Hitler

172 REPERTORIO AMERICANO sen un año en el campo al salir de la escuela elemental. El campo vigoriza por dentro y por fuera; pero ha de ser el campo urbanizado, por así decir, la comunidad pequeña, con sus principios morales, familiares y económicos. No el campo como mero lugar de recreo o deporte. Mussolini quiere que toda familia italiana tenga por lo menos un miembro establecido en el campo.
Pero ni Mussolini, ni Hitler, Roosevelt se han atrevido a hacer una nueva redistribución de la propiedad para crear pequeños núcleos de familias racionalmente distribuídos y en los cuales el agricultor viva al lado del pequeño industrial, auxiliado éste por la pequeña máquina y por fuerza motriz barata, que es la idea salvadora en su expresión primitiva.
Lo que se hace en Italia, y sobre todo en Alemania, es algo muy distinto a lo que pide Lloyd George. Lo que se hace tiene un fin militar, y racial, antes que económico. Las intenciones de Rust, ministro de Educación de Alemania, al sacar al campo 22. 000 niños prusianos durante el primer año de ensayo, es hacer de esos niños buenos soldados y buenos nacionalistas del mañana.
Pero eso demuestra la necesidad de la vuelta al campo, no para hacer soldados, sino para hacer trabajadores sanos, útiles y normales. Si es verdad, como parece, que el sistema dominante ha fracasado, y que sólo es posible apuntalarlo, la solución no puede ser otra que la parcelación de la tierra y la parcelación de la máquina, con la consiguiente redistribución de la población.
Tales son, al menos, las ideas que circulan, más o menos completamente, por cierto sector de descontentos.
Teoria del avestruz (Los políticos de por acá, parecidos a los españoles. De El Sol. Madrid granjas pequeñas, en núcleos reducidos.
Veamos los ensayos. Ninguno de ellos es perfecto. Más aún: contiene elementos que destruyen o anulan la idea básica.
Cierto que el Japón ha fragmentado la máquina, aunque no como producio de un plan económico, sino por una necesidad. En el Japón perdura un sistema económico medieval. Los productores están repartidos en pequeños núcleos patriarcales por todas las islas.
Sólo Osaka tiene algunas grandes fábricas. El Japón no ha tenido, pues, que enviar gente de la ciudad al campo. Lo que ha hecho es repartir esos grupos de artesanos conforme a las condiciones agrícolas; los que trabajan la seda viven en las regiones donde se produce; las fábricas de algodón están en las regiones algodoneras, y así sucesivamente.
Esto ahorra gastos de transporte.
E!
hombre continúa en comunicación con la tierra, y los alimentos, que van directamente de la tierra a la despensa, le dan fuerza y vitalidad.
El Gobierno japonés, en combinación con los cuatro grandes señores de la economía nacional, se ha ocupado de distribuir a los múltiples grupos de artesanos energía eléctrica a muy bajo precio y minúsculas máquinas, adaptables a los pequeños talleres.
De modo que, en vez de aglomerar miles de obreros en una sola fábrica, miles de máquinas se distribuyen por todo el país. Esto hace imposible la aglomeración de hambrientos en las grandes ciudades cuando sobreviene una crisis. Los miles de grupos de artesanos diseminados trabajan con sus pequeñas máquinas para los cuatro grandes acaparadores y distribuidores de productos. Lo gravie es que estos acaparadores tienen en SUS manos toda la maquinaria del Estado, pueden decidir sobre la guerra y la paz, y agotan los recursos de su país en un enorme aparato bélico de conquista. La pequeña máquina es una idea salvadora; pero el gran monopolio de esas maquinitas y de los medios de distribución hace que la nación entera dependa de menos de media docena de hombres.
Los países superindustrializados no pueden así, de golpe, adoptar la pequeña máquina. Los intereses de la gran máquina se oponen. No ocurre lo mismo en países industrialmente atrasados, como España. La aplicación de la pequeña máquina sería aquí mucho más fácil. Sólo falta el impulso director.
La parcelación de la máquina debe llevar consigo la parcelación de la tierra.
Lo primero acaba con los males de las grandes fábricas; lo segundo, con los males de la gran propiedad. Lloyd George está pidiendo pequeñas granjas.
Si el hombre con familia no puede decir después de mí, el diluvio. el hombre con un pedazo de tierra, aperos y casa, no puede ser ni un revolucionario ni un depauperado por el hambre. Además, la vuelta a la tierra, a las pequeñas comunidades, pondrán fin a toda la podredumbre de las grandes ciudades. Con este propósito se ha ordenado en Alemania que todos los niños y niñas paros.
decir Es posible que lo que mejor caracterice a los políticos españoles sea su total falta de imaginación. La imaginación es una facultad del espíritu que permite ver anticipadamente con los colores y el relieve que tendrán cuando de veras lleguen las cosas seres, acontecimientos que todavía están en camino, pero que han de llegar, hágase lo que se haga, por modo inexorable. Esta incapacidad de representarse a lo vivo los sucesos futuros no es mengua de inteligencia, aunque a veces lo parezca y, lo que ya es más grave, a veces actúe como tal. Se sabe que las cosas van a ocurrir; pero si sus imágenes se presentan desunidas y sin fuerza, se acaba pensando que, dada su escasa vitalidad, acaso mueran en el camino, o que su influencia, si de todas formas llegan, no será tanta como dicen. No se trata aqui para nada de la fantasía creadora de monstruos, o de castillos, o de paraísos, que es cualidad de poetas; no. Es sencillamente que el político español, frente a unos datos exactos, precisos, rigurosos, cuyas consecuencias, igualmente rigurosas, precisas e inevitables, conoce, obra por incapacidad de representarselas con viveza, como si los datos fueran falsos y sus consecuencias ilusorias. En otras palabras: el político español no tiene mañana. El mañana no existe para él. Su vida es un verbo irregular que sólo conjuga el presente de indicativo: hago. como. mando. Hecho todo de presente, el político español toma ante los sucesos desagradables la postura que las fábulas zoológicas atribuyen al avestruz en situaciones semejantes. Cierra los ojos y rubrica una fórmula: Lo que no se ve no existe.
El éxito inmediato suele acompañarle, porque, hasta cierto punto, la fórmula es valedera y no faltan filósofos que la defiendan; pero dura poco y trae amargos despertares. Cuánto no se ha hecho así en la República. Cuánto no se sigue haciendo. Constante tejer, a sabiendas de que se deshilará lo tejido, es la política española. Mal hilo, roñosas lanzaderas y floja voluntad de tejedores, nos hacen pasar la vida remendando agujeVerdad es que hemos adquirido tan singular destreza para quitar de un sitio y poner en otro, que con lamentaciones hamletianas podríamos que el hilo que sirvió para el faldón de la chaqueta sirve ahora para los bajos de los pantalones, y el estambre que pespunteó el borde de los bolsillos del chaleco sirve luego para confeccionar una pretina. el hilo, siempre tan contento de ser útil, y el surcido tan satisfecho de su trabajo, y tantas recompensas para ambos, y el país siempre vestido, cierto, pero siempre desnudo! todo, volvamos al principio, por falta de imaginación; que hace creer que la vida no admite espera, que desmenuza el gran drama de la existencia nacional pequeños y manejables fragmentos cotidianes; que da todas las noches la angustia de la muerte y trae todas las mañanas la imagen de una nueva vida, en la que, por nueva, hay que adoptar nuevas posturas, sin miedo a que parezcan rectificaciones, o contradicciones, o mentís a las del día de an tes. Por esta causa, el político español apenas conoce el remordimiento, tiene siempre razón, está saturado de aplomo y de confianza en sí mismo, y es tan malo para amigo como para adversario. pelear con él constituye el mayor trabajo que el ejercicio político da a las ilustres excepciones a esta regla, en EN BUENOS AIRES, de ua solicitar el. pueRepertorio Americano, a la EDITORIAL PAN AMERICA. Bolivar, 375. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica