REPERTORIO AMERICANO 839 El mozo Por LAWRENCE De Trepalanda, un colectivo porteno. Buenos Aires. Traducción de o. o. Barreda.
en punto, las nueve y media. El día es una terrible complicación de exactos momentos de tiempo.
Lo mismo con la distancia: terribles distancias invisibles llamadas dos millas, diez millas. Para los indios, sólo hay cerca o lejos, o muy cerca o muy lejos.
Dos. un día de camino; pero dos millas pueden ser veinte para él, ya que sólo se guía por sus sentimientos, sus impresiones. Así, si dos millas le parecen leios, entonces está lejos, está muy lejos. Mas si otras veinte millas las siente cerca, y las conoce, entonces no está lejos. Oh, no. Está tras lomita! os pondrán en marcha, al atardecer.
sin el menor escrúpulo de conciencia, a sabiendas de que la noche os caerá en plena sierra. No está lejos.
El hombre blanco tiene una horrible, verdaderamente horrible pasión por las medidas invisibles. Mañana, para el nativo, puede significar mañana mismo, o tres días a partir de hoy, o seis meses, o nunca No hay puntos fijos en la vida, a no ser el nacimiento, y la muerte, y las fiestas. Los puntos fijos del nacimiento y de la muerte pronto se borran y convierten en una vaga y lejana idea. las fiestas, las fijan los sacerdotes. Desde tiempo inmemorable éstos lian fijado siempre las fiestas, los festivales a los dioses, y los pobres mortales no han vuelto a tener nada con el Como que de incomprensibles madres, con sus ojos negros de pedernal, y sus menudos y tiesos cuerpecillos semejantes a erectos agudos puñales de obsidiana. Pero te ned cuidado de que no os vayan a destripar.
Nuestro Rosalino es una excepción Tiene caídos un poco los hombros, y es también un poco más alto que los indios de aqui. Medirá aproximadamente cinco pies y cuatro pulgadas. no tiene tampoco esos penetrantes ojos de obsidiana. Sus ojos son más pequeños, quizá más negros, conto los rápidos y negrísimos ojos del lagarto. No tiener la mirada fija de obsidiana.
se dan cuenta de que existe otro ser, aunque desconocido, en el otro extremo de la mirada. He aquí por que agachan la cabeza con un ligero temor, condo tratando de cubrir su vulnerabilidad.
Generalmente, esta gente no trata de relacionarse con uno. Para ellos, el hombre o la mujer blancos son una especie de fenómeno: algo para observar, y maravillarse, y reírse de ello, pero nunca para considerarlo al mismo nivel de uno. El hombre blanco es algo así como un extraordinario mono blanco que, con astucia, ha aprendido multitud de trampas y secretos semi mágicos del universo, y se ha hecho dueño y señor del mismo. Imaginad una de gran des monos blancos caminando con vestimientas fantásticas y capaz de matar a un hombre solamente con silbarie: capaz de saltar en el aire a grandes tran cos, cubriendo una milla en cada salto; capaz de transmitir sus pensamientos en un momento de concentración a otro enorme mono blanco, o mona blanca, distante miles y miles de millas: y tendréis, al menos así lo creo, una ligera imagen de la que los indios tienen de nosotros.
El mono blanco sabe infinidad de trampas y tiene cosas verdaderamente curiosas. Conoce, por ejemplo, el tiempo. Para el mexicano, y el indio, el tiempo es una vaga y confusa realidad. Hay sólo tres tiempos: en la mañana en la tarde, en la noche. Ni siquiera el mediodía, ni el anochecer.
Pero para el mono blanco cosa horrible de relatar existen exactos momentos de tiempo, tales como las cinco.
con el tiempor qué cosa pueden tener Rosalino realmente forma ya parte de la casa, aunque apenas tiene dos meses con nosotros Cuando fuimos a contratar el lugar, ie vimos rondando por el patio y mirando solapadamente a través de sus cejas. Rosalino no es uno de esos pequeños pero erguidos indios que nos clavan por largo tiempo su mirada negra, incomprensible y un tanto retadora. Quizá porque corra en sus venas, mezclada, otra clase de sangre india diversa a la zapoteca. sencillamente porque él sea diferente al resto de los de su lugar, con esa especie de sensibilidad, de aislamiento y solitud, propias de todo hijo nacido de madre.
Hasta la manera de inclinar la cabeza y mirar de soslayo a través de sus pestañas negras, receloso y recelando, siempre cauteloso en sus actos, como si de improviso fuera a ser víctima de un ataque violento. No la insolente y dura mirada de la mayor parte de los indios, que dan la impresión de nunca haber nacido de madres.
Las diosas y los dioses aztecas son, tan pronto como sabemos algo de ellos, una partida de seres desagradables y odiosos. En sus mitos no hay nada de delicadeza, de gracia, de poesía. Sólo un perpetuo gruñir, un gruñir, un gruñir interminable, un dios gruñiendo a otro, los dioses a los hombres, éstos a los animales. La diosa del amor es un horror, contedora de suciedad, sin ninguna nota de ternura. si el dios la requiere de amor, ella no hace más que tenderse frente a él, bramante accesible. después, cuando concibe y da a luz. cuál es el fruto. Qué es el niño dios que ella alumbra. Adivinad, adivinad, vosotros todos, alegres y triunfantes!
Mas no podríais.
Un cuchillo, un puñal de piedra!
Un filosísimo cuchillo de pedernal verdincgro, el cuchillo de cuchillos, el verdadero Paracleto de los cuchillos. El cuchillo de los sacrificios con el que el sacerdote abre el pecho de sus víctimas, para arrancarles el corazón y ofrecerlo humeante al sol. el Sol, el Sol detrás del sol, habrá de libar ávidamente ese corazón con insaciable sed.
Esta es, también, una bella víspera de la Natividad. Mirad, la diosa se ha recostado para dar a luz! Mirad, vosotros. Esperad el nacimiento del salvador, que la esposa de un dios va a ser madre!
Terumm tara!
Tarumm tará. gritan las trompetas. El niño ha nacido. nos un hijo nos es dado. Traédlo y colocádlo en ese delicado cojín! Mosal pueblo. Ved, ved. Vedlo sobre el cojín, acabado de nacer, dormidito. Ah, qué bello. Oh, qué hermoso, oscuro y liso y agudo cuchillo de piedra! todavía hoy, la mayor parte de las indias mexicanas parecen parir cuchillos de piedra. Observad a estos hijos raza Lo mismo pasa con el dinero. Estos centavos y estos pesos. qué significan, después de todo? Pequeños discos sin ninguna gracia.
Los indios persisten en usar monedas ficticias, invisibles, no existentes más aquí los reales, las pesetas. Si compráis dos huevos por un real, tenéis que pagar doce centavos y medio. como la mitad de un centavo no existe, vosotros o el vendedor tiene que perder lo no existente.
Lo mismo con la honradez; lo meum y lo teum. El hombre blanco posee una horrible manera de recordar, hasta un centavo, o una copa de mezcal. Horrible! El indio, a mi modo de ver, no es ladrón de naturaleza. Ni tampoco nace avaro, y ni siquiera tiene una innata codicia En esto difiere grand grandemente de los viejos habitantes del Mediterráneo para quienes la posesión tiene un sentido místico, un lueur de magia.
No así para el verdadero mexicano.
No le interesa.
Más aún: no le gusta ahorrar dinero. Su condición, su instinQuiere Ud. buena Cerveza. 99 Tome tradlo No hay nada más agradable ni más delicioso.
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