374 REPERTORIO AMERICANO El estilo de la Revolución Por JORGE MANACH Envio del autor (Nueva York, 438 West, 119 Str. este artículo se le ha conferido en premio Justo de Lara. Se publicó en el periódico Acción, La Habana, el 21 de octubre de 1934 arte y un y hasta nos ranza.
Jorge Mañach (1935)
Desde hace por lo menos un año, casi todos estamos en Cuba fuera de nuestro eje vital, fuera de nuestras casillas. La mutación de la vida pública, con ser hasta ahora una mutación muy somera, a todos nos ha alcanzado un poco, y a algunos nos ha movilizado por derroteros bien apartados de nuestro camino vocacional. Nos ha hecho políticos, políticos accidentales del anhelo revolucionario.
No tenemos más remedio podríamos decir que hoy por hoy no tenemos más deber. que aceptar con fervor esta responsabilidad que los tiempos nos han echado encima. Nadie fué aniaño más tolerante que yo hacia el hombre de artes o de letras que se mantenía pudorosamente al margen de las faenas públicas. Porque estas laenas tenían entonces la indole y los propósitos que ustedes saben: la carrera politica era un ejercicio de aprovechamientos, una carrera en que los obstáculos sólo los ponía la conciencia, de manera que, prescindiendo de ésta, solía llegarse a la meta sin mayores dificultades.
Así se fué segregando, al margen de la vida pública, una muchedumbre de gentes sensitivas, que no se aveníar a dejarse el pudor empeñado en las primeras requisas del comité de barrio.
Y, naturalmente, sucedió que la cosa pública se fué quedando, cada vez más exclusivamente, en manos de aquellos que se sentían capaces de echarse el mundo a la espalda, y que generalmente se lo echaban.
Pero aquella abstinencia de los decorosos, de los sensitivos, les iba cerrando más y más el horizonte. Creímos que se podría mantener la vida pública cubana dividida en dos zonas: ia zona de la cultura y la zona de la devastación. creíamos que, ampliando poco a poco, por el esfuerzo del educador, la primera de esas parcelas con artículos, confe.
rencias, libros y versos acabaríamos algún día por hacer de todo el monte orégano.
Lo cierto era lo contrario. Lo cierto era que la política rapaz iba esparciendo cada vez más sus yerbajos por el terreno espiritual de la nación, nos iba haciendo todo el suelo infecundo, todo el ambiente irrespirable, todos los caininos selvaticos.
gibles. No se permitía ninguna refei encia directa a la comedia o a la tragedia humana: eso era anécdota. y nosotros postulábamos un pensamiento de categorías, de planos astrales La gente se indignaba, y ahora yo comprendo que tenía y no tenía razón.
La tenía, porque el arte y la manifestación del pensamiento y la poesía misma no son otra cosa que modos de expresión, de comunicación entre los humay no hay derecho a sentar como normas de expresión aquellas formas que no sean francamente inteligibles.
Ni tampoco lo hay, de un modo absoluto, a excluir de la expresión las expericncias inmediatas, cotidianas, que constituyen el dolor o el consuelo de los hombres, su preocupación o su espeVisto a esta distancia, el vanguardismo fué en ese aspecto, una especie de fuga, ura sublimación inconsciente de aqueala actitud marginal en que creíamos deber y poder mantenernos para salvar la cultura. Lo que nos rodeaba en la vida era tan sórdido, tan mediocre y, al parecer, tan irremediable, que buscábamos nuestra redención espiritual elevándonos a planos irreales, o compli.
cándonos el lenguaje que de todas maneras nadie nos iba a escuchar. Diego de Rivera, el gran mexicano que hacía en su tierra una pintura mural fuerte, militante y cargada de odios sociales, nos parecía un gran talento descarriado.
Pedíamos los vanguardistas un arte ausente del mundo, porque estábamos viviendo aquí un pedazo de mundo casi inhabitable. así nos salía aquel arte sin dolor y casi sin sustancia, un arte adormecedor y excitante a la vez, un arte etílico que se volatizaba al menor contacto con la atmósfera humana.
Recuerdo que por entonces, el gran Varona escribió, refiriéndose a nosotros, una frase que nos pareció de una venerable insolencia: Están por las nubes.
Ya caerán. Y, efectivamente, caímos.
Caímos tan pronto como la tiranía quiso reducirnos, del nivel de la opresión, al nivel de la abyección. El mes mismo que mataron a Trejo, nos pusimos a conspirar. Se suspendió la Revista de avance y se fugaron los sueños. La un buen día, los cubanos nos levantamos con ganas de poda y chapeo.
Nos decidimos a asumir la ofensiva con tra el yarbazal venenoso. No se trataba ya sólo de defender los destinos políticos de Cuba, sino sus mismos desti.
nos de pueblo civilizado, su vocación misma a la cultura. En esta tarea estamos todavía, y digo que no nos pode.
mos sustraer de ella, si no queremos volver a las andadas.
En los momentos dramáticos que vivimos, u gidos a la defensa de la primera gran oportunidad que Cuba tiene de renovarse enteramente, no acabo de hallar en mí, ni de comprender en los demás, la aptitud para acomodarse otra vez a la pura contemplación. Todo lo que hoy se contempla parece deforme en sus perfiles y sin ningún contenido duradero. Estamos habitando un pequeño mundo vertiginoso, frenético de impaciencia y necesitamos sosegarlo, sosegarlo noblemente en una postura de gracia histórica, antes de retornar a las imágenes y a las perspectivas, es decir, a los goces del pensamiento, de la poesía y del arte puros.
Porque, en rigor, esta pureza no existe. Lo digo con el rubor heroico de quien confiesa una retractación. For arte o pensamiento puros entendimos nosotros hace años. en los años del yerbazal ejercicios de belleza o de reflexión totalmente desligados de la inmediata realidad humana, social.
fendimos mucho aquella supuesta pureza Eran los días. ustedes se acordarán. del llamado vanguardismo. que para el gran público se traducía en una jerigonza de minúsculas, de dibujos patológicos y de versos ininteli.
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