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REPERTORIO AMERICANO 117 Quiere Ud. buena Cerveza. 99 Tome No hay nada más agradable ni más delicioso.
Es un producto Traube sus alegre y confiada, corrían los licores, prosperaban los lupanares y los beodos galoneades llenaban sus talegas de sonantes dólares. Aquello fué la Jauja del militarismo glotón y, también, de los políticos logreros!
Las sumas votadas en secreto para el negocio de Chaco eran inagotables.
Había para todo y para todos. El collaje comía a dos carrillos en torno dei Palacio Quemado y en la capital del Chaco. Los empréstitos se sucedían y la compra de material bélico no tenia término. Sauvedra, el del plan de acción, dejó el poder ahito de oro. ΕΙ turcoide Siles y sus corifeos se atragantaron de dólares.
Y, entre tanto, los jefes militares presentaban cuentas poi los trabajos técnicos realizados en el Chaco, por las grandes obras de ingeniería, como el tajamar de Arce y el camino entre este fortín y Alihuata. qué cuentas! Los senderos abiertos por la indiada sin gastar un céntimo, costaban al país centenares de miles de dólares. No realizaron una sola obra de ingeniería, no construy ron un puenie, no abrieron siquiera un pozo artesiano, no dejaron un leve ras tro de civilización en un cuarto de siglo, pero en sus informes pintaban maravillas, para hacerse pagar con generosidad. Fueron muchos los jefes de regimiento, dice el publicista boliviano Pérez Velazco, que se retiraron con fortunas que pasaban de medio millón de pesos eso, sin salir, casi todos, de la amable Villa Montes. el festín hubiera continuado indefinidamente. Pero cayó Siles y los militares se cavaron su tumba haciendo Presidente de la República a Daniel Salamanca El Pueblo Enfermo. que dijo Alcides Arguedas, se dió así el mandatario que le correspondía: un dejenerado, ético, vesánico, atacado de delirio de grandeza, de fría crueldad. Con esto terminó ia farsa y vino la realidad.
Salamanca, el cínico, tenía la valentía de su ferocidad. Latifundista sin trañas, amo sin piedad de los esclavos que agonizaban en sus dominios de Cochabamba, Tata acostumbrado al sacrificio de sus reses indias, de sus suº misos pongos, se había endurecido ante el espectáculo del dolor y de la muerte.
Simulador de una honestidad intransigente, se había conquistado el prestigio de una supuesta rectitud. Orador, o sea charlatán, como buen boliviano, era en La Paz el gran doctrinario de la democracia, el tribuno de la legalidad, la mosca blanca de la honradez, en medio del desenfreno de la dictadura y del peculado. Consiguió rodearse de una aureola fascinadora. Su gesto torvo, sus lívidos labios apretados, su mirada inquisidora, hasta la miseria física de su cuerpo magro, impusieron respeto. Era el Mesías que esperaban, el Profeta de la buena nueva, que había de venir con su advenimiento al poder. este paranoico sin entrañas eieró su pedestal predicando la conquista, lisa y llana, de nuestro Chaco, renunciando a todo sigilo, a la luz del dia, Famosas son sus palabras en 1928, cuando el cidente de Fortín Vanguardia. Ya catonces pretendio desencadenar la gucrra. El hombre honrado pidió que los diez y ocho millones de dolares del uitimo en prestito se dedicaran integramente a este fin.
No fué escuchado, porque Siles sabia que ganaba mas coa la paz armada y explotando la candida excitación de populacho. Así podía seguir recibiendo cargamentos de cajones de material élico, que después resultaron, no cañones y ametralladoras, sino simples boisas de arena. los diez y ocho millones y otros más iban a pa rar en sus in! enables bolsillos y en los de sus compañeros de gavilla.
Una vez en el poder, hizo efectiva su fórmula: pisar fuerte en el Chaco.
Bolivia, dijo Bautista Saavedra, ha sido la oveja extraviada que ha ido dejando sus vellones en todas las zarzas del camino, refiriéndose a sus desmembraciones territoriales, al millón de kilómetros cuadrados que sus gobernantes corrompidos entregaron, por dinero, a los vecinos. Salamanca se propuso ser el Buen pastur, que llevara a su pueblo a recuperar, a nuestra costa, buena parte de lo perdido Para eso trocó a la oveja de Saavedra en leopardo. Un leopardo de talabartería, cargado de taquia. pero de temible apariencia. con su voz cascada por la tuberculosis dió el grito supremo, el esperado grito de guerra Pero antes repartió a sus leopardos una escarapela, que puede verse en nuestro Museo Militar, con esta consigna escrita: pisar fuerte en el Chaco! la guerra fué, por su voluntad omnipotente.
Los militares creyeron haber encontrado su hombre. Salamanca parecía brindarles así gloria y provecho en una empresa fácil.
El Paraguay, la última republiqueta de América. pobre, desarmada, sin realidad económica. según Luis Fernando Guachalla, tenía que caer vencida a sus pies, sin trabajo. La guerra no iba a ser, en suma, sino un paseo militar. Los que, como el General Quintaniila, se habían adjudicado centenares de leguas de nuestro territorio, donde poblaban ya sus ganaderías, iban a titular sus latifundios y redondear su ya pingüe fortuna. Nuestras ciudades del litoral iban a pasar a ser feudos de los vencedores. Nuestra riqueza industrial pasaría a sus manos. Les sonreía la fortuna!
Sabemos, y lo sabe el mundo, lo que ha pasado Pernditidme adelantarme a nuestros soldados y entrar en Villa Montes.
La Villa encantada es un cementerio, El silencio, un silencio pavoroso y mor tal, ha sucedido a la algarabía de antes.
La turba de piratas, de prostitutas, de hampones, de mercachifles, ha desaparecido. Ni el Estado Mayor de los anos yanquis de la Standard Oil queda en su recinto. Las chicherías están clausuradas. Los lupanares tienen las puertas cerradas. Desolación, abandono, inmensa tristeza por todas partes. En los corredores del viejo cuartel, asiento un día de la gobernación del Chaco Paraguayo bolivianizado. medita un hombre. Joven todavía, parece un anciano. Sus ojos se pierden en las iejanías de la llanura inmensa. Lodo en su uniforme. Cansancio en todo su ser.
Vela frente a una puerta, mientras allá, adentro, en sala desmantelada y en pobre camastro, alguien duerme, rígido, cadavérico, alumbrado por pálidas velas de sebo.
Me aproximo a él y lo reconozco. Entro y descubro al durmiente.
Es Peñaranda. Es Salamanca.
El uno regresa de la ignominia. 21 otro reposa en brazos del escarmiento.
El uno es el militarismo fracasado y contrito. El otro la mentira sancionada. El uno fué la soberbia engreida y es la derrota vergonzosa. El otro fué la simulación y es el ridículo.
Cada uno por su camino, han ido a encontrarse allí. Ambos son el Crimen, la Barbarie, la Brutalidad, la Violencia castigada.
Interrogo a Peñaranda. Quiero hacerle hablar Pero no responde a mis palabras. No me oye. No me ve. Le ahoga la fatiga de la huída. El terror paraliza todavía su lengua. Enfermo de pavor en Campo Vía, ha recaído después de sus últimas derrotas. Apenas atina a custodiar al gran culpable, al Mesías de ayer, al Profeta, al que los lanzó a recuperar los vellones perdidos, al Apóstol de la guerra, al hombre todo poderoso del Palacio Quemado.
Me aproximo al cuerpo yacente del paranoico. El tribuno de Cochabamba, está igualmente mudo. Su piel cetrina en Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica