239 REPERTORIO AMERICANO El centenario de Pedro Antonio de Alarcón Por AZORIN De La Prensa. Buenos Aires. Rep. Arg.
ideas políticas, Pedro Antonio de Alarcón El Estado español no ha celebrado el centenario de Peredauno de los más grandes novelis tas europeos contemporáneos y no ha celebrado tampoco el centenario de Alarcón, uno de los escritores españoles más espa foles. Debemos decir algo de Pedro Antonio de Alarcón. Aunque no sea más que cuatro pa labras: lo consideramos un deber. Pedro Antonio de Alarcón nació en 1833: murió en 1891 Su vida fué muy agitada. Ar diente y fervoroso demócrata y revolucionario en los comienzos de su vivir, acabó por ser uno de los más genuinos represen tantes del conservadorismo en España. Pero las ideas al tratarse de un artista litera rio, no nos interesan en grado sumo: las ideas políticas son.
en un literato, lo accesorio. Se puede ser liberal o conservado: y tener una suprema maestría en el arte de escribir. Se puede ser conservador y escribir bien.
Se puede ser liberal y escribir bien también. No incidamos en un prejuicio en que se incide todavía y con teson en España. Hay, por ejemplo, quien cree que Balmes no vale gran cosa a causa de ser un filósofo, un cri tico y un apologista dei catolicismo si no se niegan méritos por sus ideas políticas a Menéndez Pelayo, cerca andamos de ello, y bien se nota en los juicios que en la izquierda se ha cen de Menéndez Pelayo este recelo inmotivado. En paises cual Francia, tales Vas y res no existen. Un novelista como Francisco Mauriac el primero de los novelistas actuales de Francia el primero entre los jóvenespuede ser elogiado con toda amplitud, sin restricciones, siendo, como es, sincero católico. Volvamos a nuestro Alarcón. Decíamos que la vida de Alarcón fué varia y encrespada. Se batió corajudamente en la prensa: propagó sus ideas con la palabra: hizo libros; llevó un viv agitado y convulso de perio dista y de hombre de mundo. al fin, cansado harto de los tráfagos mundanos, se retiró a una casita, la casita del sabio, en las cercanías de Madrid. allí apuró toda la amargura que para un artista, sincero artista, supone el ser combatido y negado sistemáticamente.
No se quiso reconocer, a última ho ra, a Alarcón, todo lo que había en su arte de sinceridad y de fervor. Se hizo en su torno lo que más duele a un hom bre que del público vive: el silencio. rodeado de ese silencio hostil, creación de la envidia, murió Alarcón. es que nosotros ahora, al cumplirse el siglo de su nacimiento, debemos perpetuar esa más duradera y sólida será su iabor. Er Alarcón vemos algo que es de su tiempo. esto que es de su tiempo, no es cosa sustan cial y firme. Las cosas que nos rodean no puede el autor evitar las. Las cosas tienen una personalidad, como la tiene el ser humano. Las cosas están asistidas de una vida que es tan artística como la del hombre. Sin las cosas no sería nada el hombre.
Pero es preciso que un ambien te de espiritualidad, una atmósfera de belleza, trasfiguren las cosas. Si nos dejamos arrastrar por efímero sin fervor, lo efimero anegará y borrará nuestra obra. Alarcón se dejó a veces, no muchas, arrastrar por esas cosas efímeras y deleznables. Al leerle experimentamos una sen sación extraña: quisiéramos que todos estos escritores extranja ros que Alarcón ha tomado por artistas auténticos, legitimos, no hubieran existido. Pensamos también, claro, que si estos frivolos autores no hubieran marcado su sello en Alarcón, hubierar sido otros análogos. nos resignamos a que un artista tan fino y sutil de su parte a la frivolidad. La dan, al presen te, otros artistas tan beneméritos como Pedro Antonio de Alarcón si el autor de El niño de la bola creía en un Alfonso Karr, en un Champfleury, en un Murger, ahora otros jóvenes creen en autores tan deleznables y frívolos como los citados. si antes un Alfonso Karr pudo seducir a los jóvenes, ahora un autor a la manera de Karr, o con menos ingenio, con menos dominio del arte, puede influir de un modo pernicioso en la ia juventud. En Francia no se acaban nunca esos escritores brillantes de un erte ficticio y de relumbre. En que tienen la seducción Alarcón influyeron los citados escrito res. Hay en su prosa una efervescencia, una animación artificial, un movimiento convulsivo, que nos hacen desear un poco de reposo. Quisiéramos que el autor, dejando tal zaragateo, estuviera un tan to más algo más reposado. vemos que esa efervescencia es un sunto, ni más ni genio francés chos, del famoso incial. Afortunadamente, en Alarcón exisancés, agradable, pero insustante otra cosa, además. Si es Alarcon un autor de ingenio, a la manera del gus to francés, es también y en mayor parte un escritor a la manera española y de todos los tiempos y todos los luga res. Saltan en sus escritos, con los nombres de los escritores citados, un Champfleury o un Karr, los nombres de los más altos y significativos laboradores de (Pasa a la página 237)
res enorme injusticia. Es que no ha llegado la hora de que el critico y el historiador de la literatura tengan un po co de ecuanimidad en sus juicios? Pedro Antonio de Alarcón continúa vendiéndose como se vendia en un tiempo. Sus libros, untamente con los de Pereda, son los que más se despachan hoy en España. si la crítica le desconoce le silencia con hostilidad, el público, los millares y millares de lectores que le siguen y no le abandonan, compensan su memoria de los desdenes críticos. No es Alarcón una gran figura; reconozcámoslo; pero sí es uno de los escritores españoles más simpáticos y más representativos del en esta parte que en Alarcón es representación de su época, está precisamente lo que nos da motivo la reserva, leve reserva, que formulemos. En todo escritor existe siempre una parte inactual y otra que participa del tiempo en que la se realiza. Naturalmente que hay tam bién escritores que no son, ni en el más leve matiz, de su tiempo.
Todo en ellos es inactual: todo vive con independencia del tiempo y del espacio. Son de un siglo como pudieran ser de otro viven en un país cual pudieran haber vivido en uno distinto. Cuanto menos sea la parte que un escritor consagre a su tiempo, tanto más pura e inactual será su obra. Cuanto menos adherencias ac tuales tenga un artista literario, tanto siglo xix. quieto.
traobra