300 REPERTORIO AMERICANO OCTAVIO JIMENEZ Abogado y Notario OFICINA: 50 varas Oeste de la Tesorería de la lunta de Caridad.
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vachacha que oye y asiente sólo por cortesía. Se mira las manos pálidas con una expresión de desamparo que su amigo sorprende, desde un extremo del hall. acude a salvarla de aquel vuelo de trajes de colores que se agita en torno de ella y de la charla abundante y fofa que la hace sufrir. Es la hora de su paseo dice galan temente mientras sorprende un cambio significativo de miradas entre las seño ras, que saludan y se alejan satisfechas.
Es que todos quieren ver un romance en la amistad que aproxima a los dos solitarios.
Ya bajo los árboles del paseo, le dice. Han invadido su querida soledad, Lucina, porque el ruiseñor no tarda en ser descubierto Ella sonríe con fatiga y se lamenta: Vine a descansar, pero no van a permitirmelo.
La molesta visiblemente el verse des cubierta, impedido su deseo de gozar el paisaje, solitaria y silenciosa. La ofen de la curiosidad que observa en torno Qué rara es usted comenta el amigo a todos los artistas les complace el halago del público; gozan la popu laridad como una atmósfera nutricia Usted siempre quiere estar lejana: es única en todo La ve palidecer, pero está tan acostumbrado a los cambios sensibles de aquel rostro, variable como el cielo, que no se sorprende. Solamente pregunta. He dicho algo que no le gusta. Ha duele mucho pronunciado una palabra que me El no quiere preguntarle cuál es; se queda mirándola, porque nunca la ha visto más adorable. Su traje blanco, sencillísimo, parece una túnica o un ca lasiris; la descubre y la oculta púdica mente, hace resaltar el dorado de la piel y vivir la pincelada rosa de los labios.
Es sorprendente la enérgica dulzura de su paso, el gesto vivo con que aparta ios follajes, la curiosidad con que detiene los ojos en las cosas bellas y frescas.
Respira salud y equilibrio; tiene el cabello todavía húmedo de la ablución ma tinal y las manos olorosas a hierbas No trasunta ningún dolor. Solamente en la voz cuando dice: Esas señoras van a encontrar muy inmerecidos los elogios que me han tri butado antes de oirme. No tengo vo luntad ni inspiración para demostrarles que no están del todo equivocadas. se confía con dulzura. Porque estoy sin noticias de el. Dónde está. él?
Cerca del mar. Mientras usted se refugia en la montaña? Son ustedes bastante incomprensibles.
Ella lo mira con asombro y después dice tristemente. Debió usted comprender antes, que no se trata de una pasión feliz. ni posible Heredia comenta con seriedad: Ya lo sé. Entonces. no dicen más; siguen caminando entre la vegetación despierta y gloriosa.
La plata verde de los álamos retiñe en el viento oloroso, y la luz espolverea de oro líquido los regatos. hay una con tradicción demasiado triste entre la beHleza fuerte del paisaje y la debilidad de la mujer que camina llevándose de vez en cuando la mano a los ojos.
LA OTRA LUCINA Esa tarde mientras apuran la taza de te en la terraza, la acompañante de Lucina, le enseña desde lejos una carta.
Cuando la entrega a su dueña, Heredia advierte en el sobre una letra ronil, aguda y enérgica. vé que la muchacha es otra. Parece una imagen hasta la que se levanta una lámpara en cendida. Entonces el amigo hace ademán de abandonar su silla; pero ya la niña está de pie, radiante, desconocida.
Todo vibra en ella, desde el pie inquieto hasta el ala oscura del pelo que el viento sacude un poco. el doctor piensa que es el ala de ese papel, aun no leído, lo que agita en la prisionera el deseo de volar. Porque echa a correr de pronto, como una criatura, oprimien do su carta, abierto el surtidor delicioso de una risa que jamás le ha oído. La ve perderse como un pájaro, bajo los árboles. Seguramente busca la amistad de la sombra verde, el arrullo del agua, el tapiz del trébol, para comentarios naturales de su goce. Tal vez, el paisaje es el confidente digno de lo que aquella carta arta diga. Heredia cierra los ojos, dolorosamente, y la imagina in clinada y palpitante sobre las letras, con el gesto de la sed en la preciosa boca.
Una prisionera de amor en estos tiem pos. Quién será él? Lo imagina fuerte e insigne, dueño de una magia inago table, difundido en los paisajes quién sabe por virtud de qué don tal vez in mortal. Sin precisar su rostro, ni dar su nombre, ella lo crea de sí, de tal modo, que alguna vez Heredia ha mirado supersticiosamente en torno, quizás con la esperanza de descubrirlo. Es una presencia invisible que sostiene y vigila a Lucina. Ella es como una nave sujeta al calabrote; se mueve con el impulso de sus alas blancas, pero no puede viajar sin sentir que el cable tira de ella en una sola dirección. Habrá que compadecerla. Seguramente, no! Con su sentido dramático, esa pasión es algo viviente y excelso. No puede inspirarla en una criatura así, un hombre que no la merezca.
Es otra. Florece sonrisas: saluda a la luna de oro con unos versos que tienen ecos de metal y aroma nocturno. Pide al amigo que la acompañe bajo el dosel oscuro de las hojas, y acaricia los troncos al pasar: alaba la esmeralda fugaz de las luciérnagas; asegura que el río canta, enamorado de la noche. Parece ebria, mientras el doctor Heredia calla, comprendiendo la causa de toda su alegría y se asombra de que la llama de unas palabras pueda haber encendido una palidez tan seria. Es que en esta mujer todo es raro y distinto! Su alma contiene el color y el matiz, la voz y silencio. Ahora es una niña que bate las manos alegremente por cualquier cosa, que saborea con delicia su helado de fruta y envía besos a la belleza dormida de las cosas. Se muestra amable con las señoras que la asedian, sonríe em briagada y ausente a un joven admirador y pone su mano en la de la poetisa.
Hoy usted no tiene sino catorce años le dice su amigo.
Ella lo mira asombrada. Acaba usted de decirme algo que éi me repite a menudo. El? Tenga usted cuidado. Empieza a mostrarse generosa hasta de su secreto, Lucina. No será él quien le ha puesto ese nombre tan bonito que no es el suyo. Sí. verdad que es precioso. Como hallazgo poético y hasta co mo. alarde etimológico.
Se pone repentinamente muy seria para alabar. El es capaz de toda belleza y de to da sabiduría.
En seguida vuelve a su expresión radiante: contesta con un gesto delicioso al saludo de unos excursionistas. Su compañero la ve vibrar como un junco en la corriente: advierte en sus labios un poco pálidos, un temblor que se pa rece al beso. Qué dirá esa carta?
Como si adivinara, Lucina se vuelve a su amigo para decirle. Dentro de dos días regresaré a Buenos Aires.
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