102 REPERTORIO AMERICANO rectamente de ellos, y siempre intervienen como elemento indispensable. Le despiertan un entusiasmo contagioso, un ardor de sentimiento que sólo se explicaría inspirado por seres humanos y desborda de emoción cuando describe el gorjeo registrado por la prodigiosa sutileza de su oído.
El anhelo de reproducir tan intensas impresiones estéticas. como las calificaba, le exige esforzar la expresión para sorprender el vocablo que traduzca, con precisión y claridad, el matiz exacto de su sentir, lo que refluye necesariamente en la riqueza y abundancia de su léxico, al punto que puede alegarse que a Hudson los pájaros le hicieron literato.
era rebelde, cuando trataba con personas que le ostentaban superioridad, crudo en sus opiniones y hasta combativo. Por el único por quien sintió afecto fué por Ogilvie Grant, compañero de la Bird Society, gran propagandista de las reservas naturales para las aves, además de director de la sección ornitológica del Museo Británico y quien, conjuntamente con Sharpe, llevó las colecciones al millón de especímenes y a su admirable organización actual. Colecciones que Hudson visitaba menos que las arboledas, porque los pájaros embalsamados le resultaban una pesadilla, una parodia grotesca de la belleza. por haber nombrado a la belleza y como un agregado a la reseña, que ya voy terminando, mencionaré algunos de sus gustos en las artes. Las plásticas le dejaban en la indiferencia. Siendo sensible al color y a los efectos de la luz, la pintura le atraía: elogiaba al Veronese en La Visión de Santa Elena de la National Gallery, cuadro que un avezado crítico define como un himno a la naturaleza. En música prefiere los arpegios de la alondra a la mejor sinfonia, y en sus últimos años se aficionó a Wagner, probablemente porque le hiciera oír a un ruiseñor entre El murmullo de la selva.
En literatura el autor que más admiraba era Ruskin. Puede sorprender esta predilección si nos representamos al profesor de estética de la Universidad de Oxford, sometido a sus exclusivismos artísticos, y sujeto a su idolatría por las catedrales de la Edad Media. Pero Ruskin fué, también, un gran observador de la naturaleza, que dió, según la propia expresión de ejemplos más perfectos de la pintura con palabras de lo que ha visto en la natuLa diversidad de los dos temperamentos puede apreciarse en las sendas contemplaciones de la Abadía de las respectivas descripciones de las chovas volando a su alrededor: Ruskin las ve, Hudson las ve y las oye.
Mas el autor que le dominaba era Tolstoi. Holgaría todo comentario dado que Tolstoi, espíritu vigoroso y ardiente, ejerce una influencia avasalladora en las últimas generaciones. Pero es que Hudson se sentia atraído por el ruso genial, a más, porque ambos nacieron y crecieron en las llanuras, escribieron la historia de su niñez, tenían un apego obcecado al vivir y terror a la muerte y sobre todo porque si el uno predicaba la fraternidad humana, el otro predicaba la fraternidad para con seres inferiores.
Como que Hudson entregó toda su ternura a los protegidos de la Bird Society a favor cedió los beneficios de la presión del menos interesante de sus libros, Fan. pero por el cual tenía inexplicable debilidad; y en su testamento les legaba sus escasísimos bienes y todos los derechos de autor.
Legado, presumo, no desprovisto de importancia desde que sus obras se reeditan en progresión creciente en Inglate rra, Estados Unidos y en traducciones francesas, mejores por cierto que las nuestras En la vejez se robusteció su amor a los pájaros y la memoria por la tierra de su nacimiento. Cuando Hudson afirma que su vida terminó cuando dejó la Pampa dice una verdad rotunda. Sus mejores obras, las que han de darle la inmortalidad, son evocaciones de esa comarca lejana que florecieron en el oca so de sus días al conjuro del recuerdo: y desde la primera, Tierra Purpúrea hasta una de las últimas, Allá lejos. serán siempre explosiones de una nos talgia que escondia en el secreto de su corazón.
En la conversación intercalaba el uso de la lengua nativa.
En el retrato que entrega a su más constante amigo Morley Roberts, se suscribe su amigo en español. Cuando enfermo y lejos de la esposa (1. a pesar de que en su arrogancia queria morir solo como un guanaco. cita a un clásico castellano diciendo: Es amargo al final de la vida caminar triste y solo. frase de Meléndez y Valdez, poeta que ensalzó (natuHudson, En el casi medio siglo que vivió en Inglaterra, gran parte del tiempo fue prisionero de la ciudad, el que cuando estaba fuera de los murmullos campestres no se sentía propiamente vivo!
sirven de alivio a su confinamiento en Londres, algunas escapadas a a la campaña, no las menos gratas las shire que ponía a su disposición Sir Edward Grey, luego Vizconde de Fallodon y Ministro de Relaciones Exteriores, leal amigo que le apreció cuando nadie le conocía, y que en sus últimos años distrae su ceguera (1918) haciéndose leer Far Away and Lond Ago.
En aquellas salidas se entregaba a la enfermiza laxitud de su organismo, que le dejaba por horas tendido sobre el césped, observando la idas y venidas de los cuervos u oyendo el ritornelo de una caserita; y apuntaba hábitos de las aves inglesas desconocidos para los ornitologos, como el de los grajos de reunirse en primavera: distinguía las variantes en la algazara de las cornejas según las regiones y predicaba en favor de un reyezuelo Woodwren (Philloscopus sibilatrix) que en el pueblo de la tradición pasaba inadvertido porque no fuera cantado por los poetas, de Chaucer a Tennyson. ni de él se llughby, decano de la ornitología en Inglaterra. Observaba mucho para luego trabajar slowly! slowly. lentamente, lentamente, como para no apurar la vida. reune así el material necesario para componer sucesivamente sus libros: Birds in a Village. British Birds in London. Birds and Man. y Adventures among Birds.
Estos libros hirieron la susceptibilidad de Alfred Newton, el profesor de zoología del Magdallen College, autor del difundido y utilisimo Diccionario de las aves, quien trató a Hudson con suficiencia, at me an Argentine. decía a mí un argentino, que me atrevía a escribir sobre pájaros ingleses.
Con Newton se completa terceto de ornitólogos académicos con quienes no pudo entenderse. Los otros dos fueу Sclater; el último su colaborador, de quien no quería acordarse.
Tales desavenencias eran debidas en parte, caráct de Hudson, alterado por la enfermedad, aunque de natural os Taleza Bath y (1) Emily Wingrave falleció, casi centenaria, en marzo de 1921.
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