216 REPERTORIO AMERICANO la memoria de Ramón de Basterra (Al inaugurarse, el 27 de enero de 1935, en Bilbao, el busto que esta villa le ha erigido. De El Sol. Madrid RECORDANDO que me alueña del uso habitual de las cosas, pobre de mi, dulce hábito de las manos mimosas. por osar rumbos fuera del trillado camino.
Victima y elegido de raros pensamientos y singulares penas, hollando el rumbo al día.
pienso en las vidas quietas que hacia la dicha guía la costumbre, lucero de párpados lentos. quién busco vagando por exóticas plazas, a sombra de las góticas flechas, del levantino alminar y del mundo tragaluz bizantino, ademanes que yerguen en la Historia las razas. un niño ante Ramón de Basterra Dibujo de Almada Sr. Pedro Mourlane Michelena.
Mi querido amigo: Hará cosa de ocho años o diez, algún vivaz y dinámico informador, en plan de encuesta o entrevista, logró inmovilizarme durante ocho minutos en un taxi para interrogarme, entre dos alzadas de banderín, acerca de diversos asuntos. Me preguntó.
por ejemplo, quién era, a mi juicio, entre los poetas españoles de aquella sacón, el príncipe. Ramón de Basterra. hube de contestarle mientras forcejeaba en abrir la portezuela para bajar.
Me acuerdo de que esta improvisación produjo, al publicarse, cierto escándalo en los corros, porque se creia que la plaza en cuestión estaba cubierta. y cubierta por oposición. que es como en España se cubren. Quién se atrevería aquí a rel:usar al único catedrático de Antropología o de Seismologia que el Estado sustenta el honor de ser el primer antropólogo o el primer seismólogo, respectivamente, del país. En el caso de los poetas líricos, los ejercicios de oposición ton an la forma de antologías. De tiempo en tiempo, con plazos progresivamente abreviados por la prisa, se reunen en tales concursos los propios interesados.
Una varia y muy sutil estrategia de jerarquías y exclusiones precede a cada tenzón. En las antologías de la época a que me refiero, mi príncipe no se encontraba. Es posible que tampoco figure en las antologías más recientes. Qué importa? Más de uno entre quienes asistan a la inauguración del monumento de Bilbao pensará hoy, así lo espero, que era yo, en aquella coyuntura, quien tuvo razón. que esta doble hinchada vena verbal y figurativa del gran barroco que fué nuestro amigo es la que mejor trasfusión de sangre puede traer a la anemia de nuestra poe.
sía contemporánea. eso, dentro de diez años, todavía se verá mejor. Suyo, Eugenio Ors.
26 35 Nacido para la ternura y la poesía, acostumbrado al mimo como grande que era, sintiendo religiosamente el paisaje, sobre todo el paisaje natal; hecho para la contemplación, para el canto y la alegría y la amistad, la fuerza de los misteriosos vientos lo empujó a navegar en parajes extraños y duros. Hasta la vida que parece más lograda no es, en el fondo, sino una equivocación; pero Ramón de Basterra tuvo además en su contra a la Patología. Indefenso Damocles bajo la amenaza injusta y cruelísima, el poeta logró, sin embargo, sobrepujar su propia infelici.
dad. Vivió noblemente, valerosamente, sin permitir que la inútil queja descompusiese demasiado su actitud risueña, afable y reflexiva, y dejó páginas que indudablemente con el tiempo serán estudiadas y apreciadas como reales obras de alta excepción.
José Mº Salaverría. BASTERRA, POETA Dijeron cuando se murió: La fiebre de una labor literaria copiosa y difícil le ha perdido. agregaban: Como tenía que desarrollar tal esfuerzo en la persecución de la forma barroca y marcirizada, la razón, al último, le ha fallado. Pero esas son palabras que se pronuncian a la ligera; la misma piedad las dicta, por ese deslizamiento enfático con que se desmanda el elogio si no es contenido a tierr po. Basterra no producia con dificultad, ni menos con angustia; tampoco su labor fué exorbitante, y lo torturado o extraño, lo barroco y tropical de su estilo, correspondía de manera lógica al giro de su propia inteligencia Si los escritores de lenguaje inartirizado, los que sudan sobre las cuartillas y andan furiosos detrás de las palabras difíciles, tuvieran que enloquecer, Góngora y Flaubert hubieran perdido la razón veinte veces, y se sabe, sin embargo, que eran personas de vida bastante sensata y burguesa. Se nace loco como se nace suicida, y desde luego, poeta. perdónenme los pedagogos este breve desahogo determinista.
Lo que no puede siempre el hombre es elegir su camino y situarse en la vida en la actitud que exige su propia naturaleza Ramón de Basterra se dispersó en empeños contradictorios, a veces desproporcionados, que le desviaron con frecuencia de su verdadera ruta. Pienso en esto siempre que leo la composición tan exactamente titulada El sacrificador de sí mismo. en cuyos versos se me figura entrever una parte del drama literario del poeta. Elegir. Alcertar a elegir. Qué raramente se consigna lo que parece tan fácil!
Más de una vez, con lágrimas, interrogo al Destino, CON RAMON DE BASTERRA En 1913, cuando vivíamos los dos en la primera Residencia de Estudiantes, Ramón de Basterra me dejó un ejemplar de la Etica de Spinoza, comentado todo por él con rayos, espadas, flechas, expansiones lineales. El libro, con su dinámico halo, parecía un sol del Norte en la mañana.
Ramón de Basterra tenía en sí un alto poder oriental, como el sol de la mañana. Era también excesivo y secreto.
No se podía con él. Este es mi mejor y más cariñoso elogio a su memoria.
ENTUSIASMO DE ACERO ¡Basterra sin resolver! No se resolvió en su poesía tan llena de atisbos, de impulsos, de bellezas, de esperanzas y de errores.
La muerte no le dejó intentar la final resolución de su espíritu. sin embargo, se le veía en los ojos.
En los ojos, Basterra era un hombre resuelto. En la mirada, en el habla, había tomado partido, el partido del entusiasmo desesperado. Estaba ya junto a muchos entusiasmos al borde de lo épico, en plena conciencia de un sentido de España universal, adquirido en sus viajes de diplomático. En lo más español suyo no en aquel gracioso bigote contrahecho en la mirada de puro temple español de acero, estaba su resolución. Siempre que leo, y siempre con gusto, los versos de Ramón de Basterra, mi ainigo, acabo por alzar la vista y buscar en alguna parte dónde se posaba, donde se posa, aquella mirada de desesperado entusiasmo de acero que lo mejor de mi recuerdo. La muerte de Basterra me sonó y me suena al quebrase de una hoja sutil, espejeante, que estuvo esgrimiendo con la (Pasa a la página 219)
es Juan Ramón Jiménez. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica