REPERTORIO AMERICANO 169 William Blake Por SALOMON DE LA SELVA Envio del autor. Nueva York, abril 25 de 1921 Para mi hermano Rogerlo Extracto de mi diario de soldado Otra vez la primavera! Dios es bueno; y en verdad la vida es bella y la tierra sagrada El horror de la guerra que me hirió el alma con herida que crei incurable, hoy me parece pesada pesadilla imposible.
Flor pálida que recogí esta mañanita, yo no sé tu nombre ni tú sabes el mío, pero somos hermanos; por eso no quise dejarte en el campo sola, y te traje conmigo. Tu cuerpo de cinco pétalos me enamora y quiero poseerte. Yo como tú, nací hoy. Mis días pasados son raíces en el suelo Hoy soy flor. del mismo modo como yo te arranqué, así siento que una mano potente y encendida de amor me arranca de mi vida pasada y me lleva consigo. Yo a ti, y Dios a mí, los tres cómo nos queremos. Miro el cielo y no me parece cielo sino un arcángel de muchas alas de oro, vestido de azul, con velos blancos, cuya frente es luz que me deslumbra. Miro la tierra y no me parece tierra sino una virgen bella de tez trigueña que en su delantal va recogiendo cosas verdes y guijarros que brillan como piedras preciosas. Me miro a mí mismo y no puedo decir dónde mi carne acaba y el alma me principia, de tal modo este apasionado sentimiento de la belleza del mundo y de la bondad de Dios me ha espiritualizado por completo. Estas cosas, antes que yo las sintió William Blake. El alma de Blake está en el aire.
dra se alzó. Se alzó cantando y batiendo las obscuras alas nerviosamente; y cantando se perdió en la luz.
Oh, cantar loco y divino de la alondra, cómo me haces llorar! Prodigiosa canción nunca dos veces la misma, pero siempre hecha de las mismas notas vibrantes, candentes, dulces; miel de fuego que gota a gota cae en mi corazón; rocío de luz; collar de cuentas de música; letanía de amor; besos de virgen que por primera vez le da su boca a un hombre; infinita alegría que me traspasa de color. Olyéndote, el corazón de Shelley late en mi pecho. Oyéndote, el cerebro de Wordsworth se acalora de poesía en mi cabeza. Oyéndote, la melancolía mágica de Keats me vuelve humo la sangre. Oyéndote, me posee la locura de Blake, que estas cosas, antes que yo las sintió él. El alma de Blake está en tu canto y llena el aire, BLAKE Un presente Por De El Sol. Madrid He aquí un presente que nos ha halagado.
Es un libro muy breve y muy bien impreso.
Autor, William Blake, el de las Nupcias del cielo y del infierno. Traductor, Juan Ramón Jiménez. Escribir, para nosotros, es condensar cien páginas en cincuenta; luego, las cincuenta en veinticinco; luego, las veinticinco en diez; luego, las diez en una, y luego, en fisi, esta que ha quedado en una frase de contorno puro, que sea alegria para siempre. Aunque este aforismo más parece de un grabador de medallas que de un hombre de letras, nuestra preceptiva lo hace suyo.
Versos hay de Juan Ramón Jiménez que concentran libros, como el pomo de esencias del alquimista jardines lejanos. Lejanos? Si nos preguntaran de pronto qué versos de Juan Ramón Jiménez aluden a su ars en poética, responderíamos que La retreta de Laberinto. que fuga el tema de Laforgue: La retraite sonne au loin.
Entre las colinas de la Aurora (Mom Hill) y de Santa Catarina, en estas irmediaciones de Winchester, era, dicen algunos sabios, sin afirmarlo ningunc, la plaza de torneos de la corte de Arturo, rey inmortal en mil romances; y en una de estas cumbres se alzaban hace siglos las rre de Camelot desde cuyo mirador más soberbio Ginebra viera venir, en una barca fúnebre que dirigía un anciano paje mudo, el cuerpo inerte, blanco como un lirio, triste como una lágrima, delicado y frío como un copo de nieve, de Iléin, la doncella de Ástolat, que murió de amor por Láncelot.
Pero por dónde corre el río en que flotara la dolorosa embarcación? En vano lo busco. Sólo encuentran mis ojos, como corriente turbia, el camino a la ciudad, repleto de soldados en kaki, yan.
ques y británicos de todas las armas, que van y vienen del pueblo a sus barracas.
Mi mirada, encantada de sol y de cielo y de tierra que reverdece, ve en estos soldados demonios con ernos, colas y pezuñas odiosas: seres que matan, que hieren, que cometen sacrilegios contra la divinidad de la carne humana, destrozándola; seres que han permitido se les quite la libertad y la voluntad; esclavos, demonios, prole de Satanás, trasgos de la guerra, malditos. Estas cosas, antes que yo las sintió William Blake. El alma de Blake está en el aire.
Al anochecer, y ya en la noche, antes de tocar a retiro los clarines, escondidos pero no velados en las sombras, soldados de los ejércitos victoriosos y mujeres del pueblo, se entregan a placeres carnales en las orillas del camino.
Yo voy con el rostro encendido en vergüenza; pero comprendo que es me.
jor matar un niño en la cuna que criar en la carne deseos prohibidos.
La inmoralidad de los soldados no es obra de ellos, que han cedido su voluntad, sino resultado de su condición de soldados. La inmoralidad de estas mujeres, viudas lozanas, esposas con maridos ausentes, novias violadas antes de partir a Francia los batallones, cuyos prometidos jamás nunca volverán, necesitadas todas, también es obra de la guerra.
Oh, mil veces menos asquerosos y menos trágicos las trincheras, y el lodo perenne, y la sangre de los jóvenes en el cieno, y los muertos sin enterrar, y los ayes de los heridos, y los hospitales atestados de retazos de hombres, que este desperdicio de energía y de pasión!
Al lado de sus amadas estos hombres serían puros; en los brazos de sus prometidos estas mujeres fueran castas.
Maldita la voz de mando que ordenó se separaran los que juntos hubieran sido buenos!
Mi indignación se ha ido fuera de mi como un león de melena encendida. loco de furia le ruge a las estrellas impasivas; bajo sus garras hace temblar los campos; la luna se ha cubierto con un manto de nubes por no verlo, y la antigua catedral ha escondido en la misma sombra encubridora de pecados.
Misericordia, paloma arrulladora que anidas en mi pecho, sal tú también de mí, cuando los clarines hayan sonado y los soldados se apresuren a volver, abandonando a las mujeres sin pagarles. esas pobres infelices llégate tú, y clávales en los ojos tu pico que fué un tiempo espina de la corona del Cristo, y haz que broten sus lágrimas. No permitas que se les estanque la amargura, que se les arraigue el dolor. Deja que Farolas rojas de la retreta de estío entre los árboles nocturnos.
La quietud de las rosas se altera vagamente bajo el inmenso plenilunio.
En la suntuosidad de la sombra serena resuena el son marcial y agudo.
Los mágicos murmullos de la hora se apagan, el grillo, la hora, el agua, el musgo.
Hay una fiesta móvil de fuegos de colores en el cristal negro y profundo del río inquieto, bello de barcos fantasmales, sin marinos, cerrados, mudos. entre el estruendo de tambores y clarines solloza un llanto vago y músico, fagot adolescente y anegado en la noche tibia y romántica de julio.
Por los bosques distantes se despiertan los ecos, y los rotos luceros húmedos decoran tristemente, con ojos ideales, el desfilar agrio y confuso.
La retreta se aleja. Tornan las rosas blancas a perfumiar el plenilunio. Pasa a la página siguiente)
Súbita, de entre la hierba, una alon Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica