REPERTORIO AMERICANO 21 lente; son los misterios de un cul En uno de los barrios más to a que se va acostumbrando al apartados del centro, en el expueblo, y que mantiene su vigor, tremo oriental de Méxicos allí y que despiertan sus nobles am.
donde se aglomera la población bicones, y que le hacen entrever más infeliz y más abandonada; otros horizontes de bienestar y de allí, donde la ignorancia tiene un riqueza, que la indolencia le enfoco antenazador, y en donde pue.
cubre o que el desaliento le hace ver muy lejanos, casi imuosibles de decirse que la barbárie se prede alcanzar.
senta más espantosa, precisamente por hallarse más próxima al refinamiento y al lujo, la Sociedad de Beneficencia ha ido a establecer dos misiones, que sin duda alguna tendrán los más felices resultados en el porvenir. Son teólogos, y ¿qué cosa es la teología sino el gongorisno de la idea cristiana. La civilización, ya venga de Francia, de Inglaterra, de España, de Turquía, es siempre bue na, útil y grande.
Asi hablaba el Maestro, el hu.
manista, el mexicano, sintiendo las angustias de su tiempo, con su copa henchida de vino universal.
México, Octubre, 1934.
De la antologia de Altamirano LAS AMAPOLAS Uror. Tíbulo Todo gime soñoliento: El río, el ave y el viento Sobre la desierta playa, El sol en medio del cielo Derramando fuego está; Las praderas de la costa Se comienzan a abrasar, se respira en las ramblas El aliento de un volcán Suelta ya la trenza oscura Sobre la espalda morena; Muestra la esbelta cintura que forme la onda pura Nuestra amoroso cadena Duermen las tiernas mimosas En los bordes del torrente; Muscias se tuercen las rosas, Inclinando perezosas Su rojo cáliz turgente.
Los arrayanes se inclinan, en el sombrío manglar Las tortolas fatigadas Han enmudecido ya; Ni la más ligera brisa Viene en el bosque a jugar Late el corazón sediento; Confundamos nuestras almas En un beso, en un aliento.
Mientras se juntan las palmas las caricias del viento.
Piden sombra a los mangueros Los floripondios tostados; Tibios estan los senderos En los bosques perfumados De mirtos y limoneros.
Mientras que las amapolas, De calor desvanecidas, Humedecen sus corolas En las cristalinas olas De las aguas adormidas. Todo reposa en la tierra, Todo callándose va, sólo de cuando en cuando Ronco, imponente y fugaz, Se oye el lejano bramido De Jos tumbos de la mar. las blancas amapolas De calor desvanecidas, Hunedecen sus corolas En las cristalinas olas De las aguas adormidas.
Así dice amante el joven, con lánguido mirar Responde la bella niña Sonriendo. y nada más.
A, las orillas del río, Entre el verde carrizal, soma una bella joven De inda y morena faz; Siguiéndola va un mancebo Que con delirante afán Cine su ligero talle, así le comienza a hablar: Todo invitarnos parece Yo me abraso de deseos; Mi corazón se estremece, ese sol de Junio acrece Mis febriles devaneos.
Entre las palmas, se pierden; del día al declinar, Salen del espeso bosque, tiempo que empiezan ya Las aves a despertarse en los mangles a cantar.
Arde la tierra, bien mío; En busca de sombra vamos Al fondo del bosque umbrío, un paraíso finjamos En los bordes de ese río. Ten piedad, hermosa mía, Del ardor que me devora, que está avivando impía Con su llama abrasadora Esta luz de Mediodía.
Aquí en retiro encantado Al pie de los platanares Por el remanso bañado, Un lecho te he preparado De eneldos y de azahares.
Todo en la tranquila tarde Tornando a la vida va; entre los alegres ruidos, Del Sud ai soplo fugaz, Se oye la voz armoniosa De los tumbos de la mar.
Todo suspira sediento, Todo lánguido desmaya, Junio. 1858.
AL ATOYAC Abrase el sol de Julio las playas arenosas Que azota con sus tumboz embravecido el mar; opongan en su lucha, las aguas orgullosas, Al encendido rayo, su ronco rebramar.
Osténtanse las flores que cuelgan de tu techo En mil y mil guimaldas para adornar tu sien; el gigantesco loto, que brota de tu lecho, Con frescos ramilletes inclínase también.
Tú corres blandamente bajo la fresca sombra Que el mangle con sus ramas espesas te formo; duermen tus remansos en la mullida alfombra Que dulce Printavera de flores matizó.
Se dobla en tus orillas, cimbrándose, el papayo, El mango con sus pomas de oro y de carmin; en los ilamos saltan, gozoso el papagayo, El ronco carpintero y el dulce colorin.
Tú juegas en las grutas que forma en tus rioeras De ceibas y parotas el bosque colosal; plácido murmuras al pie de las palmieras, Que esbeltas se retratan en tu onda de cristal veces tus cristales se apartan bulliciosos De tus morenas ninfas, jugando en derredor; amante las prodigas abrazos misteriosos, lánguido recibes sus ósculos de amor, En este Edén divino, que esconde aqui la costa El sol ya no penetra con rayo abrasador; Su luz, cayendo tibia, los árboles no agosta, en tu enramada espesa, se tiñe de verdor. cuando el sol se oculta detrás de los palmares, en tu salvaje templo comienza a obscurecer, Del ave te saludan los últimos cantares Que lleva de los vientos el vuelo postrimer.
Aquí sólo se escuchan murmullos mil suaves, El blando són que forman tus linfas al correr, La planta cuando crece, y el canto de las aves, el aura que suspira, las ramas al mecer.
La noche viene tibia; se cuelga ya brillando La blanca luna, en medio de un cielo de zafir, todo allá en los bosques se encoge y va callando, todo en tus riberas empieza ya a dormir. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica