REPERTORIO AMERICANOI 329 Por SALVADOR NOVO De Fábula Gral. Amaya. México. Marzo, 1934 es ra Pedro Henriquez Ureña (Hacia 1922)
El portero me anuncia que está el seUreña; bondad de subir. Hace exactamente diez años que no nos vemos, desde que é!
se marchó de México, recién casado, a Buenos Aires. El no ha estado todo ese tiempo acá; nacieron sus dos hijas, ha hecho desde entonces uno o dos viajes a Europa, fué llamado por el Gobierno de su país para hacerse cargo de la Educación y recientemente, porque lo que podía hacerse con el presupuesto de Santo Domingo podía hacerlo cualquiera y no resultaba necesario que él permaneciera en el pequeño ambiente, volvió a sus clases en Buenos Aires, vía Europa.
Está igual; los años no pasan por el y, al contrario, lo encuentro más joven, más apuesto, sin aquel duro gesto iatigado suyo que el turbulento medio universitario mexicano, como el suyo a ray Luis, le infligía. Yo tenía 18 años en 1922 y estudiaba Leyes. Confieso que no supe sino más tarde que aque!
señor que iba a dar clases a los yanquis cn un salón de la escuela, porque la de Verano, que se iniciaba apenas, carecía aún de edificio propio, fuera Pedro Henríquez Ureña, ni que Pedro Henriquez Ureña hubiera tenido en la educación de Vasconcelos, ministro entonces de Educación, de Caso, Rector de la Universidad, de Alfonso Reyes, Embajador, el importante papel que tuvo en el Ateneo de México, doce anos atrás. Mi acercamiento a él fué totalmente puro.
Cuanto odiaba las clases de Derecho Público, me seducía escuchar las suyas de literatura y entiaba, sin derecho, a su salón. Alguna vez preguntó lo que era una glosa; y al ver que ningún yanqui le contestaba. y mi experiencia ulterior me ha convencido de que no se les puede preguntar nada a los estudiantes yanquis, porque se quedan siempre callados se dirigió a mí, contesté su pregunta y a la salida lo aguardé y conversamos. La circunstancia de que viviera en la misma caile que yo hizo que tomásemos el misno camión. En él conversamos; impensadamente nos hallamos haciéndolo en inglés, en francés. Me quedé a comer en su casa. Su espíritu central iba apoderándose de mi atención, de mi interés, sin mostrarlo. Después de comer examinamos juntos algunos libros recién llegados y advirtió que yo sabía un poco de alemán.
Volvimos a su oficina y unos días después yo disfrutaba de un empleo, el primero, en la Escuela de Verano, febrilmente, dando clases de esto y de lo otro y ganando inucho dinero.
Con Pedro vivía una tía suya, la Niña Ramoncita, y los de la Selva, Salomón, Rogerio y Roberto. Fuera de ellos.
sus amigos habituales eran Daniel Cosío y Eduardo Villaseñor, con quienes pronto intimé y que acogieron al recién llegado al cenáculo sin reservas. Por las tardes, terminado el trabajo, conversábamos largamente. Pero a mí me gustaba sobre todo que habláramos Pedro y yo, y solíamos irnos hasta su casa a pie, sin que yo experimentara fatiga, cyéndole abrirme posibilidades (por qué no se hace usted filólogo. relatándome trozos selectos de su profesorado en Minnessota, haciéndome preguntas intempestivas, aconsejándome lecturas o decisiones. leyendo mis últimos versos con una sonrisa que yo no sabía si era de burla o de aprobación.
Inventó entonces una sección nueva en México Moderno. Repertorio, a car go de Salvador Novo, para la cual me daba todo el material, y bajo su dirección emprendí la Antología de Cuentos Mexicanos e Hispanoamericanos que publiqué en 1923 y una edición, que no vió la luz nunca, del Libro Koheleth, vulgarmente conocido por el Eclesiastés.
Partió entonces, con Vasconcelos, a la América del Sur, a llevar una estatua de Cuauhtemoc. Tardó unos meses en volver. Mi adolescencia disipada le contrario al regreso y prácticamente reñimos a tiempo que se disolvía aquel núcleo incongruente de encontradas envidias que Vasconceios patrocinó durante su Ministerio. Cuando el tiempo pasó le envié mis libros nuevos. Siempre me había aconsejado que aprendiera a escribir como Carlos González Peña y aún para ello me hizo colaborar con editoriales en El Mundo. de Martín Luis Guzmán. Yo quería saber si Return Ticket ya alcanzaba ese standard y se lo pregunté en una carta, Se sienta, cruza una pierna y con los brazos apoyados en el sillón, une por la punta los dedos de sus manos y los separa mientras, como al descuido, me observa penetrantemente. Fumo mucho estos deliciosos Gianaclis que he comprado en Florida. cómo me encuentra a mí. Usted ha dicho tanto en lo que escribe que está viejo, gordo y calvo, que la verdad uno espera que lo esté, pero no. Quién me dijo? Ah, sí, Anita Brenner me dijo una vez, con esas figuras literarias que de repente le salen, que había visto en México pasar a una persona que tenía la cara de Salvador Novo, pero luego, a partir de ella, más cara. Sí, llegué a estar más gordo; perdi ya quince kilos.
De pronto, ya no sabemos de qué ablar. Sería impertinente que yo le preguntara su parecer sobre los libros de que no me acusó recibo. Hablamos de Montevideo. Alguien ha dicho que el Uruguay una provincia de la Argentina, enclavada en territorio Brasilero.
Ese alguien. será Vasconcelos? En ese caso, me explico que no lo quieran en Montevideo, en donde tienen tan buena memoria los periodistas que ahoque anduvo Ramón Gómez de la Serna en Buenos Aires, y que naturalmente iba a ir a Montevideo, los diarios se apresuraron a recordar a sus lectores que ese señor, en tal remoto año, y probablemente en alguna inofensiva greguería, había dicho tal cosa de su ciudad, y Gómez de la Serna se asustó y no cruzó el Río de la Plata.
Pedro es ahora más decididamente aficionado a las definiciones que antes.
Caminamos por la calle Florida hasta la librería de García y me dice. Si en vez de tener los letreros en francés los tuviera en inglés, parecería una calle de París. Será suya esta definición? El la atribuye, como todas las que me dice, a un alguien indeterminado, elegancia de su erudición que ya no quiere recordar los nombres de quienes cita. acaso, como mi Repertorio. como la Antología del Centenario. suya, cedida. Por Florida, me explica, se hace el paseo tradicional. cierta hora, a las cuatro se suspende el tránsito de coches y las gentes invaden la calle. Los sábados pueden verse las más lindas muchachas. Como en la Avenida Madero Yo le digo que ya en la Avenida Madero no se hace paseo. Los coches transitan en un sólo sentido la calle se ha vuelto exclusivamente comercial.
Lo lamenta y reprueba. Yo no le conocía a Pedro este aspecto de cronista documentado de las ciudades que conoce, por más que me habían referido que, en Florencia, se encerró en una Biblioteca a fin de cotejar los versos del Dante que hay en las calles.
Harrod s, Harrod Ya no voy a tomar té lo de Harrod como antes.
He aquí Harrod s, que depende de Gath y Chávez, tiendas enormes, aparentemente norteamericanas, pero en las cuales no tienen prisa alguna los empleados, dispuestos, como los de Montevideo, a entablar una larga plática in Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica