22 REPERTORIO AMERICANO bendición y yu iré a pelear con ese animal pa quitale el mundo. Qué tanto será lo guapo! Empués de su mercé. qui animal será tan grande que yo no me li anime?
El León viejo contesto. Nu es tan grande, hijo; pero es más ardiloso que toos, y se llama Hombre. Yo no ti aré nunca permiso, mientras viva, pa que vai a peliar con él.
Insistió el León joven, pero el viejo se mantuvo inflexible. Mientras él viviera, no le consentiría alejarse de su lado y mucho menos para ir a pelear con el Hombre. quiso que no quiso, horro tuvo que quedarse, refunfuñando y afilándose las uñas.
Pero el León viejo estaba muy enfermo y a los dos días murió. Poco antes contó a su hijo la historia de su madre.
Esto avivó en el León joven el deseo de is a medir sus fuerzas con aquel animal extraordinario, de cuya figura y de cuya inteligencia, a pesar de los relatos de su padre, no tenía la menor idea.
Después de llorarlo, fué a buscar unas ramas y lo tapó cuidadosamente, velándolo durante todo ese día y su noche, y al día siguiente, apenas amaneció, dijo. Agora sí que no me queo sin peliar con el Hombre. salió cordillera abajo, a buscarlo.
sus ojos dorados advertian desde lejos los más pequeños movimientos y su piel azafranada, eléctrica la sensibilidad, expresaba, en escalofríos que terminaban en las puntas de las redondas y cortas orejas, las impresiones que los sentidos le transmitían.
El padre lo había educado como a un verdadero León, haciéndolo fuerte y valiente, astuto, alerta, enseñándole todo lo que un León debe saber para subsistir en medio de la vida salvaje de las montañas; los modos de cazar y los modos de pelear; los modos de huir y los modos de atacar, y, sobre todo, infundió en él el sentido de su superioridad sobre otros animales. Así como el cóndor es el rey del aire, el León es el rey de la tierra. Pero toda aquella sabiduría estaba aún en reposo, inédita. El León viejo no le permitía alejarse de su lado y la impetuosidad del cachorro se estrellaba y doblábase ante la prudencia del padre. es que había un secreto que el León viejo no revelaba todavía a su hijo y ese secreto era el que le obligaba a impedir su alejamiento.
Aquella mañana, echado al sol sobre el vientre, con la cabeza levantada y los sentidos en tensión, el León joven ojeaba la lejanía. Miraba el río, los bosques colgados de las faldas amplias de las montañas, las vertientes que salían de los izos de árboles, brillando entre ellos como pequeñas culebras plateadas; advertía las locas carreras de los conejos por entre los litres y los algarrobos y los vuelos cortos y repentinos de las perdices; oía el canto largo y apasionado de la tenca y el silbido displicente del zorzal. El cielo estaba de un azul radiante y el aire, alto y puro, llenaba hasta los bordes el cuenco del espacio. Cuándo podría él echarse a andar?
Se levantó desperezándose y miró a su padre. Si alguna vez hubo en el mundo un hijo respetuoso con su padre, ese fué el León joven. no le infundía respeto, sino que también admiración. Admiraba en el su aire de adustez y de tranquila fiereza, su expresión de fuerza en sosiego, su sabiduría de la vida.
Anduvo unos pasos y se detuvo ante él. El León viejo abrió un ojo y lo miró. Aunque sus pupilas estaban ya nubladas por la vejez, conservaban todavía un recuerdo de la fijeza y penetración de antaño. Qué querís, hijo? preguntó. Estaba pensado, paire contestó el cachorro si habrá en too el mundo uno más guapo que su mercé. Así trataban antes los hijos a los padres. El León viejo inclinó la cabeza. El momento de la revelación, durante tanto tiempo postergado, llegaba, al fin. Después de un instante contestó. Sí, hijo.
Esta respuesta llenó de sorpresa al León joven. Su padre, hasta ese momento, le había enseñado que los animales de su raza eran los más guapos de la tierra. Cómo ha de ser eso, paire preguntócuando yo, que soy su hijo, no le tengo mieo a naiden ni más respeto que a su merce? pesar del orgullo que esta pregunta produjo en él, contestó el veterano. No engañís, hijo. Hay en el mundo un animal muy bravo que se la gana a toos; si nu es por bien, por mal se han de dar. Por eso es que yo, qu era el rey del mundo, me hey tenio qu enriscar entr estos cerros por no dame. Bah! repuso jactanciosamente el León joven. Con su permiso, paire, écheme la a la aventura, a la marcha errante y sir. sentido a través del mundo. El León llegó rápidamente a la orilla del río. Durante su marcha tuvo ocasión de observar el respeto y el temor que su presencia despertaba en los demás animales. Al verlo, el conejo amarillento o gris, paraba desmesuradamente las orejas y dando un golpe seco con las patas traseras, como tomando impulso, huía a perderse en los matorrales; la chilla dejaba escapar un gruñido de terror y arrastrande su cola amarilla, erizada de miedo, desaparecía entre los intersticios de las rocas; la perdiz lanzaba un silbido espanto y horadaba los aires como una piedra zumbante; el quirquincho se recogía y ovillaba, rodando cerro abajo como un pedruzco obscuro, y los pájaros, las tórtolas, las tencas, los triles, los zorzales, las lloicas con sus mantas bermejas y las codornices con su gorros de tres plumas, se levantaban en el aire como impelidas por un viento poderoso. Viendo aquello, pensó orgullosamente. Empués e mi paire. qui animal habrá en el mundo más guapo que yo. Ninguno!
Tomó por la orilla del río hacia abajo, saltando de peñasco en peñasco, dando vuelta los matorrales, ya corriendo, ya trotando, sintiendo que sus músculos y sus nervios le respendian maravillosamente al ser requeridos.
Se sentía lleno de fuerza y de confianza.
Pero poco a poco la garganta se fué ensanchando y de pronto se abrió resueltamente, apareciendo ante los ojos del León un espectáculo que lo hizo detenerse estupefacto.
Allí las montañas se separaban en dos filas, tomando una hacia allá y otra hacia acá, distanciándose una de otra hasta perderse de vista. La tierra se aplanaba allí y cambiaba de color; desaparecían los peñascos, todo era blando y suave y el río seguía corriendo por en medio de aquella tierra plana, dividiéndola en dos.
Aquello era el valle, la región misteriosa donde empezaba el dominio del Hombre, el animal más bravo del mundo, según dijera el León viejo a su hijo.
El León vió a lo lejos las casas del Hombre, sus chacras y potreros, las divisiones que separaban unos campos de otros, y los piños El día era espléndido, fresco. El viento corría bajo, entre los cajones del río, haciendo oscilar los esbeltos álamos. El agua reverberaba al sol. Los bosques estaban llenos de cantos y de murmullos. Los insectos y los pájaros se cernían ingrávidos en el aire seco, dorados de sol. La gran araña peluda ascendía desde el fondo de su agujero tapizado y salía a la luz, mostrando sus largas patas rojizas y su vientre de cobre. Grandes bandadas de tórtolas cordilleranas se levantaban y abatíanse entre los pajonales. Conejos, vizcachas, zorros, perdices, quirquinchos, pululaban sobre la tierra, deslizándose entre los arbustos. Era la población menuda pero densa de la montaña, que salía a tomar el sol.
Más allá, en la orilla de las vertientes, erormes helechos empapados de agua mostraban sus cabezotas verdes. Todo parecía incitar MAS DE 25 AÑOS DE LABORATORIO CON MAS DE 300. 000 EXAMENES son LA MEJOR GARANTIA del LABORATORIO DEL Licenciado CARLOS VIQUEZ Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica