REPERTORIO AMERICANO 141 Alfarería nicoyana Por ANASTASIO ALFARO Envio del autor. Costa Rica y febrero de 1935 en BAIXENCH India chorotega terminando su tarea.
William Holmes y otros arqueólogos notables han conjeturado que nuestros indios no usaron el torno, ni otros medios mecánicos para fabricar las encantadoras piezas de cerámica nicoyanas, pues tenían la vista y las manos tan bien educadas, que podían dar a sus concepciones caprichosas la expresión artística variada y sugestiva que revelan los artefactos sepultados en las tumbas.
La pieza inédita que publicamos ahora la obtuvimos recientemente en San ta Cruz del Guanacaste, y pone de manifiesto el proceder sencillo de que se valían los indios para la fabrica ción de las vasijas de barro.
Representa una india en actitud de contornear una olla grande, sentada de plan a!
suelo, sujetándola entre las piernas tendidas por un lado y otro, y haciéndola girar con ambas manos; el cuerpo de la india es hueco y tiene adentro bolitas de arcilla cocida, que era la manera de probar que la pieza estaba entera y bien quemada.
El diámetro de la olla es de 10 centímetros; y el tronco, con la cabeza de la figura alcanza una altura de once y me dio centímetros. Si no puede considerarse esta pieza como una obra de arte por la ejecución de los detalles, tiene un realismo sorprendente y constituye el mejor comprobante de la sencillez con que trabajaban los indios, sin tornos, mesas, ni banquillos. Mucha imaginación, buena vista y manos adiestra das eran los elementos de que odían disponer para transformar las arcillas en documentos históricos precolombinos. La pieza toda está pintada con ocres de colores, amarillo, rojo y negro; puestos seguramente sobre la figura en crudo, y afirmados después con pulidores de piedra antes de meter la pieza al horno. En muchas partes conserva todavía el brillo del pulimento, que los agentes destructores del suelo no han podido borrar.
Según Oviedo, los indios tenían libros de pergamino, que hacían de los cueros de los venados, tan anchos como una mano o más, e tan luengos como diez o doce pasos, e más e menos, que se encogían e doblaban e resumían en el tamaño e grandeza de una mano por sus dobleces uno contra otro, a mane ra de reclamo; y en aquestos tenían pintados sus caracteres o figuras de tinta roja o negra, de tal manera que, aunque eran lectura ni escritura, significaban e se entendían por ellas todo lo que querían decir muy claramente; y en estos tales libros tenían pintados sus términos y heredamientos, e lo que más les parecía que debía estar fir gurado, así como los caminos, los ríos, los montes e boscajes, etc.
Esos libros desaparecieron con el incendio de Nicoya, o están sepultados en alguno de los archivos europeos, y al igual de los códices mexicanos no verán la luz pública mientras no tengamos un Francisco del Paso y Troncoso que consagre algunos años de su vida a la rebusca de documentos antiguos, 710 sólo en Sevilla, sino también en la Biblioteca del Vaticano y donde quiera que conserven papeles o pergaminos referentes a la historia precolombina del Nuevo Continente Sin embargo, los cementerios indios nos están diciendo dónde tenían sus viviendas, y los objetos sepultados en las tumbas revelan los medios de vida, sus costumbres y desarrollo mental.
La provincia de Guanacaste estaba habitada por los indios Chorotegas o Mangues, descendientes de los Nahuas, que se extendían desde México al Sur hasta la península de Nicoya, abarcando ambas márgenes de nuestro Golfo, hasta la punta de la Herradura. No falta quienes pretendan hacer diferencias sustanciales entre las tribus o cacicazgos, aun dentro del estrecho límite nicoyano; pero la casi identidad de las piezas ar queológicas, apenas permite la separación en parcialidades administrativas.
Los objetos de arcilla cocida que suministran las guacas varían desde el tamaño de una aceituna hasta las grandes urnas funerarias, que tuvieron quizá un metro de diámetro en casos excepcionales.
Algunos vasos y ornamentos están primorosamente dibujados en colores y otros utensilios domésticos carecen de adornos, aunque muestran corrección en las líneas y uniformidad en el espesor de las paredes, de acuerdo con el tamaño de cada vasija; las hay tan pequeñas, que apenas pudieron servir para llevar el achiote con que se pintaban las mejillas, en los grandes festivales.
Algunas piezas son tan semejantes unas a otras, que parecen hechas por el mismo obrero, aunque se hallen las sepulturas separadas por muchos kilómetros de dis tancia, como sucede con las de Nicoya, Filadelfia y Sardinal Eso se debe al comercio entre unos pueblos y otros, como acontece Guatemala, donde llevan los indios las cargas de tinajas, a la espalda, desde la Antigua hasta la Capital, con un día de jornada sin descanso. El primer vaso del tigre que publicamos en la Revista de Costa Rica, hace diez años, procedente de San Lázaro, lo hemos visto reproducido, casi idéntico, en los sacados últimamente de las sepulturas de Filadelfia y del Potrero, que distan muchos kilómetros unas de otras. Sin embargo, el tamaño, la forma y colorido de todos esos vasos clásicos parece in dicar que fueron fabricados por el mis mo artista.
Las tinajas y porrones que se fabrican actualmente en los pueblos nicoyanos son transportados a Puntarenas en bongos para la venta, y nada de raro sería que algunas lozas policromas, de las que aparecen en las tumbas güeta.
res, tuvieran su origen en los antiguos talleres chorotegas, pues el comercio por la vertiente del Pacífico, o por el río San Juan y llanuras de Sarapiqui debió ser frecuente, como dice Lothrop en la página 295 de su libro admirable.
Entre los centenares de objetos sacados del cementerio del Guayabo, en las faldas del volcán Turrialba, sólo aparecieron algunas piezas con dibujos en negro, sobre el fondo rojo común; nada que pudiera indicar el empleo de ocres diversos. Esto se debió seguramente a la falta de materiales apropiados, pues en la forma y relieves de los objetos de oro, piedra y barro sí mostraron aquellos indios gran desarrollo artístico, y tanta paciencia tenaz para el trabajo como los chorotegas.
Los pobladores antiguos del Guanacaste estaban influenciados por la cultura superior de los mexicanos y tenían en su favor la presencia del río Tempisque, que semejante al Nilo, inunda periódicamente sus riberas, fertilizando las, después de haber formado con aluviones las llanuras extensas de ambas riberas, hasta su desembocadura en el Golfo de Nicoya. Por otra parte, tenían el extenso Golfo poblado de islas encantadoras, como el Mar Jónico, y lo natural es que floreciera el arte en tales condiciones, aprovechando las arcillas y los ocres, que eran los elementos de que podían disponer. Además, las costas no Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica