REPERTORIO AMERICANO 149 Balsa mera Profunda balsamera olorosa.
Ríspida pendiente en cuyo lejanísimo fondo el mar azul descansaba dormido, descansaba de tanto rodar, en ensenada tristona, mientras las espumas se entretenían en infantiles juegos de persecución sobre la arena. Profunda balsamera; aire cargado de místico aroma; pecho feliz y embriaguez de dicha!
Iba el oriente abriendo sus gavetas de colmena. Las estrellas en argentado enjambre invadían la noche. El Silencio con manos enguantadas ponia a trasluz ios panales de oro donde la miel escurría manchando ya ligeramente la tabla lisa del mar.
Pero una sombra espesa colgaba aun de lo alto del bosque, en raidas cortinas de follaje, recogidas a capricho por lianas gruesas y bejucos serpentinos que hacían de aquella pendiente selvática un inmenso occipucio de Medusa.
Allí, como procesión de largos fantasmas andrajosos y catalépticos, aparecían, apenas meciendo sus calaveras en la onda de la brisa madruguera, los balsameros altísimos, de hojarasca retazada a tijera; de torsos vendados con chirajos de trapo; únicos árboles en el mundo, que se visten como los hombres.
Crucifijos sin brazos eran, todos cristos heridos en el santo costado donde los grumos de su sangre son recogidos para sanar otras heridas; todos ellos buenos ladrones robadores de las virtudes del suelo cuscatleco. Sobre sus cruces se agitan ya la vagarosas alas de los ángeles tropicales de clariviolo plumaje.
El talapo ha visto azularse las hojas cimerales y sabe que el día está apuntando. Su quejumbre es una tecla marimbera de dulce oquedad. Pronto la luz solar encenderá en llamas el bosque y miriadas de pájaros romperán a cantar.
Por de pronto la montaña es un templo cerrado donde las columnas y capiteles, artesonados y cortinajes, están levemente esclarecidos por un vago rubor de vitrales, de chapas azules y verdes, vitrales altísimos que despiertan y se desperezan en un presentimiento de amanecer que está mitad en el sueño.
mitad en vigilia.
Al medio de un paredón de piedras grises, recubiertas de musgo, como herida sangrante al flanco de una leona, brota una fuente en goterío cerrado.
Cerca de la fuente hay un túmulo de mezcla con una cruz de madera en cuyo abrazo defensor del silencio tumbal, se lee un nombre en toscos caracteres cursivos: Higinio Naba. de Noviembre de 1931.
Higinio Naba: un indio muerto; es más seguramente: un indio matado.
Apoyados en el cañón de la escopeta los cazadores desvelados y fallidos en su CUENTOS DE BARRO sosa le caiba en cepillo sobre la frente terrosa, surcada ricien por la bondad para la siembra de la resignación. Sonreía con Por SALARRUÉ amarillos dientes de mazorca. Envío del autor. San Salvador, febrero de 1935 con alimenticia sonrisa de paA Adolfo Ortega Diaz dre. Nana Genaya se detuvo estremecida, horconió su cobardía con temeraria premura; dejó quer el jaz de leña seca y ya bien enraizada, mitad por el valor, mitad por el terror, se santigüó en lengua. Aldbado seya Dios. dijo a manera de saludo el ancia.
no. Lu vivís? preguntó asombrada la mujer. Lu vivo; ya luestás mirando, Genaya, pero así mesmo soy lalma de yo. Aquí en la tierra mián sembrado; raicitas nomás, mialma, yo soy la jlor horita. Me lu entendiste? La jlor no muere qüé, que si la cortaste entuavía queda el zumo volando por los caminos.
Se sonrió borrosamente y se paró como si fuera a caerse de bruces. Un súbito pavor corrió Madera de Max Jiménez por la médula de la vieja, pero la sombra misteriosa no dió un paso, sino, como apoyada en un ingrata tarea de aguardar el venado invisible bordón, la miraba, la miraba grande que frecuenta el bebedero, para y sonreía.
quitarie de una vez por todas la sed in. Por qué te mataron qüé?
termitente que deleitaba sus belfos, mi Porque sustancié la ley de mi seran con atención desinteresada la cru ñor. Me premiaron a mí, no me matacesita verde y descifran el nombre ya ron, premio ha sido, mialmita, quel Seborroso.
ñor me mandó por mi servicio. Quién será. Qué servicio, Hoisil. Higinio Naba era el viejito que jué El de su pan y de su vino, el de su dueño desta balsamera.
Dicen quera carne y de su sangre.
brujo; otros dicen quera santo. Le obedecían toditos los indios diaquí como al. Cuál sangre, hermano, cuál pan lu jefe y le decían Hoisil.
querés dicir. por qué. De la raza de nosotros, hija, el hoi Asaber! Dice nana Genaya, la tesil qués la sangre; la carne del venado, jendera, qués de su tiempo, asigún co.
nuestru pan de nuestru cuerpo. Yuera lijo, que hoisil se llama el bálsamo.
el jefe deyos, el jefe sicreto, qüé, el ma Es curioso. de qué murió?
go. Eyos me contrariaron, eyos vinie Lo machetió una ronda, no se sabe ron a que les diera suelta para su lepor qué falta. Dijeron quiandaba hecho vantamiento de venganza, porque andavenado. Que lo baliaron bebiendo ai en ban perdidos de pacencia y resinación el pozo y que cuando se fuía luacorra por el maltrato. Yo miopuse de jondo laron contra la paré y lo cuartiaron a porque sé la ley de mi raza del Cuscafilazos; cuando espiró sizo cristiano. Yo tlán que se me encomendó, y la ley escreyo que tenía enemigos en lautorida tá escrita: Que los cuscatlanes anden y que lo mandaron venadiar por miedo la resinación del venado indefenso y a su mando.
den su sangre como el hoisil de sus La masacuata del viento empezó a montañas. Los endemoniados micieron desenroscarse despertada.
Como ratas traición. Me tantiaron aquí cuando vide piñal huyeron despavoridas las som ne a beber. Yo lu sabía y aceuté mi bras, encuevándose al desperdigo. Sosino. Vine a beber en el cuerpo del bre el bosque esponjado y húmedo de ragual para que sirva de enteligencia.
relente el cielo era un petatío menudo Eyos me mataron a balazos y diay me en rosa y azul. Un rayo de sol cayó machetiaron el tronco como al bálsamo; luego en el claro, por entre frondas y para enteligencia sirva de la raza qués troncos, con la majestad de un árbol de sacrificio por su bien de más allá.
de oro abatido por el hacha del día. Dichas estas misteriosas palabras, el Igual que astillas preciosas saltaron a alma de Higinio Naba se volvió un poco uno y otro lado, lírios y campánulas y de lado y se desvaneció entre las pricomo ignia polvareda cundieron a tras meras sombras de la noche.
luz las mariposas y los insectos.
Nana Genaya estuvo allí clavada un largo rato. Luego alzó con sus temHoisil estaba sentado en una piedra al blorosas manos. tejenderas de perralado de su cruz. La crencha lacia y gri jes. el jaz de leña y se fué despacio Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica