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66 REPERTORIO AMERICANO dejase a Rosas su espada en su testamento, lo consigna Alberdi como un borrón más en la cuenta de San Martín olvidando o ignorando cómo San Martín, que en política interior es sin duda poco dado a exagerar las virtudes de la democracia, centrado ante todo en la idea de la independencia argentina, veía en Rosas al que había sabido sostener enhiesta la bandera de esta independencia frente a Francia, Inglaterra y el Brasil.
Pero se dirá: qué tiene que ver San Martín con el problema escueto planteado por la Liga Internacional de la Paz al que Alberdi ostensiblemente se propone contestar?
El reproche que la pregunta implica es fundado. En sus notas, pergeñadas más que construídas, sobre el Crimen de la guerra, nuestro ibérico Alberdi consigna su pensamiento en estado naciente. Brota de sí y lo apunta.
Alli sale San Martín a propósito de los males de la guerra civil y echa mano del vencedor de Maipú como pudo haberlo hecho de Gengis Jan.
En este su primer esbozo porque tiene todo el aspecto de un primer esbozo Alberdi vuela en amplios círculos en torno a su asunto Los temas parciales no se suceden en orden lógico y constructivo a la manera francesa, ni en orden estadístico o enumerativo, a la manera inglesa, sino que vuelven y revuelven sobre sí mismos, tornan y retornan a plantearse, repitiéndose, afinándose, ahondándose, a medida que la mirada de Alberdi, como la del cóndor que vuela y revuela sin perder de vista su presa, va distinguiendo mejor los contornos y los obstáculos, las luces y las sombras.
las bases de lo que había de aspirar a ser el Derecho de Gentes en nuestro siglo xx: me refiero, claro está, a Francisco de Vitoria.
Sistematizador como todos los nuestros, Alberdi llega incluso a esbozar una explicación racional de lo que en su ignorancia considera como un hecho incontrovertible: la ausencia de maestros creadores del derecho internacional en nuestro países, y así nos dice. La Suiza, la Inglaterra, la Alemania, los Estados Unidos, han producido después por la misma razón los autores y los libros más humanos del derecho de gentes moderno; pero los países meridionales, que por su situación geográfica han vivido bajo las tradiciones del derecno romano, han producido grandes guerreros en lugar de grandes libros de derecho internacional. Cómo se explica que ni la Francia, ni la España, ni la Italia han producido un autor célebre de derecho de gentes habiendo producido tantos autores y tantos libros loables de derecho civil y privado?
Así nuestra estirpe, dispersa, distraída para sus propios valores, se niega a sí misma y no alcanza ni a vislumbrar su propio genio creador. Alberdi, en cuya alma late hasta qué punto lo hemos de ver el alma pura, ferviente y creadora de Francisco de Vitoria.
desconoce al sabio y santo dominico de Salamanca y da a Grocio la palma que a Vitoria corresponde. El párrafo que precede al arriba transcrito parece dedicado a Vitoria pero está hecho pensando en Grocio, a quien por cierto no corresponde: Ver en las otras naciones otras tantas ramas de la familia humana, era encontrar de un golpe el derecho internacional verdadero. Esto es lo que hizo Grocio, inspirado en el cristianismo y la libertad.
Sería difícil encontrar descripción más feliz y exacta de la posición vitoriana. Vitoria es el único autor de derecho de gentes que se mantiene fiel a este elevadísimo principio en él, más que principio, artículo de fey jamás consiente que la impura realidad venga a ladearle las conclusiones que de tal principio va desprendiendo con inflexible lógica. Quiere además el sarcasmo de la historia que el Maestro de Salamanca afirme asi el principio humano y universal en el derecho de gentes con motivo de un tema intimamente relacionado con la patria de Alberdi: el problema jurídico y de conciencia que plantea el descubrimiento de América. Cómo fundamentar el derecho de los españoles, si es que lo tienen, a hacer en las Indias Occidentales una guerra que en último término ha de ser de conquista? Alberdi, el propio Alberdi, hijo de la conquista, era hijo del crimen o de la ley, según que Vitoria cayera de un lado o de otro en el examen de este problema de conciencia, y según que los españoles que habían conquistado a la tierra en que vino a florecer su patria, se hubieran atenido o no a los principios del sabio de Salamanca. Situación paradójica en verdad. Alberdi, en uno de esos raptos de pasión que habremos de observar en él, fulmina contra toda guerra como injusta, y al hacerlo se declara a sí mismo hijo del crimen, porque la conquista, guerra, luego crimen, fué.
Ignoraba Alberdi que un gran espíritu español no menos noble que él, más sesudo y sosegado había dictado con pulcritud de conciencia ejemplar las normas que justifican la conquista ante la conciencia más exquisita. Ignoraba también que en las Relecciones de aquel santo varón y pentrante genio, muchas sino todas las ideas que él se disponía a propagar con ibérica fogosidad, habían recibido su consagración académica y teológica en el siglo xvi.
Pero si, desde el punto de vista de la eficiencia colectiva de nuestra estirpe ibérica en el proceso evolutivo de la raza humana, es muy de lamentar esta ignorancia hasta de la mera existencia de Vitoria que parece haber padecido Alberdi, realza en cambio el mérito creador del pensador argentino asi como su pristino iberismo, porque no será ciertamente en Grocio donde habrá encontrado el haz de ideas que brinda al mundo para incitarle a la paz. Estas ideas, parece como que las viéramos nacer. Alberdi vacila ante nosotros; aquí afirma, aquí niega. Si nos mostrase una fase más elaborada de su pensamiento, habría derecho a decir que a veces se contradice. Pero no. Lo que parece contradicción es tentativa, experimento consigo mismo, escrúpulo y quizá con frecuencia, improvisación y espontaneidad intelectual.
Al examinar cada uno de los grandes problemas parciales que plantea el total de la abolición de la guerra, hemos de observar este ritmo, al parecer vacilante, en realidad, experimentador e improvisador, de su pensamiento. Ritmo esencialmente ibérico, que intenta apoderarse de la cosa de un golpe, no siempre certero, y tiene que volver de un gol2. Vitoria y Alberdi Importa recordar aqui, aunque sea redundancia, que mi primer encuentro con las ideas de Alberdi sobre la guerra tuvo lugar a favor de una edición inglesa de su obra.
Esto da ya suficiente impresión del ritmo azaroso e inesperado de las vidas ibéricas.
No va en ello necesariamente censura para la Universidad española, ya que no soy producto de ella, sino de escuelas francesas científicas y técnicas que para nada tenían por qué preocuparse de las teorías de Alberdi en materia de paz internacional. Pero a fuer de hombre de buena fe aventuro la opinión de que si en vez de haber estudiado matemáticas en la Escuela Politécnica de París, hubiera estudiado derecho en la Universidad Central de Madrid en la época en que yo era estudiante tampoco me habría enterado de que Juan Bautista Alberdi había escrito en 186970 un libro sobre el Crimen de la Guerra que contiene geniales anticipaciones sobre la evolución del Derecho Internacional.
Los tiempos han cambiado. Hoy, en la Facultad de Derecho de Madrid, se siguen con demasiada atención las cuestiones de derecho internacional y también las ideas americanas para poder afirmar con confianza que no se permitirá ignorar a los estudiantes que a estos asuntos se dediquen, el gran ensayo de Alberdi; y no digo en la de Valladolid, porque mi amigo el Profesor Barcia Trelles es demasiado entusiasta tanto de América como del Derecho de Gentes para no imponer a sus alumnos el conocimiento de Alberdi. Pero si a todo esto aludo es para tener derecho a lamentarme, sin hacerle por ello reproche alguno, de la ignorancia de Alberdi respecto a sus grandes predecesores españoles y en particular, del espíritu director de aquella escuela de canonistas que en el siglo xvi echa JOHN KEITH Co. INC.
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