CommunismKidnapping

344 REPERTORIO AMERICANO Primer aniversario de Arvelo Larriva Por HUMBERTO TEJERA De El Nacional. México, 12 de Mayo, 1935 Alfredo Arvelo Larriva Este mayo cierra el primer manojo de 360 días sobre la tumba de Alfredo Arvelo Larriva, quedada en Madrid. Uno de los soberbios brotes de nuestra raza lírica, concentradora de ecos de aquellos vientos del llano. que interpretó Pérez Triana, de aquellas ingeniosidades gauchescas memorizadas por José Hernández, y del bélico y galante sentir de toda la charrería que, con variados nombres y tapajos, galopa por todas las sabanas, pampas y llanuras de la vertiente inmensa que los Andes despliegan hacia el Atlántico. Antes de morir, Arvelo Larriva, según me escribe un compañero suyo, exclamó con su amargura irónica. La Bestia me ha ganado la apuesta. El, como toda la gente sana de su generación, tenía entablado duelo a muerte con las tinieblas, las horruras, el crimen; e igual que sus incontables compañeros, Aristeguieta, Blanco, Bruzual López, Jugo, Bolet Monagas Morantes, Romero García, pereció sin ver otro rojo de alborada, otra bandera de triunfo, que la sangre misma brotante de sus derrotas e infortunios.
Arvelo Larriva era un viento, un huracán, un bostezado suspiro armonioso, surgido y alargado en los oleajes de esteros y manglares, de guaduales y matas. al ras de los millones de kilómetros de pastales casi desiertos que encierran, contra el océano, el Orinoco y el Amazonas. Era él, la creciente de los ríos tropicales. El complejo humano más extraordinaria, plasmado con sedimentos arábigo españoles, desarrollado a la medida de la guerra perpetua contra la naturaleza, y de la consubstanciación con la naturaleza, en las pampas ilímites. Sus abuelos compusieron un tiempo gramáticas latinas en los seminarios coloniales de la Nueva España; paseáronse después en vagabundeo de colonizadores, por las colonias borbónicas, y estancáronse al fin, a caballo y lanza en mano, a formar rebaños millonarios en las pampas, bajo su cayado patriarcal, en el comunismo virgen de las leguas a morocota.
Más tarde, fueron con Rafael Arvelo a la corte hojalatesca de Guzmán Blanco, a lucir malicias llaneras en epigramas famosos. Así cabalgaron, durante generaciones, libérrimos y fuertes, espoleando potros, braceando caños y esteros, matando y muriendo con mosquitos, tigres y caimanes: aliados, familiares y a la vez enemigos, entre la selva y la fauna cuya enunciación espanta entreverla en las páginas de Peonía, doña Bárbara o La Vorágine.
Eran otros tiemps, otra historia. A1 Antar llanero de nuestros días, le reservaba la fatalidad, de por vida, una ergastula. La vida de Arvelo Larriva, una de las horrendas tragedias de nuestra América inocente y progresista, bendita y policromada de tedeums, paradas charreterescas y aclamaciones democráticas. Tragedia que ha centelleado ya, con brillos obsidiánicos, en un relato de Tablada. Primero, cuando el adolescente comenzaba a cantar su canción faunesca, erotika biblion de sus condiscípulos, los tigres y los caimanes lo declararon asesino, y lo encerraron, durante diez años, en espantosas prisiones. Pero todavía, como prisionero criminal, era tratado con cierta humanidad, se le permitía leer y cantar.
De esa primera prisión surgieron sus dos libros Enjambre de Rimas y Sones y Canciones. Algo de lo original y perdurable hecho en nuestro tiempo.
Después. este después es todo un capítulo de historia indolatina. Arvelo, en rebeldía contra la bestia triunfante, cayó en sus garras. Otros diez años en los antros. Ahora, como prisionero político, es decir, sin espacio, sin luz, sin comunicación con nadie. Solo, con su par de grillos, y la sombra. Sepultura tan profunda y tan sin esperanza como los plomos venecianos. sin embargo, el milagro de la vida llegó hasta allí; como en las novelas mosqueteras, una mujer, una Mercedes, una merced de estrellas y rosas, obtuvo sacar al poeta de aquel emparedamiento, ante cuya tenebrosidad palidecen las historias del Tasso y de Silvio Pellico. Buen caballero, dió sus versos y su brazo de varón fuerte al hada milagrosa, quien lo acompañó sin arredrarse después por los caminos del aspro essilio. hasta enterrarlo en Madrid, Vidas legendarias, que florecerán en corridos llaneros con la madurez del tiempo.
Sus ojos lechuzos, fijos, miopizados por tantos años sin ver la luz, veían siempre el vuelo de un garcero perdido en el verdor de la sabana Para los cretinos, había en su intención y decisión siempre algo diabólico. Antítesis viviente de su tiempo y de sus contemporáneos, tropezando con ellos en las calles asfaltadas, repartía bofetadas, balazos y epigramas. Los que no pudieron descuartizar a Rufino Blanco Fombona, se consolaron con amordazar y ponerle grillos a su compañero Arvelo Larriva, y quitarle el sol, los libros y la comunicación durante décadas. Cuando él comenzó a cantar y pelear, era el tiempo tal vez malo, en todo caso no mejor el actual en que los poetas indolatinos en vez de calcar a Gide o a la condesa de Noailles, sorbían gruesos tragos de aguardiente con pólvora en anchas copas románticas, dignas de Hagen Tronje. Así comenzó Arvelo, heroico en su byronismo, poniendo la ruda originalidad de lo verdadero en su huguismo diazmironiano. Adquirió amistades magníficas. Quevedo Darío, durante los dos primeros lustros de prisión, cuando alcanzó asombrosa riqueza verbal y dominio rítmico su verso, en Sones y Canciones. En la segunda etapa de su interminable martirio, tratado como reo político, se le sepultó vivo, de tal modo que pasó la guerra europea sin él darse cuenta. Ya no se le permitió leer, ni escribir, ni comunicarse en su secuestro. Pero algo tan poderoso, tan soberbio, indestractible, había en sus músculos y su cerebro, que salió de allí y vino a Centroamérica, a México y fué a Europa, y desde Europa desató en 1929 una tormenta que puso a temblar a sus verdugos.
La apostura, la fuerza, la cerviz indomable de los centauros llaneros, de la desaparecida estirpe de los lanceros de Las Queseras, podían verse en su estampa. Sus silencios, su generosidad, sus maneras, pedían desplegarse bajo el nevado albornoz de un jeique. Mísero de dinero, pagaba ediciones ajenas; agotado ya de fuerzas, defendía pleitos extraños. En cualquier salida a la calle arrastraba un noviazgo. Una tarde de paseo a Xochimilco le valió el compromiso de una poetisa evasiva de acompañarlo a su regreso a Francia, Sus amigos en México, que lo fueron Rafael López, Mariano Silva, González Guerrero, Molina Enríquez, saben cuán corto es lo que digo en honor de aquella espléndida personalidad. Magnetizado por ella, Ernesto Albertos lo esculpió en un canto. El doctor Horacio Uzeta, médico del general Obregón, prendado de sus arrogancias de caballero andante, no obstante su edad y achaques, madrugaba para atenderlo en una de las gravedades frecuentes en que recaían los destrozos que en su potente organismo hicieron las crueldades carcelarias. Castigado con treinta mil invocaciones a la muerte, isu sistema nervioso vibraba lastimosamente dentro de las urbes modernas, cuyos tumultos huelguísticos y comiciales amaba compartir, como un desquite a toda la tremenda soledad de sus años reclusos. Arrastraba así, por mítines y I(Pasa a la página 360. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica