REPERTORIO AMERICANO 223 y escrutador, moralista severo, acusador de los propios yerros en el Rimado de palacio. Los tres, hábiles allegadores de bienes y títulos en los azares bien aprovechados de la guerra exterior y las contiendas civiles.
Su modernidad reside precisamente en en su complejidad espiritual, que no es duplicidad consciente, como podría suponerse mirando por encima, sino conflicto entre el hombre práctico, codicioso de honores y fortuna, necesitado de obrar y mandar, y el hombre ético, replegado, en la soledad, sobre si mismo, que da a las cosas humanas no más del valor que tienen y capaz de disecar y juzgar su propia conducta confrontándola con el modelo ideal propuesto por los filosofos y moralistas. La conciencia se abre paso en don Juan Manuel a través de la fiereza del instinto y la pasión, sujetándolos.
Otro signo de modernidad es en el su amor al libro bien presentado, esmeradamente compuesto y corregido. No se recuerda en la literatura castellana ejemplo más antiguo de una edición definitiva y enmendada, hecha voluntariamente por el autor con el propósito de salvar la propia obra del olvido, la mutilación y el falseamiento, que la que él preparó, completa, de todos sus libros, en un volumen cuidadoganxente copiado, que hi zo guardar en el monasterio dominico de Peñafiel, fundado por él en una de sus heredades: intento inútil, porque aquel códice se ha perdido y solamente nos quedan de los libros del infante cinco copias diferentes e incompletas, ignorándose hoy la suerte corrida por algunos de aquellos.
Conocemos de él una carta autógrafa, una sola, escrita en 1332 al rey de Aragón, Alfonso IV, anunciándole una visita a Valencia para participar en una partida de caza (Era don Juan Manuel, como todo caballero de su tiempo, grande amigo de la caza, sobre la cual nos ha dejado un libro. Es una carta gentil, en cuyos términos se muestra la delicadeza y cordialidad de su ánimo. Escrita de su mano, él lo dice, en letra cursiva gótica, en renglones espaciados y regulares con trazos firntes y bien perfilados, confirma el juicio que de su ponderación y equilibrio formamos por sus muchos libros. pues no hemos tenido la satisfacción de ver el retrato de este señor del siglo xiv, tal como lo presentó, aseguran, Bernabé de Modena, en un retablo de la catedral de Murcia, habremos de figurárnoslo como lo fingió Azorín, que lo ama por afinidad espiritual escribiendo en su cámara, con el gesto sereno del Erasmo retratado por Holbeim Distinción, elegancia, aristocracia, son los caracteres de la obra literaria de don Juan Manuel En esa vasta obra, que pertenece casi toda a la literatura didácticomoral en boga en su tiempo, el libro llamado El conde Lucanor, concluído por él a la edad madura de los cincuenta y tres años, es el que lo ha hecho el escritor más notable de su siglo en la prosa castellana, así como su contemporáneo el Arcipreste de Hita lo es en el verso Pero tampoco el libro entero, formado de cinco partes, cuatro de las cua les, breves, rara vez publicadas, son de escaso o ningún interés, colecciones de maximas en las que don Juan Manuel, accediendo al gusto pueril y bárbaro de su siglo, se entretuvo en hablar oscuramente, jugando con las palabras con agudezas, repeticiones, antitesis y trastrocamientos absurdos. De El conde Lucanor viven los cuentecillos de la primera parte. diremos cincuenta, sin disputar sobre el número: anécdotas, hechos de crónicas, fábulas, apólogos, proverbios, parábolas, alegorías, moralidades, de distinta procedencia, latinoeclesiástica u oriental, con predominio de esta última en esa España mitad mora, mitad cristiana, que se había puesto en comunicación con la cultura antigua principalmente a través de los árabes. Este libro representa un momento capital en la historia de la novelística europea; si bien indudablemente inferior al Decamerón. le antecede en algunos años Compilaciones de ejemplos podía leerlas don Juan Manuel en castellano, en árabe y en latín, centones de cuentos de diverso origen, o versiones, como el Calila y Dimna. de remota fuente india, y en ellas to mó a su gusto nuestro escritor los asuntos de los suyos; pero aquéllos son otra cosa, traslados secos, descarnadas, casi siempre abstractos, de un argumento que la erudición puede rastrear a lo largo de los siglos y las literaturas antiguas, como acontece con toda la novelistica popular. Don Juan Manuel supera esas compilaciones de ejemplos, escritas para enseñanzas de clérigos y laicos, porque aplicó su ingenio a referirlos nuevamente con manifiesta complacencia de escriter que sabe individualizar acción y personajes con toques de discreto realismo Lo que menos importa es el aparato didáctico de esos relatos. El conde Lucanor consulta a su consejero Patronio sobre un caso de conducta, a menudo traído de los cabellos para justficar el cuento; el escudero refiere el cuento al caso, el enxiemplo.
del cual saldrá la moraleja oportuna, resumida juego en dos o cuatro renglones rimados El procedimiento siempre es el mismo; los cuentos son diferentes, con gran variedad de asuntos. Reduce anécdotas, generalmente breves, su experiencia de la vida, sucesos históricos, cuentecillos populares, alguna parábola evangélica fábulas esópicas y orientales. En el modo personal de referirlas y no en la originalidad del asunto, la cual entonces no era un valor en el mercado literario, es donde se muestra, en el círculo de su arte primitivo, el talento de don Juan Manuel.
pero No se busque en él la riqueza de la vida, el derroche de colores de sus contemporáneos, el Boccacio y el Arcipreste de Hita.
Todo es medido en El conde Lucanor, inás perfilado que pintado. Falta en este libro la alegria de vivir que estalla en la novelistica italiana y francesa; un poco, porque el autor era grave como su tierra castellana; un poco, porque no se comunicó, infante real, con el pueblo, que siempre es menos encogido que los poderosos. No conoce las gordas facecias de los fabliaux o de los novellieri. ni el lenguaje virulento de la sa tira. No hay en su libro una imagen grosera, una palabra malsonante. No hay risotadas: sólo de cuando en cuando la sonrisa irónica de quien ya está de vuelta. Su virtud es el decoro. Para él la vida ejem plar reside en la cordura, la humanidad, la lealtad, la amistad segura, la fe en Dios, templadas por la prudente desconfianza y la astucia. El amor, sea la miera satisfacción de los sentidos. o el nyetafisiqueo galante de los poetas provenzales, o la exaltación ardorosa de las novelas bretonas, no ocupa ningún lugar en los libros de don Juan Manuel El infante no sabe celebrar sino la sungisión y devoción de la esposa al esposo.
Todos sus relatos proceden con pausada gradación lógica, en una prosa limpia y bien explícita que ignora los atajos del pensamiento sobrentendido y elíptico, porque les era menester entonces a los escritores que se probaban en el romance ordenar y clasificar sus ideas, reconocerlas y pesarlas, antes de expresarse. Bajo su mjano se ductiliza y afina la lengua, ya muy sabrosa aunque de giro rigido y demasiado uniforme, de la Crónica general y Las Partidas que mando componer su tío Alfonso el Sabio, a quien don Juan Manuel veneraba y seguía.
Es verdad que para nosotros algunos de esos cuentos adquieren mayor valor por los ecos que despiertan en nuestra memoria, cuando reconocemos en esta obra antigua de seiscientos años historias que nos son familiares. Uno de esos ejemplos es la fábula de doña Truhana, a quien, mientras fantaseaba riquezas, cayósele la olla de miel que llevaba en la cabeza: uno de los tantos pasos de la tradición que va desde un viejo apólogo indio hasta las modernas fábulas de la lechera, de Lafontaine y Samaniego. a la misma categoría de fábulas divulgadas en todos los idiomas, pertenece la del raposo y el cuervo, donde las alabanzas del zorro tienen un desarrollo más amplio que en la célebre versión de Lafontaine. En otra página nos encontramos con la fuente acaso de la muy traída y llevada décima de Calderón: Cuentan de un sabio que un día. si leemos la historia de los burladores que hicieron un paño mágico para el rey, descubrimos una versión más antigua y más picaresca de un lindísimo cuento que leímos de niños en Andersen. si la del mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava, damos con una versión más primitiva e ingenua del asunto de La fierecilla domada. de Shakespeare. En fin, las de.
rivaciones y vinculaciones, directas o indirectas, de la literatura dramática y narrativa con este pequeño libro son innuinerables, y de ahí su importancia no sólo en nuestra literatura, sino en la historia de las literaturas comparadas.
Por eso y por lo que representa en la evolución de la prosa castellana, mantener fresca la mentoria de este libro y divulgarlo, no es hacer otra cosa que rendir homenaje a una aportación nada insignificante del talento literario, a esa comunidad entre los pueblos y las generaciones que el espíritu por encima de las fronteras del tiempo y del espacio.
Cómo deben los niños. Viene de la página siguiente)
dicha, cuando se convence de que los pobres han cerrado los oídos a los que comercian con su buena fe y sólo prestan atención a los que nada quieren para sí y están siempre de su lado.
Martí repetía que el cubano debía combatir hasta la muerte, mientras no tuviera felicidad en su tierra. El cubano de hoy es más pobre, más desvalido, mís desdichado que cuando Martí lo llamaba a la lucha. Luego, para guardar fidelidad a Martí y quererlo de veras hay que luchar sin perdón contra los que hacen infeliz al cubano. Los niños que son, como decía Martí, la esperanza del mundo, deben hacer su esfuerzo propio en esta gran lucha, deben prepararse a ella estudiando mucho para saber cómo se realiza la libertad, deben oír mucho a los hombres sinceros que con su vida han demostrado que no quieren ser poderosos con la ayuda del yanqui opresor, ni han adulado al Embajador de los Estados Unidos para, con su apoyo, ser gobernantes de un pueblo de esclavos.
Los niños deben recordar mucho a José Martí y demostrar con hechos que entienden bien el sacrificio de su vida y el significado de su muerte, trabajando como trabajó él por la libertad verdadera de los cubanos, la libertad que les permita vivir de su propio esfuerzo sin zánganos que chupen su sangre y duerman sobre su dolor.
crea Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica