.
No teman, pues, por Baroja los homhago del academicismo de don Pío Baroja; no me dirijo sólo a los maledicientes por oficio, sino también a otros hombres sinceros y fecundos que de buena fe creen que nuestro escritor, al colgar de su pecho la medalla, peca de sospechosa apostasía. Si los argumentos que he expuesto no fueran suficientes, ipodría añadirse el sentido profundamente académico en su noble y justo sentido, no en el que se le quiera dar a esta palabra de la erudición barojiana, sobre rincones en apariencia obscuros, pero en la realidad decisivos de nuestra historia politica del siglo xix, de la que son admirable muestrario los veinte volúmenes de sus Memorias de un hombre de acción. y, más aún, los pequeños estudios monográficos que últimamente ha publicado acerca de caudillos y personajes de segunda y tercera clase del comienzo de la centuJOHN KEITH Co. Inc.
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