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REPERTORIO AMERICANO 249 Vida y muerte de Nosotros Por ALFREDO BIANCHI Envío del autor. Buenos Aires, Febrero de 1935.
bianch Det har Bangs Alfredo Bianchi 19. 07. Florida se cortaba en Corrientes.
Las demás cuadras hasta la plaza San Martín, no figuraban en la topografía del ocioso paseo vespertino de los porteños. Dos librerías eran en ella centro y provisión de la curiosidad intelectual: la de Espiasse y la de Moen, los dos hermanos Arnoldo y Balder, entonces asociados. Nunca faltaban en su puerta dos o tres escritores que se atusaban el bigote. Ambas proveían a los lectores cultos, casi exclusivamente de libros franceses. Eran los mismos lectores del Mercure de France y de la Revue des deux mondes. Libros argentinos se publicaban muy pocos. Cuando uno aparecía, de autor conocido en los circulos literarios, era un acontecimiento. Anunciaba la noticia la vidriera de Moen. El día que un poeta podía decirles a los amigos que Moen le haría una vidriera. su prestigio quedaba reconocido. Tal vez no vendería más de 20 ejemplares, tal vez, si tenía un nombre muy hecho, colocase ciento; pero durante una semana su libro llenaría los ojos de la gente ocupando un escaparate entero, gloria máxima, o por lo menos, un lugarcito de honor. Libros americanos sólo se veían por casualidad, a menos que no llegasen por la vía de París.
La librería uruguaya nos remitía a Rodo y a Rafael Barret, a Herrera y Reissig y a algún otro portalira decadente: ya era un triunfo.
El lugar de las revistas literarias argentinas estaba vacante. No puede decirse que lo ocupara la Revista de Derecho, Historia y Letras de Zeballos. La Biblioteca de Groussac se había parado en seco por una de las tantas brusquedades de su director. El irrealizable suefio de los cenáculos literarios era nueva empresa que emulara aquella hazaña, sólo concebible cuando es el Estado el que paga los gastos. Otros, más modestos, pensaban en continuar la existencia truncada pocos años antes, de El Mercurio de América de Eugenio Díaz Romero, o de Ideas, de Gálvez y OlivePero todo ello, no pasaba de las conversaciones de café en La Brasileña o en Los Inmortales, donde, si no aparecia milagrosamente un pagano, había que liquidar a escote las tazas vacías desde hacía tres horas.
Habíamos de ser dos muchachos sin antecedentes literarios, quienes nos atrela revista esperada.
Yo había dirigido, en compañía, dos revistas de estudiantes, Rinconete y Cortadillo y Preludios, y algo sabía del oficio y de sus contratiempos. Roberto Giusti, mi compañero en la aventura, había publicado algunos artículos en revistas de barrio y en El Tiempo de Carlos Vega Belgrano, diario de la tarde muy honorable. acogedor, pero en aquel entonces casi inhallable a pesar de su quinta edición nontinal. Giusti, que era un muchachito flaco de apenas veinte años, con apariencia de quince, le iente papel en agosto de 1907. Para aquellos días nos presentábamos con una inmejorable plana mayor de colaboradores y seccionistas, por supuesto sin sueldo, porque entonces nadie pensaba en cobrar derechos de autor. Hicimos cl milagro de juntar en las páginas de Nosotros representantes de grupos que no se entendían y se malquerían: el café de de Los Inmortales con los más brillantes escritores del círculo de Becher: de una o de otra parte, Carriego, Mas y Pi, Monteavaro, Rojas, Chiappori, Ortiz Grognet, Gerchunoff. Nosotros traíamos un tapado, un hondo poeta lírico, revelado desde el primer número: Enrique Banchs. Rojas nos trajo el suyo, una gran promesa, decían, Evar Mén ciez, que unos veinte años más tarde nos había de agredir injustamente desde las columnas de Martín Fierro, bajo las cuales ha quedado sepultado. Carrieguito fué de los nuestros hasta su muerte. Las primicias de Misas Herejes se publicaron en Nosotros, después de habérselas escuchado recitar al poeta por esas ca.
lles dormidas. Unamuno nos saludaba con una carta de aplauso y solidaridad que era más que una esquela de compromiso. Con los ecritores uruguayos hicimos buenas migas desde el saque. Está visto que las letras unen más que el futbol. En el primer tomo ya habían colaborado Horacio Quiroga y Otto Miguel Cione. Víctor Arreguine nos daba una hermosa síntesis de historia sociológica de Los Orientales. Rodó nos escribía en noviembre: Desde el primer día de su aparición, estoy con ustedes.
Lo estuvo hasta su muerte, señalada en la historia de la revista por un memorable número extraordinario. Quiero que sepan, agregaba, con cuánto intimo placer veo desplegarse, gallardamente, en nuestro mar de indiferencia y de tedio, las velas de la valerosa revista, para una nueva expedición de arte, de idealidad, de belleza. El sexto número, hoy casi inhallable, fué dedicado enteramente a lorencio Sánchez con motivo del triunfo de Los derechos de la salud. En el homenaje colaboraron entre otros, Blixen y Montero Bustamante. No citaré los nombres de todos los escritores uruguayos que después han escrito en Nosoiros. Sería formar un catálogo. Los mejores están. En el último número, con el cual hemos puesto punto a la empre.
sa, leo los nombres amigos de Luisa Luisi, Emilio Frugoni y Juan Burghi.
En veintiocho años corre mucha agua bajo los puentes. Nosotros la ha visto correr, clara y turbia, serena y tormentosa. Con perdón de García Monge, el infatigable periodista costarricense, también Nosotros ha sido un Repertorio Americano. siempre, aunque leal con su programa de tolerancia para con todas las opiniones libremente expresadas, puesta la mirada en los faros que brillan en la orilla izquierda del ideal humano, no en los vetustos de la derecha, por más una daba por la crítica literaria, en la cual luego ocuparía un destacado lugar en América. Fuera de eso y de su recto juicio, era incapaz de hacer un suscriptor. Yo, libreta en mano y lápiz en ristre, tenía más espíritu de empresa. Eramos los dos frutos en agraz de la Facultad de Filosofía y Letras, donde estudiábamos y nos habíamos conocido en 1904, si bien nunca nos dejamos aletargar en la atmósfera dormida de claustros y bibliotecas. De noche vivíamos en los cenáculos literarios y en las redacciones.
Un poco en éstas, un poco en aquéllos, sobre todo en el cuartito de Emilio Becher, cultísimo y agudo escritor malogrado por una muerte temprana, cobramos bríos y juntamos gente para la aventura. El nombre, Nosotros, se lo tomamos, con asentimiento del autor, a una novela que Roberto Payro había dejado en los primeros capítulos diez años antes.
Aunque el programa de nosotros, fuera muy ambicioso, porque más que argentino pretendía ser americano, y hoy me asombra que muchachos como éramos, trazáramos un progrania tan abarcador y supiéramos cumplirlo no fiábamos mucho en el éxito. No recuerdo si en sueños mirábamos a medio siglo de distancia. Con los ojos abiertos nos contentábamos con menos vida. Giusti dudaba que tuviéramos para seis meses.
Han sido veintiocho años, hasta el último número, el trescientos, aparecido días pasados.
El primer número, en formato grande, mayor que el adoptado posteriormente, en 1912, apareció bien impreso en excera.
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