1:22 REPERTORIO AMERICANO los astros, en la noche. como la montaña grave, espinosa y arrugada, dice su palabra de ternura y de amor en la flor de los cardones, lirio blanco e incandescente, en la vertiente purísima, en aquellos espíritus sublimes el verbo se hizo amor y el verbo fué lumbre y perfume en el altar patrio.
En nada es más pequeño el inístico de Samay Huasi que el santo de Piedras Blancas. ambos podrían realizar milagros, con gran ſuerza y potestad, si llegaran a perturbar a estas sociedades factores de disolución y de ruina.
OCTAVIO JIMENEZ Abogado y Notario OFICINA: 125 varas al Este del Almacén Robert, frente a Reimers.
Tel. 4184 Apdo. 338 Todo lo, saboreaba por así decirlocon cierta especie de glotonería infantil, Sonríe a la brisa que llega de los cerros riojanos y dice. El Famatina sale que regreso y me envía su saludo, Junta violetas a la mañana y absorbe, embriagado de ensueño, su fragancia.
Se sienta en una alta piedra, y en la expresión de sus ojos se advierte que se abraza espiritualmente con la montaña.
El reparte la comida en la mesa, y deja sonriendo que cada cual se sirva su fruta. a la misma muerte la recibe con goce extraño, en polémica con los optimistas. Me dicen que no tengo nada y no hallo en qué estar decía, refiriéndose a su extenuación fisica. Cómo. No adviertes, hijito, que a la cama la he puesto en ese rincón, a la mesa en el medio, al crucifijo al frente y a la silla a este costado? Este es el cambio que me hace feliz. era todo el moblaje del ilustre franciscano.
Vivió en la más estricta pobreza y humildad hasta su muerte.
Ocultaba la vestimenta episcopal tras el hábito de la orden, hasta confundirse con el más modesto e ignorado frailecito.
Una noche esperaba el tren en una estación de Catamarca, cuando hizo rayar su caballo uno de esos característicos curas de campaña llenándolo de polvo al obispo Esquiú. Sin mirarlo siquiera, le dió las riendas y con tono imperativo le ordenó. Tenga, hermano!
Se llegó a la ventanilla, compró un boleto y requiriendo las riendas, entregó el caballo a un peón que llegaba atrasado. Gracias, hermano!
En el tren desató una charla sonora y chocante, hasta que alquien le advirtió. Ese que está sentado en aquel rincón es el obispo.
El cura lo reconoció entonces, y postrado de rodillas le pedía, arrepentido, mil perdones.
Esquiú, lleno de aflicción, no atinaba cómo hacerle comprender que no había ofensa y que todos estábamos para servirnos mutuamente.
Huye de ruidos y de pompas. Los elogios lo afiebran y lo recluyen. González fué opulento y generoso como el rey Salomón. Su prosa era la corriente desatada de las crecidas. Todo 1o invade. No le quedaba nada por decir y aun sugiere lo que por estética no podía entrar en la composición, pero que tenía cualquier relación con ella. Trabajaba de noche, y cuando tomaba la pluma no quería dejarla sino agotado el asunto. Vivía semanas enteras en la emoción de lo creado por su genio.
Corregía sus originales sin rehacerlos nunca.
En libros gastó una considerable fortuna. Compraba las ediciones más lujoias. Todo lo que usaba era legítimo y de unucho valor.
Su mesa se hallaba siempre llena de convidados. Su casa, abierta incondicio.
nalmente a sus amigos. Su biblioteca fué institución pública.
No aparecía ninguna novedad en el mundo, sin que él la adquiriese. De mañana, alrededor de su gran cama salomonica, de cortinados verdes, con pequeñas bibliotecas laterales, se veían, caídos, libros nuevos, revistas recién llegadas, diarios y manuscritos, todos con sus marcas indicativas.
Lo mezquino, lo pequeño, producíanle indignación. Recuerdo que una vez rechazó, irritado, una bandeja porque traía pocas masas. Estas miserias. En un país rico.
Le agradaba que sus amigos bebieran vinos selectos y costosos cuando él pagaba las adiciones.
Durante la comida no acostumbraba a almorzar solía estar locuaz y nos contaba pasajes novelescos de su vida, de un interés tan grande que nos obligaba a un silencio casi absoluto. Se encantaba en el relato de anécdotas, y en ese género era una verdadera enciclopedia. mí me gusta todo. la buena mesa. el juego. los libros. Los libros son mi pasión me han salvado de todos los vicios; cuando estoy con ellos, me olvido de todo. La mujer, el teatro, la danza, la amistad. Tengo el culto de la amistad. La música. Yo mismo soy un instrumento musical. Pero si yo había sido hecho sin puertas!
Si publicaba algún artículo, iba él mis.
mo a corregir la prueba, y esperaba la noche entera, presa de intensa excitación, al diario donde aparecía.
Necesitaba cualquier persona para leer.
le sus originales, y no ocultaba su satisfacción si se los elogiaban. Has notado, hijito, que esta mañana estoy muy contento. Sabes por qué. Sí, observo que está usted alegre, padre, pero ignoro la causa respondió el joven González, que visitaba a Fray Mamerto. No recuerdas, entonces, mi teoría de la felicidad, que consiste en el cambio, en la renovación. Sí, la recuerdo, y no veo cambio alguno.
Escribe sus sermones y sus pláticas.
Los relace varias veces. Se inquieta con grandes dudas sobre los mismos. El ha contado las tribulaciones que le causó el JOHN KEITH Co. Inc.
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