360 REPERTORIO AMERICANO En memoria de Félix Lorenzo Por BENJAMIN JARNES De Luz. Madrid. 26 de Mayo de 1933. Félix Lorenzo (Heliófilo)
CONMEMORACION Dar en el blanco utilizando el abanico de una ametralladora no es muy difícil; algo más fácil es acertar con un rifle de salón. No nos sorprenderá que el diestro periodista abrume al adversario desde las abarrotadas colun nas de un grave artículo de fondo; pero en una al parecer ino Charla la batalla deviene escaramuza, puro juego, donde las armas son frágiles, más arriesgadas, más difíciles de manejar. Casi siempre de dos filos.
Como las que utilizaba Félix Lorenzo en sus admirables Charlas al sol. muchas de ellas ya agrupadas en libro. y las restantes. El gran argumento se achica, se reduce de ademanes, como de tamaño, para poder ir del brazo con la traviesa, con la pizpireta ironía. La voluminosa razón se adelgaza hasta convertirse en fino ingenio.
Es decir, se abandona el ancho, el aparatoso estadio, y se continúa la pelea en una terraza, en traje de fiesta, entre dos jarritos de cerveza, alguna vez con música. Porque la prosa de las Charlas también gusta el ritmo como gusta de la sal Al prologar unas Charlas. nos decía Grandmontagne. En la prensa moderna ya no es posible la vaguedad, el jineteo en el espacio, ni suplir con retórica hueca la ausencia de conocimiento. Este pudo ser el escollo de las tan leídas y celebradas Charlas.
Escollo magistralmente vencido. Heliófilo recogía la traviesa anécdota, la afirmación ajena precipitada o sectaria, el pintoresco incidente; los pesaba y medía con escrupulosa atención. calculaba las posibilidades de ridículo que contienen. luego, con gran desembarazo, manipulaba con ellos en un leve espacio de tiempo, en una de esas Charlas que dejaban siempre hambre al lector. Sin olvidarse nunca de filtrar en el breve producto literario literario mejor que periodísticouna gran dosis de tolerancia, tan grande como de gracejo.
La vida interna española en la etapa dictatorial era dificil de revelar to.
talmente a grandes núcleos de lectores.
Se ha entrevisto, pese a toda censura, en las sabrosas Charlas de Heliófilo. Alguna vez el sagaz comentario dejó desnudo el hecho. Porque siempre el fino dardo puede hincarse donde nunca hubiese podido hacer mella la cápsula de gran calibre. Las Charlas al sol. gracias a la clarividencia de Heliófilo. pudieron ir a trechos subrayando aquel curioso panorama de la vida española. Nos ofrecían una total perspectiva, aunque velada por las brumas de la más sutil cautela. Hay cuadros grandes cuadros de historia que se fraguan en las grandes bibliotecas nacionales, en los silenciosos archivos, en vista del documen.
Félix Lorenzo to escrito, carta o real decreto de lo doméstico u oficial, firmado y rubricado. Estos cuadros suelen ser obra de los que Juan Bautista Vico llamaba filólogos. de los historiadores que no eran, que no son, investigadores de la historia misma. sino comentadores de las fuentes tradicionales. Lo que Livio y Tácito habían escrito tenía para ellos tanta autoridad como para los filósofos las palabras de Aristóteles.
Pero hay otros cuadros, menudos, de apariencia infantil, que no son menos historia y, en cierto modo preceden a los grandes volúmenes: miniaturas hechas ante cada mohín del tiempo, ante cada sonrisa o mueca del momento: que suelen ser obra del sencillo centinela, del soldado de fila que atalaya desde su garita el cruce de un suceso, el temblor de un fenómeno histórico, para atrapar uno u otro y fijarlos con el alfiler de una crónica en ei papel.
Miniaturas a veces desdeñadas, otras inatendidas en vista de ese mismo sencillo atuendo con que aparecen en la gran exposición de las letras, gozadores de tan escasa luz en las antesalas de la literatura, que suelen ser los periódicos. Sólo cuando estos pequeños cartones donde aletea el suceso apa.
sionado se agrupan en una colección que se extiende a lo largo de los muros de un libro, podemos darnos cuenta del esfuerzo visual del centinela, de su espíritu de sacrificio, de su positiva eficacia en los futuros estudios de una ёроса. Ahora el grave filólogo suele, en efecto, hablar desdeñosamente del sencillo entomólogo, sin recordar que toda la solemne ciencia histórica. si ella ha de ser auténtica. está, en fin de cuentas, cimentada con el esfuerzo de otros viejos periodistas que, en ladrillos o en papiros o en pieles, recogieron las crispaciones de su época. De modo que el gran filólogo es víctima siervo fiel de las mismas gentes a quienes desdeña. Es penoso ver a estos hombres de fe, tan difícil en los cronistas de la hora actual, creer infantilmente en cualquier otro con tal de que éste haya nacido en el siglo x11.
Cada Charla de Heliófilo era y es una de sus miniaturas. De ellas afirmaba el autor que nacieron sin la pretensión de una obra literaria ni el énfasis de un comentario histórico.
Pero de sobra sabemos que el buen arte el de escribir y todos los demásse produce siempre al margen de toda pretensión. Cada una de estas Char.
las a veces resumen de un pequeño drama mental o sentimental. según el mismo Heliófilo confesaba es como una cuenta del gran collar histórico, nunca desdeñable por menuda.
cuando así logran dar una impresión exacta de la verdad de un pueblo.
También cada lingote de cristal en las (Pasa a la página 365)
Por ANTONIO ESPINA con De El Sol. Madrid.
En todos los artículos necrológicos suele decirse, con tópico pocas veces eludible, que el difunto deja un recuerdo imperecedero.
Esto, gue nunca es cierto, tiene, sin embargo, un sentido de realidad. Responde a la necesidad biológica de ilusionarnos con la idea de que lo que quisiéramos que fuese es y será. Todo perece. Razón de más para que hagamos de ese fantasma vano que llamamos recuerdo un cuerpo vivo y para que le dotemos, por fantástica añadidura de nuestro arbitrio, con el don de la inmortalidad. La fama no tiene nada que ver con ello. Famoso o no, se vive o se muere en la obra. El hijo de carne, el hijo espiritual son los consignatarios auténticos de la vida que sigue; los únicos capaces de incorporar al mundo de la materia siquiera sea en la frágil materialidad del recuerdo a los seres perecidos.
Félix Lorenzo dejó una obra. Marcó rumbo seguro a toda una generación de periodistas Su voz resuena sin merma apreciable en los oídos de todos nosotros, y sus ideas, sus consejos, la claridad y la figura de su estilo de escritor son virtudes ya perfectamente asimiladas en la prosa periodística de sus mejores discípulos. él le tocó luchar y hacerse en una época dificil. Cuando Félix Lorenzo contenzó sul vida profesional, allá el año 95 en La Justicia. el diario dirigido por Salmerón, la prensa española se desenvolvía en unas condiciones lamentables. Era pobre el am(Pasa a la página 366. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica