104 REPERTORIO AMERICANO La cabaña de Edgard Poe Por HISPANO De Cromos. Bogotá Don Jacinto López En medio de la pasmosa actividad comercial y del ensordecedor estrépito de la movilización urbana, o más allá de los tranvías y elevados eléctricos rechinantes, hay en Nueva York rincones de poesía, oasis deliciosos donde el sistema nervioso recupera su perdido equilibrio y se reposa el espíritu, y tanto mas agra dables son esas suaves sensaciones cuan to más fatigados están los sentidos de la vista y del oído jen sus continuos choques contra tantas cosas materiales con que la más avanzada civilización ha convertido el vivir en un trabajo forza do y ha hecho de las ciudades habitadas por los hombres lugares de tortura.
Los jardines botánicos y zoológicos, el Parque Central con sus lagos, colinas, rocas y hasta selvas, River side con sus prados y sus árboles y bellos panoramas son esos oasis en Nueva York. En el Jardín Botánico se pasea uno entre bosques de naranjos y limoneros, de palme ras cubiertas de enredaderas, de rosales y helechos, de todas las plantas tropica les: el café, el cacao, el plátano, que dan la sensación de vivir un dia en la tierra natal. En el Jardín Zoológico, al lado de las hermanas ceibas, se ven las aves familiares, el cóndor de Los Andes, las águilas reales, las asomas y azulejos, el ave negra de Jorge Isaacs y el cuervo de Edgard Poe, y allí cerca la cabaña de los Cuentos extraordina rios.
Es una casita de madera en medio de un prado sembrado de pinos y de árboles de flores blancas y rosadas cuyo nombre nadie supo dar en los contor nos, y a los lados, macizos de plantas con flores rojas. Sobre la blanca pared de la casa, y en la parte más alta, pare ce presidirla la negra sombra de un cuervo, que, luego, al entrar, una vez más deja ver su fúnebre silueta sobre la puerta del aposento donde en otro tiem po se posó una fosca media noche del glacial mes de diciembre. allí tam bién la sala del poeta con su chimenea y sobre ella retratos, espejos de doble luna con marcos dorados, tarjetas de lu to, un busto por Zolney s, un autógrafo del de agosto de 1845 y otro de 12 de junio de 1840, en que ordena pagar a la orden de Harnden Cº treinta dólares; cabellos del poeta donados por Carlota Dailey.
En la alcoba, una chimenea con leña seca, un gran reloj, esteras ovaladas so bre el suelo, una silla mecedora, una mesa redonda, candelero con vela a medias consumida, y la cama donde murió la esposa. In this little bedroom it is said that Virginia Poe spirit passed away del poeta Edgar Allan Poe pánico de Edgard Poe. nunca es te genio pánico se transparentó mejor que en sus poesías a veces oscu ras, enigmáticas, pero cuyo encanto tur bador nos penetra y nos angustia. Sus poesías son verdaderos espejos de su vida interior, la musical notación de sus sueños que lo aislan del mundo real y lo defienden contra las vulgaridades de la vida material. No cree que con la muerte desaparezca todo, y antes bien cree en la supervivencia del alma que conser vará el recuerdo preciso de su paso por la tierra, y aun será capaz de sufrir nuestras mismas penas morales. Así, lo obsesionan las sombras de los muertos, las siente, las ve en torno y su temor consiste en causarles alguna pena o dolor profundo. es esta constante preocupación de las almas lo que lo llevó a cantar los ojos de las mujeres amadas, que para el eran auténticas imágenes del alma. la epifanía de la conciencia y como el vivo reflejo de lo que hay en nosotros de inmortal; también porque los ojos de Poe eran igualmente bellos, según el retrato que nos dejó su grave admirador y propagandista de su gloria Carlos Baudelaire: Poe tenía la frente ancha dominadora en la que ciertas protuberancias denotaban las facultades desbordantes que ellas representan: construcción, comparación, causalidad, y donde imperaba, con sereno orgullo, el sentido de la idealidad, el sentido estético por ex celencia. No obstante, a pesar de esos dones, o a causa de ellos, esa cabeza, vista de perfil, no tenía aspecto agradable. Sus ojos eran grandes, sombríos y llenos de luz, de un color indeciso y tenebroso, casi de color violeta; la nariz, noble y firme, la boca fina y triste, si bien suavemente sonriente; la color morena clara, faz pálida, fisonomía algo distraída e imperceptiblemente arrugada por una habitual melancolia.
Con ningún otro poeta podría compa Tarse mejor a Poe que con el cantor de Childe Harold. Ambos tuvieron amores desgraciados en su juventud, el mismo sello de distinción personal y la misma belleza, aunque más perfecta y clásica en Byron y más romántica en Poe. Ambos eran fuertes para los ejercicios físicos, y así Poe habría podido competir con Byron en la hazaña de atravesar a nado el Helesponto, y en la parte moral, el mismo fondo de inagotable melanco lía, de insondable tristeza, y también de orgullo altivo y de libertinaje. Vivie ron ambulando de país en país y de ciu dad en ciudad. Byron, rico, cambia de residencia para huír del hastío. Edgard, pobre, peregrina en la miseria, pero el resultado es el mismo. Hasta en su ma nera de hablar siempre en sus obras, casi con fervor religioso, de la mujer, se parecen, y ambos, qué gloriosa semejanza!
por Mrs. Frederick Cook el 12 de diciembre de 1903. Escaparate envidriado con losa, cafeteras y utensilios de cocina.
La restauración de la cabaña de Poe fué costeada por Mrs. John Tay Chap man Mr. Charles Dickey y está administrada actualmente por Mrs.
Kopp. Los muebles fueron suministra dos por amigos y parientes de Poe. Al entrar se lee este aviso: Poe Cottage The home of Edgard Poe 1846 1849 Open daily except monday 10 to 2 to p.
Admisión free. Under the care of Bronx Society of Arts Science.
Dos veces visité aquel risueño alber gue donde vivió en la pobreza y la de sesperación uno de los poetas más extraordinarios que hayan sido, y también uno de los más desgraciados, víctima del demonio del alcohol que lo condujo a todos los excesos hasta dejarlo tirado en la vía pública presa de las más horri bles convulsiones. Así justificó el jui cio que sobre él emitió Barbey Aurevilly: Quizá desde Pascal no existió jamás un genio más espantado, más entregado a los horrores del terror y sus mortales agonías que el genio En el comedor, fragmentos del viejo cerezo a cuya sombra Poe se sentaba a escribir sus poemas, donado al museo