AnarchismCivil War

REPERTORIO AMERICANO 83 Quiere Ud. buena Cerveza. es bueno Tome Selecta palpable y disipable de los días. El gran acontecimiento humano más próximo a nosotros, la guerra, el gran acon tecimiento al cual estuvieron mezclados millones de hombres aun vivientes, nadie lo comprende ya.
La memoria humana lo deforma todo y tal vez es que sea así. La memoria suele ser un gran poeta que desdeña lo exactamente vivido para acoger en su sagrario una realidad transfigurada. Esa deformación involuntaria es la materia del lírico, del novelista, del a secas, toda empapada de fá bulas. Una cosa natural vista en gran espejo. dijo de la vida el el gran Leonardo. Sería mejor decir una cosa natural vista en rotos espejos ahumados hasta que de los precarios fragmentos surja una superverdad que remiende y mejore la mera realidad hecha pedazos.
Pero el ajuste ha de llevarse a cabo sin el artista se de cuenta exacta, en esa recámara oscura de lo subconsciente situada en la zona fronteriza que separa el sueño de la vigilia.
No hay nada más agradable ni más delicioso. Es un producto Traube que odos fran de cometer la al comienzo de lo que se Dios. Que un farol Europa dejar aquí constancia de las palabras de un acuerdo de los días ordinarios. co mo llamó Maeterlinck a Emerson. Poco después del seis de febrero, estamos sentados a la mesa de Duhamel hasta doce personas. Todos escritores, todos ceses, menos yo. no he de infidencia de referir detalladamente dos los diálogos corteses pero contradictorios y apasionados en que unos y otros lo mismo que la Francia actual poníamos en tela de juicio el número de víctimas, la iniciativa del motín, la orden de fuego y la existencia de esas ametralladoras que unos han visto y otros niegan acaloradamente. Ah, lo que no puede negarse son los muertos!
El champaña rebosaba en las copas y una amarga espuma en los corazones.
Ambiente de guerra civil; reciente olor de pólvora. Algún colega me confesaba su decepción al ver que su serena Francia dejaba de serlo y yo le aseguraba, con sudamericana jactancia, que habiendo vivido mi niñez entre rumor de pay chisporroteos de revólveres, no me intimidaban las revoluciones ni me parecía censurable su escuela de liber tad. Esa efervescente Roma clásica que ha inspirado durante un siglo a todas nuestras repúblicas de América, esa Roma tan desordenada y tan jurista, perita en crear leyes y en destruirlas, no es mal ejemplo para nosotros, latinos individualistas que pretendemos concil autoridad con la libertad, ad, necesarias am bas si no se quiere que nuestros pueblos se asfixien. Se muere de despotismo como se muere de anarquía. In medio stat virtus, decía ya la cordura del Lacio. Optaremos por Catilina, César que hizo contemporá tilina, por Ci neos un destino irónico. quién hemos de escoger entre el aventurero de la política, el jurista marrullero y el amgenial y desenfrenado. Le espetaremos al pueblo sufridor e ignoran te los grandes adjetivos que coloran su pena sin aliviarla. Debe ser la política, como el arte de los retores en Grecia, trullas y Cuando Duhamel me enviaba esos libros tan llenos de sumisión al objeto. como dicen los críticos de arte, no habían ocurrido aún las trágicas veladas cuyo comentario sigue siendo en Francia tema exclusivo y el cuento de nunca acabar. Asistimos acaso al una nueva era francesa, pues sólo per dura en la historia lo ha rubri cado con sangre. la noche del Seis de Febrero, que ya se escribe con mayúscula, recuerda tantas otras de este pueblo justiciero y vehemente que revoca en horas de arrebato a sus delegados prevaricadores, dispuesto a colgarlos de Aquella noche, el rumor de la plaza pública recordada exactamente el desperezo del león. Cómo irá a rugir? Los castigos de Francia, en el lírico amplio sentido que diera Víctor Hugo a la palabra, son lentos como la justicia de Dios, pero súbitos como los encrespamientos del Océano. Los editores anuncian ya relatos de jóvenes testigos sobre la fecha histórica, pero nos repetiremos al leerlos lo enu ba por Duhamel sobre la verdad jurí dica y la verdad poética; compararemos afanosamente los indagar de las confusas versio nes del motín la verdad del hombre francés, su indignación, su ra. Tal vez un día sepamos lo más exacun gran poeta; tal vez, perdido en la muchedumbre y delirante de ira, estuvo allí un Víctor Hugo des conocido, junto a los encabritados caballos de Marly que que son montura lírica.
hablar condignamente de aquella efervescencia noble, con su vanguardia de ex combatientes sin armas, hace falta que en el molde del alejandrino magistral se enfríe y tome forma el derrame de bronce.
Si carecemos por el momento de la versión del poeta, quiero, por lo menos, una trampa de incautos y la explotación indefinida de la esperanza?
Estas y otras inquietudes mentales acerca de la hora que pasa se cernían sobre aquella conversación apasionada.
Entonces el ex vanguardista, el libertario de ayer, el cuerdo de siempre, Geor ges Duhamel en suma, nos dijo las palabras del samaritano ejemplar que tiene cura de almas. Aun cuando no ejerzo ya la medicina, continúo mirando el mundo con ojos de piadoso médico. Si hubiera de recetar un tratamiento para esta Francia que acaba de sangrar, pediría a to dos y a cada uno de vosotros algo como una tregua de Dios la pasión, le gítima siempre y culpable también, acalle por seis meses su peligroso tumulto en el ágora. No toda libertad es clogiable ni toda represión da Exce lente resorte de los hombres, la pasión puede dar al traste con los pueblos. El amigo de que siempre fui no puede olvidar ei interés vital de Fran cia como también que ella le hace falta al mundo. No requiere la convaleciente sino silencio de un semestre para reha cer la normalidad respiratoria y los glóbulos rojos. Seamos cuerdos otros pueblos deliberan con la cabeza de Medusa en la mano como la estatua insigne de Benvenuto. No podré olvidar jamás aquella extraña dolencia que tantas veces me dejó estupefacto en las ambulancias de la guerra. Nos llegaban heridos del vecino campo de batalla, felices de haber escapado a la matanza Ah, doctor exclamaban jubilosamente se acabó la pesadilla! Entonces, incontinenti, caían al suelo, muertos.
Un gas deletéreo y el calor de la reciente explosión los habían quemado por sin que sintieran dolor alguno ni se percataran de su fatal e inmediato destino. Fueron éstas las textuales palabras del Justo?
En todo caso, de su sentido exacto doy fe. Cuando resonó este llamamiento a la concordia (que no está en la plaza del mismo nombre) guardamos todos silencio. Pero no olvidaremos la receta del doctor Duhamel.
ntras más arri los múltiples textos través su dolor y su cóleceron o por to leyendo dentro sin bicioso Para EN BUENOS AIRES, Rep. Argentina, pue Repertorio Americano, al editor Manuel Gleizer.
Santa Fe 1983.