Civil War

Don José del Valle, hombre de América De La Prensa Buenos Aires, De los hombres de pensamiento que se adentraron en el fenómeno social y anticiparon soluciones a problemas que iban a suscitarse en la América española, don José del Valle (1780 1834) fué uno de los mejor preparados, de los que tuvieron autoridad para dar opiniones que aun pueden ser atendidas ciñéndonos a las modalidades que impone nuestro tiempo. No en vano se está a más de un siglo de su ideología y lucen el prestigio de la pátina algunas de las doctrinas que entonces eran de vanguardia, porque llevaban esencia renovadora; pero del examen desapasionado de las ideas que el pensador más alerta de Centro América esbozara con un estilo en que los impetus de la pasión se sosegaron, resulta que muchas de eilas tienen el encanto de la acendrada actualidad, porque se nutrieron en realidades que aun nos conturban.
Para la historia de las ideas en América es indispensable conocer las de quien, como don José del Valle figura casi mitológica en los comienzos de nuestras nacionalidades fue una gran fe movida por el afán de servir a su pueblo y de hacer constar que a la que él pertenecía era una generación preocupada por el futuro, firme la voz espe.
ranzada la promesa. Una generación que, si fué en minoría aunque sin apretarse en una sola voluntad, por el aislamien.
to de sus corifeos, tuvo inquietudes generosas y la bizarría de hacer advertencias a tiempo. Aquellas voces no fueron atendidas, y ese fué el fracaso del insigne estadista que, poco a poco, va siendo rehabilitado y que, al fin, se nos pue de mostrar con relieves concretos, merced a la devoción de quienes siendo los albaceas legítimos de su obra. sus descendientes don José del Valle y don Jorge del Valle Matheu, ha logrado que resplandezaca sobre los deberes de familia el orgullo de la comprensión vigilante. Obras de José Cecilio del Valle. documentos, manifiestos, discursos, críticas estudios, tomos y II, Guatemala, tipografía Sán chez De Guise, 1929 1930. Mejor que don José del Valle nadie ha merecido, en Centro América, el epíteto de esta dista, más que el de sabio con que, frecuentemente, se le invoca. Cierto que la versa tilidad de su saber y el dominio de los temas que lo recon.
centraron a sus íntimas soledades, le aseguran un puesto de jerarquia entre los universitarios de izquierda; pero aunque la erudición tranquila, de rescoldo, que siempre estuvo en potencia de lumbre, campea sus ensayos, su fortuna fué veleidosa, en un medio tan movedizo como tenía mue serlo el de los países recien emancipados. No podían ellos darle el sitio de director que por derecho le correspondía.
va que siendo uno de los primeros que abrían la brecha de transformación en la vida incipiente de Centro América.
tenía fatalmente que ser de los sacrificados a las ambiciones de los que rehusaron la preponderancia de la mino ría. Fué un desencantado, una víctima de la realidad aplastante. uno de los postergados por la espada, la única ca paz de refrenar los apetitos del jacobino y de oponerse la tradición retardataria.
Nos quedan, a pesar de su fracaso político, la fuerza viva de su pensamiento y el fulgor de su optimismo que continúan siendo cardinales. De su laboratorio ideológico brotaron señales de peligro que sus conciudadanos no ad virtieron, orientaciones que de no haber sido desdeñadas habrían evitado la catástrofe de la nacionalidad, cuva fe de bautismo él redacto con sabiduría y una dicción de cívica elegancia. Lo que pudiera llamarse afán de orientar no fue sino preocupación de estudioso: lo que le faltó para ser frico se le excedió en dignidad.
Su disciplina pudo llevarlo al sitio superior que sus conciudadanos, en tácito elogio, le envidiaban. Si hubiera rehusado ser protagonista de acontecimientos que en Centro América y México iban a trazar la fisonomia de pueblos que se gastaron en cruentos rencores lugareños. José del Valle habría dejado una obra de rica madurez, porque era capaz de hacer el dibujo de investigaciones que hoy serían de tanta vitalidad para la ciencia de América española, como lo fueron las de José Antonio Alzate, por ejemplo, ya que muy pocos estaban acondicionados como él para las empresas desinteresadas de la cultura.
En medio de la guerra civil que le desgarraba la fe al ponerlo frente al espectáculo de un porvenir de mutilacio nes y desastres, José del Valle se dio tiempo para la acción, en medios de hostilidad que lo obligaron a utilizar los recursos de la astucia y también a retirarse, cuando la tempestad amainaba, a la paz melancólica de su biblioteca, en la que reconstruía sus estímulos para la acción. El polígrafo no ha tenido, hasta hoy, un rival en la patria que se hizo fragmentos, porque el único posible, Antonio José de Trisarri, no fué más que un panfletista, un escritor politico de acometividad, que terminatia su carrera alternando con sus labores de diplomático las divagaciones de la didáctica. Del Valle fué siempre un didacta, un mentor, sólo que en un aula.
vacía. Todos sus escritos se hallan impregnados del fervor de enseñar, encendidos discretamente por la pasión de quien ejerce un magisterio. Así lo subraya su pregunta de actualidad radiante: Ha habido escuelas para enseñar a manejar el cañón o esgrimir la espada: y no se han fundado para enseñar a gobernar.
No se puede prescindir de él cuando se haga el balance nistórico de las ideas en esta América que él columbrara con ojo de clarividencia, en uno de sus éxtasis: La América no caminará un siglo atrás de la Europa: marchará a la par primero, la avanzará después, y será, al fin, la parte más ilustrada por las ciencias, como es la más iluminada por el Sol.
La disciplina, que le enseñó el trato con la ciencia pura, se refleja en la euritmia que mueve las cláusulas de sus discursos, que siempre habló así aunque no lo hiciera desde la cátedra parlamentaria: discursos a Centro América.
que, deliberadamente, sin oratoria porque ante todo defendia su actitud estética alguna vez lo llevaron hacia el auditorio americano, ya que, por sus convicciones y su elevación mental, se sentía ciudadano del hemisferio que, en el devenir de un siglo, sería la nueva Corinto con que soñaron los ilustres anfictiones: el abad de San Pedro y don Simón Bolívar, emperador del Dorado. dentro del sistema arterial de su estilo un constante fluir de bucólicas, que eran contemporáneas, de la oda a la zona tórrida se aceleraba el vigor cordial de quien tenía el tacto puesto en el pulso de las grandes tierras prometidas. Por eso es el profesor de energía que finca su esperanza en el trabajo, en la técnica, en el cultivo de las artes pacíficas y en la misión de la cultura, la nueva cultura de América que debía nutrirse de savias propias. Su mensaje tiene prestigios perennes: Vamos a formar nuevas instituciones, a hacer nuevas leyes, a crearlo todo de nuevo. su perspicuidad habia de llevarlo a escrutar futuras inquietudes en la injusticia social de la que era testigo, por más que su posición fué de privilegio. Ideario que ofrece testimonios como éstos: Los ricos tienen alamedas para ir a regoldar después de mesas de vinos y manjares: y para los pobres que les llevan frutas regaladas no hay un árbol que dé sombra. los perros inútiles del rico tienen agua más abundante que los arrieros que le llevan alimentos o los pobres que caminan para buscarlos.
Surge de cuerpo entero en las páginas que el amor de la estampa como un homenaje a quien es uno de los antepasados heroicos. En volúmenes impresos con la sobriedad que le habría dado contento y que no son de obra póstuma sino de permanente lección, don José del Valle y don Jorge del Valle Matheu han sabido erigirle un monumento que se ve tan alto como la estatua del procer entre las cumbres de Tegucigalpa y tan seguro como el pedestal que en mármol de sangre azul cinceló Ramón Rosa. Pasa a la página 7)
sórdidas a su estirpe ha dado