56 REPERTORIO AMERICANO En el 1er. centenario del nacimiento de Ignacio Manuel Altamirano (Discurso pronunciado por el Prof. RAUL CORDERO AMADOR en la Rotonda de los Hombres Ilustres, México, el 14 de noviembre de 1934. Envío del autor. Transcripción taquigráfica de Elisa Knöcker Llegan los días de la Reforma; entonces sus estrofas pasan como huracanes, que tras de sí, dejan el odio de los azotados, y el entusiasmo renovador de los inconformes Sube a la tribuna; asombra por su rebeldía y por su vibración sublimc. Con toda la conciencia de un hombre puro, con todo el corazón de un liberal, con la energía justiciera del representante de una nación ultrajada, levanto aquí mi voz para pedir a la Cámara que repruebe el dictamen en que se propone el decreto de amnistía para el partido reaccionario. pido así, porque yo juzgo que es te decreto sería hoy altamente impolitico.
Ninguna contemplación acepta. La Revolución no debe ponerse de rodillas frente a la reacción, y por eso continúa. Yo os ruego, legisladores, que pongáis la mano en vuestro corazón y que me digáis. podrá haber amistad alguna entre el partido liberal y el reaccionario. Se unirán los hombres del siglo xv con los del siglo xix. Los liombres y las fieras. No: ellos o nosotros; no hay meIgnacio Altamirano Dibujo de Durand Cabe za india dio.
Por MAURICIO MAGDALENO De El Libro y el Pueblo. México, Señoras y señores: La hora de la completa y serena justicia ha llegado para el eminente pensador, para el inmaculado liberal y para el apóstol de la Reforma: el Maestro Ignacio Manuel Altamirano.
En zombre de esa Institución Liberai que ha sido tan injustamente vilipendiada, por quienes hablan de ella sin conocerla; pero en cuyas filas han militado los Bolívares y los San Martines; los Allende y los Martíes; los Juárez y los Ramírez, los Altamiranos y los Dengo, y muchos más que han enseñado a los pueblos a vivir con decoro. En nombre de la Masoneria Universal, vengo. con el orgullo propio de todo amante de las causas nobles. a decir mi pobre palabra por el varón purísimo a quien, en el centenario de su natalicio, el Gobierno de la Revolución, rinde el más merecido y sincero homenaje.
Pretendo hacer luto en mi pensamiento, para el breve discurso, con que debo despedir esa Urna sagrada, que la ciudad desde hace tres días ha colmado; bien con el dulce canto de los niños; ya con el pensamiento alado de la mujer delicada; ora con la nota épica de las bandas de guerra; ora con la pala bra sabia de los maestros, y con la dulzura hecha melodía de los cantos. Pero no, aunque las banderas estén a media asta, no lo están los corazones; y aunque hay coronas, lo son de triunfo, 20 de muerte. Depositar las cenizas de Ignacio Manuel Altamirano en la Rotonda de los Hombres Ilustres, es depcsitar un sol, que levantará todos los días, por el horizonte, su copa de oro!
No debe haber lágrimas en los ojos, ni congojas en el corazón, ni es el himno de tristeza el que debemos entonar, sino el Pean.
La misma Tétis no profiera ya sus lamentaciones maternales, cuando resuena. lé Pean! ilé Pean!
Estas son palabras de Calímaco, que expresan con feliz viveza el sentido que se daba a la exclamación tan repetida en los himnos en honor de Apolo. lé Pean! era por excelencia el grito de alegría. Resuene para Altamirano, también hijo de Apolo, nuestro Pean.
Hora de triunfo es la que estamos viviendo. Se trata, señores, de un hombre que culminó en hechos, dignos de un titán. Desde miserable condición social, llega, en medio de la tormenta de hierro y de fuego, en su afán por saber más y por servir a la patria, hasta la cumbre excelsa de la sabiduría y de la virtud. Estudia con ahinco y ya de adolescente asombra a sus maestros por su dedicación y clara inteligencia. Muy joven escribe, siguiendo la corriente de la época y su propia sensibilidad. es un romántico atemperado por la clasicidad greco latina que profundizó.
Quizás fué Ignacio Manuel Altamirano el hombre que más vigorosamente influyó en las corrientes culturales de México, durante el pasado siglo, sin excluir ni al Nigroniante, ni a Barreda, ni al propio Justo Sierra.
Para medir el área de tan ancha influencia, basta abarcar el grado de fervorosa adhe.
sión que dos generaciones prestaron a su palabra, el lapse tan trascendental en que le tocó actuar, y la importancia de las ideas que se elaboraban al calor de la Reforma.
Cuando su existencia no se agita en el trajin de las guerras liberales, es una pura ansia civilizadora la que le sacude el paso. En la cátedra, en el periódico, en la tribuna del Liceo o Ateneo, en la novela, en los versos, señala apasionadamente su garra fecunda.
El tipo huntano se nos vuelve, sin disputa, magnífico representativo de la segunda mitad del pasado siglo. Su sangre india le cede un intenso arraigo a la tierra, de cuyas vibraciones es expresión su obra entera. Revolucionario combatiente, da sus mejores años a la política, de la que llega a ser prohombre y de la que se evade, viejo y pobre, para marchar a Europa. Aquella solidez con que se ahonda en sangre y espíritu en la entraña de la raza indígena, le envuelve en un aire peculiar, personalísimo. Su vida pública apenas se desprende, nunca, de la realidad mexicana. Sus discursos de la Cámara son certeros, al definir y al analizar. Su tarea de escritor así esté tan vecina al giro romántico de la época no se deja contaminar de esa flébil laxitud sentimental tan del gusto de los de su generación. Es límpida, concienzuda, purgada de deliquios. Pasa a la página 59)
Este discurso transforma a la Asamblea, cuando la voz del indio suriano termina diciendo. Si pensáis que ese partido está détil, os equivocais; carece de fuerza moral, es cierto; pero tiene la física. Se han quitado al clero las riquezas, pero no pueden quitársele sus esperanzas; y sobre todo, esos bandidos que capitanea Márquez, acabando de rumiar el último pan del clero, se lanzan ya sobre la propiedad de los ciudadanos, y ved qué porvenir se espera a México todavía por algunos años, si la mano terrible de un gobierno enérgico y poderoso no viene a salvar la situación ¡Cuánta visión y cuán justo era y sigue siendo el pensamiento del Maestro, que sin avergonzarse de su origen humilde, se desgarraba el corazón al recordar las miserias de los suyos: El in dio era la bestia del encomendero, y el esclavo del fraile. El bajaba al fondo de la tierra, para arrancar el oro que enriquecía al conquistador, y que le producía a él, la muerte en la mitad de la vida. En los campos y en los bosques, vivía como un paria; en los campos regaba con el sudor de su frente, como el ilota de Esparta, la rica sementera de su señor; y en el pueblo vivía en el suburbio, bajo la suspicaz vigilancia del subdelegado y del curs. Se le dejaba la minoría para tenerlo en tu tela, y el placer de la embriaguez para consumirlo por la fiebre y el vicio. con la sinceridad dolorosa añade. Ay (Pasa a la página 60. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica