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254 REPERTORIO AMERICANO sir Ernest Cassel, los banqueros particulares, las familias navieras, los príncipes del comercio, los contratistas que abarcaban el mundo entero, los barones, hijos de sus propias obras, de Birmingham, de Manchester, de Liverpool y de Glasgow. dónde están ahora? Ya no quedan tales seres en la Tierra. Sus recaderos (endpleados) gobiernan hoy en sus mausoleos.
De este modo, por un motivo u otro, el tiempo, las Compañías Anónimas y los funcionaros del Estado han traído, silenciosamente, la clase asalariada al Poder. No es todavía un Proletariado.
Pero sí, desde luego, un Salariado. hay en ello una gran diferencia. Además, el siglo xix, con todos sus horrores, les convenía a los hombres que se hallaban en el Poder. Les agradaba.
Bien podía decir Marx que nada sería capaz de derribar a esos Houyhnhnms (1. como no fuera organizando a las miriadas de liliputienses y armándolos con flechas envenenadas. Pero el caos de hoy no conviene a nadie. El problema, hoy, consiste en buscar buen consejo, y luego convencer a los bienintencionados de que el consejo es bueno. En cuanto Wells consiga descubrir lo que se necesita, el público se lo ha de ingur.
gitar a grandes tragos, y el Salariado más a prisa que el Proletariado. No existe resistencia en masa contra una nueva dirección.
El peligro es de indole opuesta: el de que la sociedad, en su perplejidad y descontento, se lance a algo peor. La revolución, como Wells lo zón, de que su mente se aloja en lo por venir, mientras que la de Shaw y la de Stalin permanecen en lo pasado.
No es sólo que la vieja teoría esté equivocada. Es que las cosas cambian en el mundo. Shaw y Stalin se dan todavía por satisfechos con el cuadro del mundo capitalista que trazara Marx; cuadro que tenía mucha verosimilitud en su tiempo, pero que está tan cambiado, que no es posible reconocerlo dado el rápido fluir del mundo moderno tres cuartos de siglo después. Ellos miran hacia atrás, hacia lo que fué el capitalismo, no hacia adelante, hacia lo que está en trance de llegar a ser.
Es el sino de los que dogmatizan en la esfera social y económica, en que la evolución se realiza a un ritmo vertiginoso de una forma de sociedad a otra.
En la segunda mitad del siglo xix era plausible decir que los capitalistas entendiéndose por ello los caudillos de la City y los capitanes de industria tenían el Poder en sus manos. Era plausible decir que la organización económica de la sociedad, pese a sus faltas evidentes, convenía en su conjunto a esos hombres, y que, mientras detentasen el Poder, se opondrían con éxito a los cambios importantes que trataran de implantar otros elementos. Tampoco era fácil en 1870 prever cómo el Poder podría pasar de sus manos a otras por un proceso pacífico y evolutivo. Es cierto que, por espacio de una generación después de esa fecha, isu poder efectivo siguió aumentando principalmente a expensas del régimen aristocrático de los grandes terratenientes, que había precedido a aquéllos. La reina Victoria murió siendo monarca del imperio más capitalista sobre el cual el sol se haya puesto (o no se haya puesto) jamás.
Si Shaw hubiera seguido leyendo los neriódicos desde la muerte de la reina Victoria, sabría que una serie completa de acontecimientos ha destruído aquella forma ide sociedad. Una de las causas principales pudiera ser una especie de ley natural, con arreglo a la cual los gigantes de la selva no tienen sucesores inmediatos. Los caudillos de la City y los capitalistas de industria fueron unos chicos imponentes en el apogeo de su gloria, y con el tiempo se convirtieron en unos viejos tremendos, cuya visión quedaba un tanto borrosa, pero cuya tenacidad y potencia de voluntad permanecían indómitas. Los retoños de la misma simiente no padían sobrevivir a su sombra. Cuando los gigantes se desplomaron con el correr de los años, se vió que abajo, en la selva, estaba creciendo otra clase de árbol. han ocurrido otras muchas cosas. El capitalista ha perdido la fuente de que manaba su fuerza interna: su seguridad, su confianza en sí mismo, su voluntad indoinable, su creencia en su propia perfección y en su valor indiscutible para la sociedad. Bien saben los dioses que es hoy un ser desamparado. En el mejor de los casos, un Clissold patético, lleno de buenas intenciones. El primer lord Revelstoke, el primer lord Rothschild, el primer lord Goschen, sir Lothian Bell, dice, es anacrónica. Porque una revolución va contra el poder personal. En inglaterra hoy nadie tiene poder personal.
Con todo, que se consuele Stalin. Después de todo lo que acabo de exponer, no he tocado el punto que constituye la verdadera fuerza del Comunismo.
En la superficie, el Comunismo sobrestinia enormemente el significado del problema económico. Este no es tan difícil de resolver. Si lo dejan a mi cargo, me ocuparé de resolverlo. Pero cuando lo haya resuelto no recibirė, ni mereceré, mucha gratitud. Porque lo único que habré hecho será revelar que el verda dero problema, oculto tras de aquél, es muy distinto, y que se halla más lejos que nunca de su solución. En lo hondo, el Comunismo saca su fuerza de fuentes más profundas y más serias. Si nos lo presentan como medio ide mejorar la situación económica, constituye un insulto a nuestra inteligencia. Pero si nos lo ofrecen como medio para einpeorar la situación económica, entonces posee un atractivo sutil y casi irresistible.
El Comunismo no es una reacción contra el fracaso del siglo xix en organizar una producción económica óptima Es una reacción contra su éxito relativo. Es una protesta contra la oquedad del bienestar económico, un llamamiento al elemento ascético que existe en todos nosotros para la creación de otros valores. Es el clérigo que hay en Wells al que el hombre de ciencia está muy lejos de haber extinguido, quien le lleva a Moscú para dar (1) Caballos descrttos en los Viajes de Gulliver, de Swift.
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