226 REPERTORIO AMERICANO aba, per fileque el bronce!
cina había ganado una batalla decisiva; la humanidad había logrado una de sus mayores conquistas, la evitación seguira de la mortífera rabia. Pasteur, si no hubiese tenido bastante para entrar en la inmortalidad por su labor anterior en campo de la Ciencia, al ver los resultados positivos de su vacuna en e!
hombre, pudo haber exclamado, como Horacio al terminar la de libros, Egige monumentum aere perennius. En efecto, había terminado un nius uimento más duradero que Los éxitos se sucedieron. Pero era tanta la saña de sus enemigos que, cuando en noviembre de 1885 Luisa Pelletier, una niña de diez años mordida por un perro en la montaña, caso desesperado en el cual la rabia estaba en vísperas de producirse, no se a proclamar e! fracaso, sino que llegaron a insinuar que la muerte de la niña había sido producida no por las mordeduras sino por la inyección de la vacuna. Pasteur es más que un charlatán, es un asesino. decían. No cura la rabia, sino que la rubia murió mitaron aron solamente daba; tenía sus escrúpulos. El caso era sumamente grave Los enemigos arteros y envidiosos esperaban la oportunidad en que fracasara. El lo sabía. Pero no quería perder la ocasión de salvar aquella infeliz criatura.
Esa tarde, precisamente, se celebraba sesión reglamentaria en la Academia de Ciencias. Allí se encontró con dos hombres que le merecían entera confianza por su sapiencia y su amistad: el profesor Vulpian y su estimado discipulo el doctor Grancher, quienes ron inmediatamente a visitar al pequeño alsaciano y comprobaron la gravedad del caso. La muerte del niño parecía inevitable; y luego de conocer por boca del mismo Pasteur los nuevos resultados que había obtenido en el estudio de la rabia después de la lectura del trabajo que el año anterior había hecho en Copenhague, animaron decididamente al Maestro para que no dudara un solo instante y se decidiera a experimentar en aquel pequeñuelo la vacuna, que tan excelentes resultados había dado en los perros de Saint Cloud. ese mismo día, de la noche del de julio, setenta horas tarde de las mordidas del día 4, en presencia de los doctores Vulpian y Grancher, Pasteur tomó la médula de conejo muerto rábico el 21 de junio después conser vada en un frasco al aire seco y entregó una media jeringuilla de Pravaz a su ayudante, quien realizó en un pliegue de la piel del hipocondrio derecho del niño José Meister, la primera inyección de la vacuna antirrábica.
En los días siguientes nuevas inoculaciones fueron hechas: a 13 llegaron el número de ellas, a 10 el número de días de tratamiento.
El pequeño escolar de Meissengot había salvado la vida: la madre había conservado al hijo idolatrado; la Mediley, Causa más de preparar una vacuna, disminuyendo la viruler. cia del microbio, exactamente como había procedido respecto al Carburclo: pudiendo crear un estado refractario en los animales sometidos a la experiencia. Tras detenidos estudios ogró comprobar que a medida que la médula rábica de conejo se desecaba, día su al cabo de catorce días. Copor esta última inoculó varios perros, y diariamente las inyecciones fuegon hechas con médulas cada vez más frescas hasta llegar a la de un conejo muerto la víspera. Los animales no presentaron ni un síntoma de entonces, Pasteur los sometió a la contraprueba. Hizo encerrar perros rabiosos con los animales inoculados, y a pesar de las mordeduras, no contrajeron la enfermedad los que habían recibido las inyecciones.
Los resultados no podían ser más satisfactorios. En 1884 el Gobierno designó una Comisión integrada por Beclard, decano de la facultad de Medicina los Académicos Paul Bert, BouVillemin y Vulpian, acompañados de Tisserand, Director del Ministerio de Agricultura. En la Escuela Alfort se realizaron las comprobacio nes: después se continuaron las experiencias en Saint Cloud. Pasteur marchó Dinamarca para asistir al CongreSo Médico Internacional que se celebraba en Copenhague. Cuando se leyó su comunicación sobre la rabia, los congresistas, de pie, aclamaron al genial bacteriólogo francés su regreso a París, el Maestro continuó laborando. Quedaba por cubrir la etapa final. Se podría hacer el ensavo de la vacuna en la especie humana? Esta era la pregunta que a diario se formulaba, la idea que tenía constante en su cerebro. Pero era tal la delicadeza de su sentimentalismo, la sutileza de su conciencia, el criterio que tenía de su responsabilidad, que una duda interna lo embargaba ante el temor de poner en peligro la vida de una persona.
Una mañana, el de julio de 1885, una mujer desesperada, oprimida por la angustia y el dolor, se presentó en el Laboratorio de la calle Ulm. Llevaba de la mano a un alsacianito de nuehabía sido mordido la anque tevíspera por un perro rabioso. Era su hijo que estaba sentenciado a morir, víctima de la terrible enfermedad. Ahogada por el llante contó la madre cómo su pequeño José había sido atacado por del especiero Teodoro Von en el camino de la Escuela de Meissengot. Doce horas después del accidente.
es decir, a las ocho de la noche dei las fueron cauterizadas con ácido fénico por el doctor Weber, de Villé, quien, ante la gravedad del caso, aconsejó a Mme. Meister que marchara rápidamente hacia París y lo llevase a casa de uno que no era médico, pero sabía lo que había que hacer en esos casos mejor que un médico.
La madre ansiosa pidió a Pasteur que le salvara el hijo. El Maestro duquerido aún Vuele con todo confort y seguridad en los lujosos aviones de Aerovias Nacionales (Empresa Román Macaya)
Los ataques se acentuaron durante el año 1886 y parte del 1887; y a pesar de las enérgicas y generosas defensas de Roux, Grancher, Brouardel, Villemin, Charcot, Dujardin Beaumetz y Chantemesse, fué necesario el informe de la Comisión de sabios ingleses que durante catorce meses habían comprobado el procedimiento y que clara y terminan temente manifestaron, que se podía considerar como cierto que Pasteur había descubierto un método preventivo de la rabia comparable al de la vacuna contra la viruela. sin sin embargo, el padre de la pequeña Luisa, escribía: Entre los grandes hombres cuya vida he podido con cer, ninguno me parece más grande. No veo entre ellos ni uno solo, como en el caso de nuestra cuerida hija, capaz de sacrificar largos años de trabajo, de poner en peligro una reputación universal de sabio y marchar a sabiendas a un fracaso doloroso, sólo por humanidad.
Así era aquel genio bienhechor que consagró su existencia en provecho de sus semejantes: aquel incansable luchador que dedicó sin descanso sus noches al estudio y sus días al trabajo: aquel modesto investigador que llevara como lábaro invencible en la marcha cotidiana hacia la brega, el beneficio que al mundo doliente pudiera reportar: aquel hombre sencillo que exclamara en medio de su apoteosis: No he he cho nada que valga una manifestación de esta importancia. Ejemplo sin igual de llaneza y naturalidad!
Para terminar, señores, debemos decir que el día 10 del presente mes quedó constituída la Comisión Organizadora del Cincuentenario de la primera inyección de la vacuna antirrábica. en la forma siguiente: Presidente, doctor Tosé Presno: Vice Presidente, doctor Antonio Díaz Albertini: Secretario General, doctor Horacio Abascal: Secretario adiunto, doctor Eduardo Gómez Echaso; Tesorero, doctor Julio Ortiz Cave años el perro Servicio aéreo de pasajeros, encomiendas, carga y correo a todos los lugares de la república.
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