82 REPERTORIO AMERICANO Cansancio mental Neurastenia Surmenage Fatiga general son las dolencias que se curan rápidamente con KINOCOLA el medicamento del cual dice el distinguido Doctor Peña Murrieta, que presta grandes servicios a tratamientos dirigidos severa y científicamente tura y mientras un Amiel no vacila en disolver su personalidad para rehaceria en el reino infinito de la metafísica, un Constant ensaya de despreciar al mundo o de asombrarlo, a fin de despistarlo sobre la mortal inquietud que devora su alma. Siendo, pues, la acción un remedio para él, su ironía, sus pasiones, sus extravagancias, sus descorazonamientos, sus locas partidas de curtas, sus escritos, sus polémicas y más tarde, sus discursos, no fueron más que heroicas desviaciones de su timidez.
Dividido entre la ternura, la ironía y su gusto desordenado por los placeres, si Bejamín Constant no cesó de engañar y de engañarse, fué porque a pesar de todas las severas advertencias que recibió de la vida, se empecinó en aplicarle al mundo real, lo que es exclusivo del mundo de los sueños. Es que, sin duda, él pensabia que lo peor de una existencia, no es que ella sea atroz, sino que sea vana y sin belleza.
Inconstante en amor, inconstante en amistad, inconstante en política, inconstante en todo, menos en la inconstancia, en Benjamin Constant había la imposibilidad de detenerse en ninguna cosa, ni en ninguna parte, como si anduviese en la eterna rebusca de una verdad mejor. Excluyendo los posibles, la detención era un límite para él.
inteligente deseo de acoger, y acaso de conciliar las ideas inconciliables, toda realización, y por consiguiente todo principio de identidad, le era insoportable. Una verdad decía. no es completa sino a la condición de hacer entrar en ella los contrarios. o en otros términos: Es una verdad de tal manera justa, que lo contrario es perfectamente verdadero. Pero, ni aún la identidad de los contrarios le habría bastado. El hubiese querido mantener todas las antimonias, abarcando simultáneamente lo real y lo irreal. Porque lo que lo empujaba a ese eterno cambio, no era ni un libertinaje de las costumbres, ni un libertinaje de las ideas, sino la gran de y simple inquietud, ya que ese hombre que no conoció ni los impulsos de la adolescencia, ni los ardores de la juventud a los diez años escribió de una jovencita: Elia me enseña Ovidio, que ella no ha leído; pero que yo adivino todo entero en sus ojos. y a los veinte, se le oyó exciamar. Cuando yo era joven. no hizo sino perseguir, a través de todas sus inconstancias, una certidurnbre y, acaso, un reposo, como lo prucba la nostalgia, la obsesión que lo torturó a todo lo largo de sus intrigas amorosas, de un amor maternal que, conjuntamente con la quietud, le aportase la felicidad doméstica. Al revés de don Juan, él aspiraba a la ternura más que a la pasión. Si Benjamin Constant hizo, pues, sufrir a las mujeres que lo amaron, si les tuvo propósitos absurdos.
si las rodeó dc afecciones inquietas y de ternuras exigentes, si les desquició el corazón hiriéndolas en sus sentimientos más secretos y si luego las abandonó sin el menor remordimiento, fué en primer lugar porque su alma compleja y alada, no podia bastarse con una sola tar en mi héroe, es una de las principales enfermedades morales de nuestros tiempos: esa fatiga, esa incertidumbre, ese analisis perpetuo que coloca una segunda intencion a la altura de los mejores sentimientos y que, por ese hecho, los corrompe desde su nacimiento, haciendo que nosotros no sepamos ni amar, ni creer, ni desear, ya que cada uno duda de la verdad de lo que dice, sonrie de la vehemencia de lo que afirma y prevé el fin de lo que siente.
Se podría decir que, en torno de la cuna de Benjamín Constant, se aposentaron todas las hadas, excepto aquella que ofrece la virtud esencial: el carácter; virtud que tan raramente acompaña a la inteligencia y sin la cual nada grande puede hacerse. Su inteligencia fué soberana, lúcida en la concepción, vigorosa en la lógica y, toda entera, ávida de darse y de comprender; su ingenio fué extraordinario. es el hombre que ha tenido más esprit después de Voltaire. decía Chateaubriand hablando de él. su pensamiento fué claro, frío y preciso y su intelecto, seguro e intransigente, hasta el extremo de que si Benjamín Constant hizo raramente lo que quiso, nunca dejó de decir lo que pensaba, sin preocuparse de las consecuencias felices o nefastas de su franqueza, como cuando pronunció su discurso en el Tribunat, a sabiendas de que iba a malquistarse con Bonaparte, o como cuando, a raíz de recibir de Luis XVII la suma de 300. 000 francos, para pagar sus deudas, le dijo. Agradezco a vuestra Majestad la liberalidad que ha tenido para conmigo; pero, yo entiendo guardar mi iibertad para juzgar vuestro gobierno según sus obras.
Desgraciadamente voluntad, no habiendo depasado nunca el nebuloso estado de veieidad, no pudo engrana con su inteligencia. como lo propio de la inteligencia, es de vivir en el momento presente y de desmentir cada dia y a cada hora, aquello de lo cual parcce más segura, no fué extraño que, careciendo del apoyo maravilloso, ella fuese a abismarse entre las más feas profanaciones de la tierra.
En su pasión y luego porque con ese don de metamorfosis que le da al corazón la abundancia de lágrimas, él era amado cuando no amaba ya. De ahí sú ansia ilimitada de lo que no existía y su náusea lúcida del bien acanzado. Era libre, pero ya no era amado exclama Adolfo al saber la muerte de esa extraña criatura que fué su víctima y su verdugo: Ellenora. Si a este grito, agregamos ese otro grito suyo: En mí había un deseo ardiente de independencia, que, como los avaros, en los tesoros que acumulan, me hacía ver en los lazos que me retenían a Ellenora, todos los bienes de que me sentía privado. tendremos resuelto el estado de contradicción en que se debatia Benjamin Constant. Así, era en la naturaleza misma de su ser y en la vertiginosa esencia de su alma que se encontraba el mal de Adolfo y no en el siglo, como él parecía creerlo, cuando escribía: Lo que yo he querido pinsu JOHN KEITH Co. Inc.
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