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El próximo lunes se hace la Serie MEDELLIN. Quedan pocas Acciones Av. Central frente a Cías Eléctricas TELEFONO 3283 nacio que otra vez te necesitemos, nos quedamos pensando.
Una mañana nuestro amigo Carlos nos llamó (no he dicho todavía que nuestro amigo se llama Carlos, para instruirnos sobre su cuenta en el Banco con la que deberíamos cancelar sus últimos gastos, sobre el destino que daríamos a sus objetos de uso personal y sobre un cablegrama que anunciaría su muerte a los parientes de un lejano pueblo de los Andes ecuatoriales. Han de pensar Uds. que hace más de diez años que falto de mi casa, y debo ser para mi madre y mis hermanos como el hijo pródigo. Pero en aquellos pueblos tan mediterráneos y escondidos, es todavía muy solemne la muerte. se hablará de mi muchos días en las espaciosas salas llenas de retratos que son las salas de provincia. Me llorará mi madre, y los hermanos pensarán que los evito un futuro pleito al partirse la hacienda familiar. Eulalia, a Ud. le ruego que escriba a mi madre.
Una inyección calmante tenía a mi amigo aquella mañana, extraordinariamente lúcido.
En silencio, y ante tales recomendaciones, Eulalia se puso a llorar. Conduje a Eulalia hasta los corredores del hospital para que mi amigo no lo advirtiera, y torné a la pieza a fin de tratar de esos asuntos en que sólo se entienden los hombres.
Carlos ahora lo puedo llamar Carlos me extendió un legajo de papeles. Había tenido la postrera elegancia de pedir su cuenta en el Hospital, como quien se retira de un Hotel. con su talonario de cheques del Banco, me rogó que sacara el saldo.
Como él estaba tan preciso, no pude sino decirle que aun le sobraba bastante dinero.
Aquello parecia su final preocupación; y como el hombre de negocios que toma el tren de vacaciones, después de pagar todas sus letras y asegurarse de sus apoderados, empezó a dormir al amor de la inyección calmante.
El día, entre tantos días de niebla, había amanecido esmerilado de sol y de nieve reciente. Eulalia recordó que en un día como ese debía comprar un nuevo sombrero. Mientras mi amigo estaba enfermo, los modistos neoyorquinos lanzaron una nueva creación.
Llamábanlos los sombreros del Armisticio. la luz de esta mañana clara parecía renacer la conciencia frívola de Eulalia. a pesar de sus lágrimas, como en los más alegres dias, nos paseamos hasta la hora de almorzar por las grandes Avenidas.
quien hubiera resbalado como por una esplanada dorada y tibia, en esa tarde de domingo neoyorquino. Reconozco en el desasosiego de mi instinto, en esa terrible actitud defensiva con que uno reacciona ante la muerte, la larga galería ensimismada en su silencio clínico. Olor de drogas, claro alineamiento de las salas del Hospital. Enfermeros embutidos en sus delanteles blancos, como fantasmas. Pasos que se pierden en la perspectiva simétrica de un corredor, sobre un suelo que pareec anestesiado. De pronto un grito, devuelto como un eco, al través de la galería. La pregunta de una nurse, de una telefonista. Dónde han gritado? Pero es también un timbre de alarma que viene de la pieza número 100 y enciende sobre el tablero eléctrico su cárdena bombilla. La técnica vence a la vida y a la muerte, en un hospital de Nueva York.
Salen como lanzados de la habitación y ya medrosos, en busca de compañía, los brazos de Eulalia. Un muerto es un muerto.
Como una burla cruel, mi amigo viste para ese acto tan serio el frívolo pijama que estrenara esta mañana. Mi amigo quería morir sin patetismo. Al fallecer Ud. en un hospital de Nueva York, pertenece a la Ciencia o a la Estadística. Los reglamentos no consienten los clamorosos velorios de nuestras costumbre criollas. Hombres uniformados se llevan el cadáver. Sólo queda de uno un nombre en una tarjeta, una cifra, un ticket para reclamar el cuerpo al día siguiente, cuando se cumplieron todos los trámites.
No había más que hacer y regresamos al boarding con Eulalia.
Quiso fumar un cigarrillo y no podía ya contradecirsele. Al inclinarse en la cama para que nosotros lo encendiéramos, notóse las uñas largas y pidió a Eulalia que aplicara sobre ellas sus piadosas tijeritas y su ciencia de manicure.
Nada podía placerle más a Eulalia que esta actividad que se sitúa entre la ternura de la madre y el celo de la amante. Opté por dejarlos solos.
Después, como si el volandero sol que se había apostado en la ventana le comunicara cierto optimismo, quiso entrenar uno de aquellos pijamas comprados en los grandes almacenes de Wanamaker. Contaban, en verdad, entre la más elegante ropa de caballero que se fabrica en el mundo. Así podía adquirir ante Eulalia una seguridad en si mismo, la confianza viril que disminuye la enfermedad. Si sentía estar enfermo, era sobre todo por el tono maternal que tomaba forzosamente el cariño de Eulalia. Cuando lo conocí, me dijo que sólo concebía el amor de manera trágica. ahora estaba vencido y desarmado como un niño.
Este acto tan simple de cambiarse ropa, logró galvanizarlo algunos minutos. sobre su tema: la muerte, quiso divagar como un jugador que finge indiferencia ante su derrota. la muerte que es la antitesis y negación de toda elegancia, sólo podía oponer palabras, palabras paradojales, agarradas todavía a la vida, flotando en un arrecife de disimulo como las boyas balanceantes de un naufragio. Aquello era triste, me dolía.
Me molestaban algunas palabras suyas que pretendían ser irónicas. Mi instinto vital necesitaba defenderse. Había no se qué aire pesado en la habitación. Decidí salir; requería yo en ese momento las caricias de una muchacha o un vaso de espumosa cerveza.
Anochecía, cuando con mayor angustia, volví al Hospital. No hallé la muchacha con Como un visitante cansado de su viaje por mar y cordilleras, debía llegar la noticia a aquel pueblo de los Andes ecuatoriales. Re.
conoció la plaza con su estatua del proces nativo, el acacio de flores rojas, la pila, 12 casa de la ventana azul. Varian poco estos pueblos de los Andes ecuatoriales.
La noticia andaba bajo su sobre de papel coloreado, en las manos de un muchacho.
Es diciembre: mes en que los Andes ecuatoriales producen duraznos. El muchacho recorre las calles: algunas empedradas, otras de tierra apisonada, con solares y huertos que derraman hacia afuera la cascada florida de sus ramas. El muchacho tarda en llegar hasta la vieja casa medio rural: portalón ancho para que entren las cabalgaduras que vienen del campo que es la casa de los parientes de Carlos. El muchacho ignora la noticia que conduce en su sobre coloreado, y va silbando. Estos silbidos mañaneros de los muchachos, en las calles simétricas, con tapiales de barro, de las provincias.
Ya tocó en el pesado portalón. Le recibieron el telegrama; se oye el cascado llanto de Tornería Eléctrica y Fábrica de Juguetes Este domingo de diciembre, próximo ya ai Christmas yanqui, tan diferente de nuestra perfumada y callejera pascua del sur, mi amigo se entretuvo firmando con la estilográfica y en temblorosa rúbrica, muchas de esas tarjetas con campanitas y cascabeles dorados; con el retrato del buen viejo jorobado y de calzas rojas de la Navidad nórdica, que Eulalia le escribiera para la distante parentela. Como todos los que van a morir sentía el llamado de la familia, de la familia que olvidara tantas veces; y es bello recibir una de esas tarjetas que nos desean felices pascuas y año nuevo y en una frase extranjera incomprensible, en un exotico sello de correo, suelen traernos una plumilla de friolenta melancolía. Nos dió entonces los nombres de sus parientes, de sus hermanas casadas, de sus sobrinos, nombres que aprovecharíamos después, cuando al morir nuestro amigo, nos encargamos de sus asuntos, y prácticamente le servimos de albaceas.
de Valverde e Hijos Premiados con el Primer Premio en la Exposición de Juguetes de 1935 AGENTES EXCLUSIVOS PARA TODO COSTA RICA LA LIBRERIA ALSINA TELEFONO 0 2 Situada en la calle 12 Norte Avenida tercera Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica