212 REPERTORIO AMERICANO Mitica quella mat e tuete y me los tres. Ya deben ser pasadas as cincuime dia. Cuento)
Colaboración. lustración del autor Tenia dos compañeros en la vida: uno, Chela: la nietica de pelambre rojiza como las cabelleras de los elotes sazones: el otro, una laja pelida por los años, a la orilla del río, en donde paembrocada restregando la ropa que traía de la suida. Chela le daba penas y alegrías que es lo que necesitaba el alma para sentir de cerca la vida. La laja le permitía ganarse el sustento de la nieta y de ella.
saba su vida ces ron El sol se hundía lentamente en la lejana alcancia del horizonte; nubes her mosas teñidas de color violeta coronaban las vértebras de la cordillera. Em pezaron a cantar los grillos, y los pájaros buscaron de la enramada.
Por el camino, tantas vetrajinado, se prolongalas sombras de la vie ja y de la nieta, juntas como hermanas siameses, llevando a el fardo de los per de los pensamientos y de los años que encorvalas espaldas de la an ciana. Chela se agarraba a las faldas de su abuela caminaban juntas: compa.
neras inseparables: olvidadas por el bullicio del mundo: consolándose mutuamente sus tristezas: luchando por encontrar la satisfacción de sus largos ayunos en las exiguas fuerzas de la vieja. pesado ban. Onde vamos, Mitica. Pus onde bia de ser, niña, al río a lavar.
La vieja cargó sobre su cabeza el pesado motete de ropa sucia: a su lado iba Chela. El sol quemaba y parecia sumir el paisaje en una pila de aceite hirviendo: chirreaban las chicharras en los matorrales; los terrones de!
camino se habían convertido en ascuas que laceraban los pies. Mitica contrajo los músculos de la frente: sintió que habían agarrado sa corazón con las tenazas del herrador de bestias y lo torcian sin piedad.
Chela pedia una muñeca y tenía derecho a que se la trajese el Niño Dios. Pero de dónde iba a sacar los veinte reales que valía. Ah! si esos guijarros que reposan en el fondo del rio, fueran de oro! Pero no, no eran más que pedazos de piedra. pensó con honda pena que al alcance de los pobres sólo están los guijarros, los deshechos de la vida.
seguía con la trada a de un montículo por la las vigilias.
Tumbada boca abajo se entretenía la chiquilla contemplando el interminable desfilar de las hormigas leonas, llevando a sus espaldas enormes trozos de paja y de semillas que hacían contraste con sus cuerpos, y parecían a ratos su cumbir bajo el peso de tanta carga. Las vista hasta verlas desaparecer en un un hoyito que les servia de ena su casa, al pie de un de tierra reseca, en forma de volcán.
Mitica lavaba y lavaba hasta sentir que las fuerzas le iban haciendo falta: no decía palabra que la denunciara como poseedora de ella. Lavaba y lavaba automatizada la esclavitud de una vida dedicada a entregar el sudor de su trabajo en beneficio de los pudientes.
Kurvandose para ella y su nieta los los fríos y De momento amenguó el afán de sus preocupaciones físicas; interrumpió el vaivén constante de sus brazos requemados por los tantos años de moverse bajo los rayos ardorosos del sol, y clavó la vista en el fondo del río. Los guijarros relucientes y pulidos por el sobaje constante del agua, parecían absorber toda su atención ¿En qué piensa, Mitica? se atrevió a preguntar la chiquilla. En nada, niñá. en que bía destar pensando si apenitas mialcansa el tiempo paestregar chuicas.
un pequeño silencio. Mitica seguía con la vista clavada en el fondo del rio. Verda questa noche viene el niñitodios. Asegún creo, si. me trairá la muñeca que le pedí? su memoria vino como oleada de consuelo el recuerdo de los duendes y de las hadas. Sabía que en otro tiempo, cuando los hombres eran más inocentes e ingenuos, creían en estos seres protectores, y de ellos recibían preciosos favores. Pero ha cambiado todo y de ellos sólo queda el recuerdo como una leyenda. Ella creía. Es la esperanza que resta a los desgraciados a quienes la ceguera del mundo condena a la miseria y al dolor. pensaba en lo hondo del alma. Si las hadas protectoras de los sufridos y consuelo de los tristes, quisieran trocar uno de estos guijarros en un pedacito de oro.
Pero las hadas se mostraban sordas.
El río seguia corriendo despreocupado de sus penas y el guijarro no cambiaba de color ni se movía de su sitio. Ella continuaba invocando: sus ojos no se apartaban del fondo del río. En qué piensa, agüela? Insistió la pelirroja.
En nada, e dicho. No ves que no puedo estame ventiando la boca por miedo al bronquites?
La verdad es que el temor de ella era que Chela penetrara en el fondo de sus pensamientos. Miró al poniente y dijo: Sabés que yesora dirnos. Recojeme aquellos chuicas questan encima diaSe agotaba el cabo de vela que el vien: to azota y consumía en lágrimas ar dientes. La sombra de la vieja encorvada sobre la tabla de aplanchar, pare cía bailar una danza fantástica en la pared. Del fogón salia apenas un vaho hediondo a rescoldos que hacía asfixiante el ambiente del cuartucho, cocina y dormitorio al mismo tiempo.
Chela dormía en su camastro arropada con un saco de yute hecho hilachas.
Tenía las piernas y los brazos amoratados por el frío. De rato en rato despertaba y decía a la abuela: Tengo muncho jielo.
La vieja la miraba. y respondía. Tate quieta, hijita, quen cuanto acabe la planchada, miacuesto pa calentate.
Silencios cortos en donde se oian los suspiros de la anciana y el tiritar de la niña. Aquiora viene el niñitodios?
Ya yegará, ya yegará decía la anciana pero si tencuentra dispierta se va sin dejate nada.
Cheia hacia un esfuerzo y trataba de dominar la ansiedad: cerraba los ojitos para que al llegar el Niño Dios no fuese a encontrarla despierta y sin dejar la preciosa muñeca, saliera de la casa a buscar otros niños que estuvieran dor En la noche se diluía el negro del sueño, del dolor y del hambre. El cabo de vela agonizó en desesperadas convul siones de luz y de humo; el viento com pletó su tarea sumiendo el cuartucho en tinieblas. Mitica abandonó la plancha y se dejó caer desfallecida sobre el ca mastro, agobiada por el duro trabajar.
En el reloj de la iglesia aprisionaron las midos Hlubo