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24 REPERTORIO AMERICANO LETRAS CATALANAS EI Epistolario de Juan Maragall Por CARLOS SOLDEVILA De El Sol, Madrid 28 xENCH Juan Maragall La nueva edición de las obras completas de Juan Maragall, cuidadosamente preparada por sus hijos, devuelve actualidad a la figura más atractiva del renacimiento catalán. Su cotización, como la de todos los valores humanos, oscila, fluctúa; pero es de las que se mantienen más firmes y con mayores pro babilidades de quedar estabilizada en el rango supremo. Su poesía no envejece.
Tiene la fortuna indudablemente mere cida de ver cómo el tiempo transforma en rasgos de sensibilidad aquellas gaucheries que escandalizaron a algunos de sus contemporáneos. Si, según la fórmula audaz de Verhaeren, el arte consiste en imponer una manera única de ver, habrá que confesar que la poesía de Juan Maragall ha cumplido bastante bien este ambicioso programa.
Existe realmente una atmósfera Maragall. es decir, que cuando penetramos dentro de su obra nos encontramos envueltos en un ambiente perfectamente coordinado en que sentimientos, ideas y sensaciones forman un mundo aparte, típico y armonioso, personalísimo convincente Sin duda, esta atmósfera no tiene la extensión que alcanzan las creadas por otros ingenios literarios. Ello no proce de precisamente de la debilidad de su estro, sino de la dirección exclusiva en que quiso proyectarlo. Sólo el dramaturgo y el novelista abarcan grandes zonas humanas y pueden teñirlas con sus colores; un poeta como Maragall por fuerza debe limitar el área de con quistas. Pero dentro de esta limitación resulta tan inconfundible como el que más lo sea.
La nota inédita y sensacional de esta reedición de sus obras completas ha sido la inclusión de un epistolario. Por qué. Acaso las cartas particulares revelan un aspecto del hombre o del poeta que no pudiese presentirse a través de su obra. Por ventura contienen confesiones escandalosas? Nada de eso. Las doscientas cartas que han visto la luz pública en el primer volumen del Epistolario de Maragall no reproducen el caso, frecuente en otras literaturas, de abrir una brecha entre la personalidad pública y la personalidad privada. El rompimiento sutil que producen entre algunos aspec tos de la poesía o de las doctrinas estéticas de Maragall y las que aparecen como sus reacciones íntimas no constituye el menor motivo de sorpresa, ni menos de escándalo; basta un puente brevísimo y baladí para restablecer en tre ambas una comunicación fácil y normal.
Entonces de dónde proviene la sen sación? Hay que explicar las cosas des de el principio. En Cataluña, durante las últimas décadas, hemos padecido una enfermedad cuyo nombre científico no acierto a encontrar en este momento, pero cuyos síntomas me son perfecta timas, escritas en el más completo abandono y que registran con delicadezas de sismógrafo los vaivenes de la conciencia, se descubre a un hombre noble, cordial, bien intencionado. pero a un hombre Cuanto las poesías dejan entrever cuando no nos deslumbran con su luz viva, cuanto sus artículos sugieren tenua mente entre reservas y precauciones, en estas cartas aparece con una desnudez impresionante. Entramos en contacto con un Maragall que ha sentido veleidades byronianas, que sabe mostrarse mordaz y que gusta de la caricatura, que usa con desenfado las expresiones populares, que ha resuelto su problema religioso mediante un subjetivismo exaltado, sólo conciliable con el dogma en el terreno poético; que entra en la Redacción del venerable Diario de Barcelona y acepta la secretaría de Juan Mañé, oráculo de la burguesía, por me Ta curiosidad o comezón experimental.
En fin, un personaje mil veces más rico, interesante y simpático que la figura plana que nos ibamos acostumbrando a co Azorín. en un artículo que contiene algo de lo más fino e inteligente que se ha dicho en castellano acerca de Maragall, analizó su entusiasmo por la filosofía de Nietzsche. Azorín y cuantos habíamos leído los artículos del Diario de Barcelona imaginábamos que el poeta, en un momento dado, se asusta ba de su temeridad y se apresuraba a echar agua al vino la luz de estas cartas se puede asegurar que su espanto era, si acaso, muy módico. Lo que realmente le obligaba a frenar bruscamente sus fervores y a terminar con una frase entre alarmada y candida. dónde iríamos a parar. no era el susto pro pio, sino el susto que iban, a tener los pacíficos lectores del viejo Brusi.
Sería ridículo dedicarse, siguiendo una moda que tal vez se halla en crisis, a discutir si Juan Maragall era una per sonalidad de izquierda o de derecha. El mismo es evidente que no lo ni lo quiso saber nunca y que se pasó la vida dejándose querer por los dos bandos. En este aspecto resulta extraordinariamente significativa una carta del 93 en la que se da perfecta cuenta de lo paradójico de su posición: colaborador a un tiem po del órgano de la burguesía tradicionalista y de Avenc. órgano de los catalanistas anarquizantes. lo sor prendente del caso es que en ambas colaboraciones se conservó fiel a sí mismo, y únicamente mediante la cación del pedal celeste o del pedal fuer te dió a su magnífica sonata la sonoridad compatible con cada medio. si me obligase a declarar cuáles me parecen las notas dominantes de tal so nata, creo que no vacilaría en resumirlas en tres palabras: Amor, Libertad y Pus reza.
Laente conocidos. Se trata del prurito de dar a todas las personalidades destaca das o eminentes una mano de barniz san tificante. Si nos descuidamos, la historia de nuestra literatura iba a convertirse en una antesala de la hagiografía, y una galería de catalanes ilustres iba a con fundirse con una colección de iconos.
Es probable que alguien se apresure a decirme: Imprudente. Va usted a renegar de una cosa tan noble y tan digna como el culto a los héroes? No, señor; no voy a renegar de este culto.
Precisamente porque conozco su efica cia me empeño en defenderlo de sus imi taciones. La manía de distribuir aureolas a troche y moche no sólo no contribuía a crear una mitología heroica, sino que abarataba peligrosamente la entrada en el cielo Es claro que toda empresa de popularización de un personaje lleva consigo un inevitable proceso de simplificación ΕΙ pecado no es grave cuando esta operación se realiza tomando por base los rasgos efectivamente fundamentales del hombre o de la obra. La torpeza consiste en simplificar falsificando. No nos estorban los santos y los héroes auténticos; son la sal del mundo. Pero juzgamos severamente las estampitas monjiles, que ni edifican ni seducen. toda la sensación que produce este primer libro del Epistolario de Juan Maragall no tiene otro origen que éste: el desorden que introduce en un mito que ya se consideraba a punto de con solidarse. través de estas cartas in supo oportuna apli