88 REPERTORIO AMERICANO Visita a Ma da e de Sta Por VENTURA GARCIA CALDERON De La Prensa. Buenos Aires, Rep. Arg. Madame de Stael Mozo gaTiempo y menos fatigas de alma y corazón, como decía el gran Rubén, nos hacen falta para escribir un libelo intitulado E!
crepúsculo de los hombres representativos a fin de sustentar con estridencias como los temperameatos geniales suelen estar en desacuerdo vitai con su patria. La contra dicen, la chocon, encandilándola, eso sí, alguna vez, hasta sacarla de quicio. Sin remontarnos a los profetas de Israel, poetas líricos en un pueblo tan reacio al lirismo, sin evocar a esos poseídos de la celeste cólera, que, para dar el buen ejemplo, se rasgaban las vestiduras y espolvoreaban con ceniza la cabeza greñuda, cabe preguntarse si oe, Byron y Goethe, si tantos otros cuya nomenclatura sobraría en la cuartilla se parecieron consubstancial cente a su propia raza. No la desbordan, en realidad, como una espuma peligrosa. Estoy rumiando estos pensamientos en el vaporcito que me lleva por el lago Lemán a!
pueblo de Coppet, donde vivió y reinó pues fué reino el suyo con el arpa de David en las manos la señora de Stael, enemiga famosa de Napoleón y el huracán hecho mujer.
El huracán no es palabra suiza. Nadie más ecuánime que esos relojeros disfrazados de alpinistas, con zapatos claveteados y una pica de emergencia en la mano saliendo de la Mar de hielos a trepar cumbres nevadas.
La poesía de lo montaña suiza la viven, la escriben otros. La vive ese vejete inglés que, a despecho de su ceguera reciente, viene aquí a encaramarse a una escarpada soledad de ventisqueros para siquiera respirar los Alpes que ya no ve. La acentúa esa rumana coleccionista de edelweis, la afelpada y grisácea flor de la altura. La escriben estos colegas marrulleros de Francia que os inventan un adulterio en cualquier refugio mpntañés decorándolo con aludes románticos o claros de luna sobre la nieve, unanime corflicto de blancuras. como diría Mallarmé.
Narcótica inmersión en la serenidad de espíritu y de cuerpo, es esta república blanca y verde que ha suprimido por decreto los tumultos del abna. Aquí sólo tienen fiebre, al ponerse el sol, los tísicos de los sanatorios. Ninguna raza más cercana a la tierra y sus pastizales. Si un suizo se tira por ia ventana, decía risueñamente Stendhal, seguidlo sin vaciar, pues podéis estar seguros de que hay algún provecho de dinero. cuando hemos saboreado tan linda injusticia gozamos del placer inmediato de contradecirnos o de confirmar nuestra sospecha sobre los hombres representativos. Suizos son, perfectamente suizos, tres maestros del amor desorbitado y la agoniosa introspección, tres maestros cuyo beneficio moral no me parece debidamente apreciado en las historias de la literatura.
No suele apellidárseles, tan famiilar es nuestra simpatia para con ellos: Juan Jacobo, Enrique, Benjamín. Desde aquí, del vaporcito que me lleva a Coppet, diviso en su islote de cisne la estatua de Rousseau, de Rousseau que recobra para el universo el don de lágrimes y cuya vieja levadura de melancolía se prolonga tanto que la hallamos un siglo más tarde en el neoclásico Mo.
réas cuando se sienta a partir y saborear el pan de la amargura en sus soledades de la isla de Irancia. Por aquel puente ginebrino adivinamos. friolento, ojeroso, con su herida nunc cicatrizada y su buitre portatil como las inglesas solteronas que llevan un loro al hombre a nuestro maestro Amiel. cruzando el lago mismo, en ruta a Coppet. cómo no evocar al más infeliz de todos, a ti, Benjamin Constant, que nunca supiste gobernar tu melancolía!
llardo, de tan claro y nítido juicio cuando se trata de inventariar el recinto propio, en pugna siempre con el ángel de la guarda que se queda a la puerta de la casa de jue.
go. Aquí vivis y desesperó Benjamín entre el garito y la disputa cotidiana con su ogresa intima.
Por jactancia, escribe libros en el dorso de una baraja, se suicida por estratagema a fin de convencer a la linda señora de Recamier, pero su peor castigo puede ser acaso el concederle lo que desea tan ansiosamente. Adolfo. su obra genial, es el catecismo de la indecisión, del fervor intermitente, de la abulia frenética, si ambas palabras caben juntas. Sería fácil probar que están allí, en génesis, lo mismo Dostoyewski que André Gide. yendo más lejos, en el camino de Taige, podría sustentarse que en aquella trinidad extraña de la literatura suiza está patente la rigurosa concordancia del medio y el hombre. Aquí, la enfermedad de la voluntad, el mal del siglo, tuvo clima adecuado; aquí recidieron sus dos mártires, el novelista y el filósofo. Escribiendo cartas patéticas de reraordimiento y de fiaqueza ru.
sa cuando salia del garito, vivió en Suiza el autor de Crimen y castigo. cuyo Raskolnikof es nuestro Hamlet; en Sils Maria estuvo Nietzsche sin recursos, sin esperanzas, sin lectores, elevando su pacético himno a la voluntad de poderio, a la voluntad que estaba refugiada en cualquier sanatorio del siglo xix. Ah. si el Divino Arquitecto se divierte con nosotros, como pensaba Oinar Kheyyim, jugardo al ajedrez en su tablero de hombres, cor resemos que el ganıbito fue aqui famoso.
Por lo menos. sin buscar visitantes extranjeros, podemos derivar de los tres grandes escritores suizos la zozobra contemporánea y la fruición del propio análisis. la escuela francesa de psicólogos y moralistas que se encumbra en el Versalles de la Rochefoucauld y La Bruyere, añaden aquí ellos una exploración más peligrosa de riscos y de grietas bajo cuyo frágil puente de nieve suele aparecer una crispada galería del alma.
Incomparables psicólogos los de Francia; más sólo, paréceme, en el examen prolijo de un corazón bien constituído; insuperables. inventariar un parque de Versalies con su bosque aledañio, pero un poco aturdidos si se les brinda una montaña de 000 metros.
una espesura virgen, una epopeya sin tro.
chas como el Ramayana o Los Nibelungos. En cambio, para aquellos alpinistas de la melancolía no hay ruta difícil ni psicologia cerrada. De dónde provino esta eximia y doiorosa aptitud? De la Reforma, tal vez. Contra la opinión común, puede probarse que ei examen de conciencia católico y la confesión auricular no son siempre escuela de tortura íntima. Los calvinistas que se confiesan a Dios directamente han padecido en mayor grado que los pueblos católicos la enfermedad del escrúpuio. En todo caso, cuando se escriba con imparcialidad la historia de la inquietud que origina la literatura actual, se rá imposible olvidar Rousseau, primera victima de si musmo; a Amiel, que se mira vivir, irmóvil ante el espejo del diablo, buscándose ei cotidiano motivo de no estar setisfecho; a Benjamin Constant, en fin, envilecido, engañado a sabiendas, avezado a su lúcido tormenta.
Pero he aqui que en estas verdes riberas ha surgido un Napoleón con faldas para dejar estupefacta a Europa, recorrida por ella de éxito en éxito. Si en la nomenclatura de glorias suizas ie corresponde a la señora Stael el cuarto jugar, el primero es suyo por la difusión de su celebridad. Nuestra Amé.
rica misma, a mediados del siglo xix. la tra ducía y la admiraba. Qué recepciones, qué viajes, qué amistades repentinas, qué bole.
tines de victoria! Eso si, ni con zalamerias, ni con disfrazadas amenazas pudo Germana de Stael reducir la antipatia de Napoleón.
El Corso la persigue con una inquina irrazo nada, casi fisica. Pero si llegan a formar pareja, totalizan la energia de Europa en los comienzos del sigto pasado. Sino que el general tumultuoso prefiere más blandas compañeras, y tal vez Nietzsche pensaba en el cuando aseguró más tarde que la mujer sólo debe servir para reposo del guerrero.
Prefiere Napoleon la criolla dengosa de las Antillas, a la polaca musical, a la infanta ingenua y regordeta de Viena. Pero la extraordinaria mujer puede jactarse, por lo menos, de haber polarizado una aversión Los grandes odios, como los grandes amores, no recaen sobre almas triviales.
Si el general la desdeño, sus ilustres contemporáneos, su hermano mismo, vinieron a rendirle pleito homenaje. Puede decirse que a cada victoria de Napoleon corresponde un libro suyo, asimismo rápido y fulgurante, que acrecienta su reputación universal y cada vez no sirve para nada. Corina. De Alertania equivalen a Austerlitz, a Marengo. Teatrales ambos, el guerrero y la escritora, no confiesan la desazón que los ator menta, ese romanticismo de la acción, peor que el otro ¿Son de alguna utilidad tantas batallas, tantos libros? su imperio al revés, su imperio de fracasados, lo funda aqui la señora de Stael en un verjel de paz jun.
to al lago inocente. Tan numerosos descastados hay en París. decia Capus. que terminan por formar una verdadera casta. Algo así puede afirmarse de los desterrados del universo que llegaban a formar en (Pasa a la página 93. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica