REPERTORIO AMERICANO 37 Nico y a das partes, se ha adentrado en el pueblo tanto que en los atarde ceres, ya casi en la noche, se oye a veces nacer, no se sabe ni de dónde, la copla, Mamá Ciriaca tenia una teta le daba vuelta por la paleta.
Viendo Nicoya rodeada de pequeños cerros, con su iglesia colonial y su población de bronce, es muy natural recordar lo que Por FRANCISCO AMIGHETTI contaba Oviedo, el rudo soldado Colaboración. Costa Rica y noviembre del 35 que se entusiasmaba con todo lo FA que veía, describiéndolo con la prolijidad del que ama las cosas y por eso pretende transcribirlas conservándoles su finura y relieve.
Oviedo en sus crónicas es como los primitivos de la pintura, fervor, paciencia, minuciosidad y unas explosiones de candor propias del que escribe sin prejuicios y con el gozo de contar lo que ha visto.
Así nos dice como en aquel lugarcito plano presenció las fiestas en que los indios caian ebrios no siendo menospreciados sino envidiados en la caída por los demás compañeros. donde asustado del paganismo de las costumbres los bautizó, cambiándole al cacique su bello nombre de Nambi o Nicoya por el ridiculo, en un indio, de Don Alonso.
Todavía las huacas guardan en el oro las formas de sus dioses y el agua descubre al lavar las loMadera de Amighetti mas, vasijas pintadas con arie, y el jade, cuyo color es como el del mar y que alcanza el brillo de los como porcelana, es una esculu ra con la forma rotunda de la tiespejos, todavía adorna el pecho ra viva y policromada que se pue naja, mojada y brillante y en cilde las mujeres. Oviedo menciona de admirar en cada momento. yos reflejos el paisaje se copia una piedra verde que seguramen La sencillez de este motivo dia confusamente.
te es el jade engastado en una rio lo hace perfecto, la redondez La tinaja, que se encuentra en piedra de muy excelente jaspe o del anca es una consonante sone las cocinas, en los ríos y en ioporfido verde, al qual espejo en aquella su lengua se llama chastite. El liquidámbar que llamaban los españoles parece corresponder al vino de coyol, y los guacales que sacan de los jícaros no eran desconocidos para los indios cuando los conquistadores llegaTon.
Restreando esas cosas precoloniales que son como una historia que se les ha vuelto cotidiason las dolencias na, se le puede hallar color orique se curan ginal a la vida de estos lugares.
rápidamente con Allí, como en otras partes del Guanacaste donde todavía no hay cañería, la gente tiene que traer el agua de los ríos y usa para ello tinajas hechas del barro del suelo, llevándolas sobre sus cabezas mientras mueven los brazos pauel medicamento del cual sadamente. El cuerpo lo conducen dice el distinguido Docrecto y el torso muy quieto mienfor Peña Murrieta, que tras la tinaja va suelta sobre la cabeza, el movimiento se concentra en el ritmo de las caderas y presta grandes servicios a en la ondulación de los brazos, tratamientos dirigidos secada mujer fina o ancha. con su vera y científicamente piel oscura donde reluce el oro de los aretes y el blanco de los ojos los otros niños se acurrucan haciéndose como tinajas mientras les golpean la cabeza los compradores a ver si suenan claritas o están rajadas. Ya sólo falta una danza de la tinaja, o un poeta que les compusiera coplas de amor como a una mujer.
En las cocinas, que es de lo que más vale la pena de verse en una casa guanacasteca, las volvemos a encontrar, son dos o tres o más tinajas, húmedas, tapadas con guacales ligeros y claros como si allí también se buscaran la tierra y la planta.
En la penumbra tostada de las cocinas, los peroles de hierro dan su nota negra y la llama que a veces se escapa desnuda salpica de oro las ollas azules.
Los hornos grandes y redondos de tierra calcinada, la piedra de moler, a menudo la misma que usaron sus antepasados. porque la han desenterrado todo parece lógico y saturado de intimidad, mientras afuera el sol arde y el día se mete por las rendijas con su fulgor verde.
Las mujeres de Matambú vienen a vender mangos trayendo sembradas en su cabello indígena, flores blanquísimas, pasando a veces cerca de la iglesia colonial de una dulce simetría y de una castidad arquitectónica que encanta.
En las afueras al lado del río, que viene a ser un límite de plata entre la ciudad y el campo, los congos ponen su nota ronca en el silencio de la ciudad y se ven en los árboles como frutos negros y velludos. En los mismos árboles saltan pájaros como el chichiltote, con su poniente en el pecho o por el tronco se encarama el garrobo feísimo que parece un animal creado por la fantasía de un artista de pesadillas como Bosch.
En los pueblos cercanos, ranchos pajizos, chanchos negros, mujeres con tinajas, niños desnudos, todo es primitivo y tiene la dulzura de un mundo que empieza, Cansancio mental Neurastenia Surmenage Fatiga general KINOCOLA Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica