348 REPERTORIO AMERICANO le convertirían en partidarios, y los que le estorbaban el paso le ayudarían a sitbir. El abate reconoció que estaba en lo cierto.
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Martínez López, mientras yo le pagué, me sirvió bien; luego, cuando no tuve dinero para pagarle, se hizo enemigo mío y trabajó para que me expulsaran de Francia.
En él esto era natural y legitimo. Estimaba al que le pagaba, y al que no, no. El ser un tanto cerdo es un derecho legítimo, en el hombre que lo es. No se va a luchar contra la naturaleza. VALVERDE HIJOS Calle 12 Norte Avenida bis 4052 TELEFONO 4052 SAN JOSE, Compre en la fábrica y obtiene los mejores precios De Marcial Duhart, Rodríguez, no hablaba mal, pero decía. Marcial le pasa como a aquel gentilhombre napolitano que se batió quince veces para defender la superioridad de Dante sobre el Ariosto, y cuando iba a morir, confesó cándidamente: La verdad es que no he leído ni al uno ni al otro. Manuel Salvador, está aquí. Es carlista? Sí, puede que esté. Le conoce usted. Sí, es un perfecto granuja. Bah. ese es un común denominador en estos tiempos que no se puede tomar en cuenta. Un amigo mío de Madrid, hombre cándido, supo que a un pariente suyo de su mismo apellido le habían detenido por ladrón. El amigo fué conmigo a la jefatura de policía, y al empleado le contó lo que le pasaba ¿Y usted qué quiere saber. le preguntó el empleado Quiero saber si ese pariente mío es de verdad ladrón. No se ocupe usted de eso le dijo el empleado. aquí todos lo somos. cómo es posible dije que trabajen ustedes por una solución progresista y al mismo tiempo por otra reaccionaria. El dinero, señor de Aviraneta, es muy elástico. Es posible. por qué me cuenta usted eso. Se lo cuento porque vengo a proponerle que se pase usted a nuestro campo. No; yo no cambio de criterio porque sí.
Uno de los asiduos a este billar era un señor de grandes melenas, que me dijeron era un martinista de la secta de Saint Martin y de Martínez Pascualys.
Le oí hablar al martinista y me pareció que no decía más que tonterías con mucha solemnidad; pero como las tonterías, expresadas en tono campanudo, siempre se cotizan, el señor melenudo tenía crédito entre la gente. No será porque sí; será con su cuenta y razón. Mis socios y yo le ofrecemos, si se pasa a nuestro campo a trabajar en la empresa: primero, sueldo doble del que le dé el gobierno español, y segundo, una cantidad que no baje de doscientos mil francos, la mitad al comenzar los trabajos y la otra mitad al terminarlos. Qué me dice usted de la proposición. Le diré a usted que no me vendo.
No soy un tránsfuga ni un traidor. Ya empiezo a ser viejo; tenía alguna fortuna, que la emplee y la perdí en mis erpresas políticas. Lo único que me queda para vivir es la idea de haber obrado siempre con arreglo a mi conciencia. Llegaríamos a más. Es inútil, no me vendo. El brigadier Rosales, secretario del infante don Francisco, me ha propuesto varias veces en Madrid trabajar a favor del infante y no he querido nunca. Por qué. Porque no me parece viable la combinación. No creo que pueda tener éxito. Para los tradicionalistas y partidarios de la ley sálica, el rey debe ser don Carlos; para los liberales, que quieren la tradición española anterior a los Austrias y a los Borbones, la reina tiene que ser Isabel. Un tercero en discordia no representa nada. Bien. y no es más lógico que en vez de razonar mejor o peor, y seguir en una posición prácticamente mala en la cual no cosechará usted más que ingratitudes, se pase a nuestro campo, donde le pagaremos mejor y le daremos una cantidad para que pueda usted descansar en su vejez. No, no es más lógico. Por qué. Porque yo me avergonzaría de haber traicionado a mis amigos, y aunque tuviera algún dinero viviría descontento, sin tranquilidad y sin reposo. Así que no quiere usted nada con nosotros. En esa cuestión, nada. Nos declara usted la guerra. No; son más bien ustedes los que parece que me la quieren declarar a mí. Es que usted quiere ponerse contra nosotros. Es una estupidez, señor Aviraneta. No digo que no. Se perjudica usted. Quizá; no hago más que ser fiel a mis compromisos. Perdone usted que se lo diga; pero esa es una manifestación de orgullo inconmensurable. Por qué. Ser fiel a sus compromisos. No dice usted nada. Pero eso quién lo es?
Es demasiado lujo para un hombre de esta época. Quizá lo sea para una persona coino ustedes, acostumbrados a una vida rumbosa y espléndi? a; pero para mí, que vivo oscuramente no lo es. Sí lo es también. Bueno, no discutamos. Quiero tener ese lujo; me he comprometido a deCansancio mental Neurastenia Surmenage Fatiga general Marcial Duhard consideraba la revolución muy próxima. Era un optimista, un iluso.
Isaac Rodríguez seguía con curiosidad lo que hacían los exaltados, pero no tenía confianza en sus esfuerzos. Para Rodríguez, los debates doctrinarios sobre la forma de gobierno debían acabar y comenzar una nueva era de lucha metódica por las prerrogativas del trabajo y del capital.
Yo iba viendo con sorpresa cómo la política se iba transformando en una cuestión de clases. Naturalmente, el desarrollo de esta acción necesitaría decenios o quizá siglos para madurar. Yo no estaba, ni estaba tampoco España, para entrar en esta evolución novisima, que podía darse principalmente en países industriales. Yo me contentaba con ser un viejo liberal y no pensaba pasar de ahí.
son las dolencias que se curan rápidamente con KINOCOLA el medicamento del cual dice el distinguido Doctor Peña Murrieta, que Se sabía entre los contertulios que el libelista ejercía de polizonte casi por afición. Isaac Rodríguez lo despreciaba. Se puede decir de él aseguró una vez, lo que un político decía de otro para expresar su desprecio. Es el penúltimo de los hombres. Por qué el penúltimo. le preguntaban. Para no desilusionar a nadie. presta grandes servicios a tratamientos dirigidos severa y científicamente Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica